martes, 8 de febrero de 2022

Reseña de Juan Peña: ‘Yacimiento’. Isla de Siltolá. 2021

YACIMIENTO | JUAN PEÑA JIMENEZ | Casa del Libro

Pocas palabras son necesarias para recordar la cualidad poética de Juan Peña, que se derrama principalmente en dos vertientes, la flamenca, por ejemplo con el soberbio Palo Cortado (Libros de Canto y Cuento, 2017) y la de la depuración (Destilaciones, Pre-Textos. 2016) constante que es capaz de trascender los mismos temas –La misma monotonía– (La Isla de Siltolá, 2013), a través de la contradicción –Dura seda– (La Isla de Siltolá, 2011). En esta ocasión asume la tarea de trabajar a partir de las ruinas. Literalmente ese es el propósito de Yacimiento. Un emblema de la fragilidad del ser humano frente a la insolente persistencia de los objetos (“Cuánto mejor las cosas que nosotros, / efímeros, dolientes, siempre decepcionantes”, Las cosas), una dialéctica que desafía ambos mundos que se complementan: “La medida precisa de lo humano / era un cuerpo de carne / más breve y corruptible / que la arcilla cocida; / era el alma de diario, / el alma de la briega, / del fastidio, del asco” (Más que humano). Juan Peña ha elegido  la arqueología como símbolo esencial del paso del tiempo y cómo los distintos presentes se entrecruzan. No son solo objetos, este entrecruzamiento somos también nosotros: “Las muertos que quisimos, / y nos quieren, / solo nos ven vivir / cuando somos felices” (Los muertos) y “Hay quien me dio más vida / para darme más muerte” (El hijo).

Cambio y permanencia son dos de los elementos fundamentales para este diálogo entre lo que perdura y lo efímero, lo humano y lo no humano. El tercer momento de la dialéctica que los supera, el resto que perdura como ruina, la materia humanizada: “Esta tierra cocida / y este metal fundido / volvieron a la luz, / la misma luz que viera / esta tierra cocida / y este metal fundido” (Yacimiento). Así aparecen el barro, los candiles, estatuas, restos arqueológicos: “Y así el tiempo ha dejado con lenta levedad / sobre esta candileja / la suciedad, tan pura, de su alma” (Candileja). Juan Peña escribe la perplejidad no solo del azar que permite la vuelta a la vida, también de la oscura razón que hace que algo pueda perdurar o perderse: “El arte fue ese vidrio, / que no pudo impedir la podredumbre, / que no salvó la luz, / pero ha dejado el ascua de su brillo” (Ungulus). En Yacimiento hay delicados poemas de amor La misma luz, Verklärte Nacht, Ángel en la noche…: “Dos cuerpos simplemente, / este bendito don de la pobreza” (Don de la pobreza)

Este campo poético le permite incursiones en el mundo clásico, y rescatar, por ejemplo, la figura de Tamiris, aedo tracio que desafió a las musas y se queja: “Pero fuisteis vosotras, mis veneradas musas, / enojadas y airadas luego contra mí, / las que un día tomasteis / mi boca y mis manos / para que ellas dijeran / la armonía del mundo“(Tamiris). Un lamento que no debe afectar al autor que sigue gozando de vista poética y oído musical. O, como en El poema extranjero (Isla de Siltolá, 2017), hay un homenaje a la oda a la urna griega: “He llegado hasta aquí, Resisto” (Oda a una lucerna romana). Pero no solo hay referencias de una cultura académica de la época clásica, encontramos una cita al Dylan Thomas de Do not go gentle into that good night: “No entres dócil a la muerte de la luz”. Y, en el otro extremo de la concepción de la cultura, una muy directa al cantautor norteamericano, Will Oldham, concretamente con su alter ego, Bonnie Prince Billy: “Pero veo tan solo oscuridad, / me hundo en la oscuridad. // Ven otra vez y llévame a la luz, / a esa luz que me salve” (I see a darkness). De hecho hay variadas referencias musicales, como las del grupo Beirut, o el cine, como Chesil Beach, película de 2017 que está basada en una novela de Ian McEwan.

La escritura de Juan Peña es de un exquisito cuidado: “Que este lenguaje sea el espejo / donde todo se aleja / y donde nada muere” (Verso y trasmundo). También cuando hace versiones de otros poemas como Fear no more: “Cuanto has temido, mirarte, / no pudo contra ti”. Las múltiples referencias cultas de los poemas llevan al autor a ofrecer las necesarias explicaciones para los neófitos, incluso invita a comprobar en Youtube. De hecho muchos poemas consisten en écrasis como La isla de los muertos. La mirada se posa en los detalles insignificantes, pero el asombro no quiere caer en la exaltación de, por ejemplo, de las Odas elementales. Una poesía muy sensorial, especialmente con los olores, también el Tacto: “La vida intransferible es el tacto. / Solo vivo más vivo si te toco”; “las texturas del mundo / llegaron a mi boca” (Kerasos).

El juego entre el pasado y el presente de Yacimiento, en realidad, no es sino una identificación: entre quien las fabrica y quien, siglos después, las mira (“Lo que miro lo miro con tus ojos. / Somos hermanos, hombre de las cavernas. / Tienes mi misma alma”, Prehistórico); entre la belleza de los inicios y la degradación de los siglos (“Bendita esta fealdad / de aspereza y arrugas, / este triunfo que igualó a la belleza”, Don de la vejez). Y en este juego entre el pasado y lo eterno, reivindicación de lo atávico (Oud Assan).

La materia de la que están hechos los objetos ofrece la posibilidad de conectar con la simbología mística: “Una gota de luz / en mi cuerpo de barro” (Hombre); “Lo que al final nos salva / se quedará en las cosas/…/ Para vivir bastaba / esa destilación de cuerpo y alma / cristalizada en cosa. / La fría y seca y dura belleza de las cosas” (Objetos). Una reflexión cercana por un lado a la religión (Civitas) como a la perplejidad del filósofo como actitud vital: “Solo azar e inocencia / son causa del asombro” (Ventura).

“Elige tu ceguera. Es la tuya.

Te hará imperfecto y único.

 

No pudiendo ya ser siervo de la verdad,

elige tu ceguera. Sé tu dueño y tu luz” (Ciego)

De igual modo que la lucerna es la portadora de la luz, Yacimiento también es entrar la luz en lo enterrado, yace el muerto, no solo los vestigios arqueológicos: “Pero tú, padre mío, mansamente te alejas, / no te vayas aún, / repróchame, abrázame, muéstrame tu dolor, / no entres dócilmente en tu última noche, / no te hundas en la muerte de la luz”. Practica el poeta un ejercicio espiritual estoico: “He aprendido a morir. / Nada me quitará la muerte / que no me haya quitado / tantas veces la vida”. Renuncia a lo que nunca ha tenido (“Entonces no existía la televisión. / Fuimos los últimos salvajes”, Los últimos salvajes), a los sueños (“Yo quise ser la cueva / habitada de hadas y unicornios, / y ese lugar a salvo / donde hallabas la paz / hundiendo tu cabeza en mi regazo”, Blindosme). Pero demuestra el coraje de rechazar sentimentalismos absurdos: “Cómo amar una patria / que consiente prebendas / a aquellos que cortaron / con vileza infinita / los cuerpos que latían / con ternura de espigas. / Cómo amaré esa patria” (Patria).

La teología que Juan Peña arma en Yacimiento combina los elementos y la resurrección, casi, como decíamos antes, como un momento dialéctico: “Ser fruto y podredumbre / que fermenta en más vida. Esta sacralidad donde la muerte / será metamorfosis, ya vida mineral, mitología” (Sacer). O en el sentido del alimento: “Morder es una comunión, / un hambre de conocimiento. /…/ Y el misterio del mundo y su belleza / se escapa entre los dientes. / Y la misericordia / te ha dejado el sabor” (Comer). Poseen estos versos la poderosa sencillez de la conciencia: “El sentido que buscas / está ya en lo que eres, / una brizna de carne / donde se hizo conciencia el universo” (Sentido); “Pero nada tocamos, nada somos, / solo miedo y máscaras” (Nosce te ipsum):

 “Si ha llegado a mis manos

la sencilla pureza de este ser

de esta pobre vasija y su oquedad vacía,

habitada de alma,

no solo soy un hombre,

soy unas manos llenas,

soy un noble destino” (Pequeño jarrón palestino)

No nos engañemos, la poesía de Juan Peña no se ata a la eternidad extraterrena, al contrario, con la serenidad y el júbilo, se fija a la tierra, se hunde, como las raíces que se entrecruzan con los objetos arqueológicos, para luego alzarse en ese juego tan magnífico de contrarios que forma la estructura del libro: “No abarco toda / la pureza del mundo, / pero tomo este hilo / de aceites esenciales, / ásperos, dulces, fieles, inhumanos, / inocentes, volátiles (y vuelo)./ Y me ato a la vida”.

 

 

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