sábado, 12 de marzo de 2022

Reseña de Ernesto Suárez: ‘La habitación china’. Liliputienses. 2021

LA HABITACION CHINA | ERNESTO SUAREZ | Casa del Libro

Ernesto Suárez nació en Tenerife y su ámbito profesional está relacionado con la psicología social. Como poeta ha publicado El relato del cartógrafo (1997), Las playas ––cuadernos poéticos 1982-2002 (2002), La casa transparente (2007), Spree (2013), Rehacer el aliento (2016), Arrecia (2017). Ha dirigido diversos proyectos, festivales literarios y colecciones de poesía. Los poemas de La habitación china recogen producciones desde 2012 a 2020.

La habilidad de Ernesto Suárez en estos poemas tiene que ver con la sensibilidad que la pintura oriental centra los detalles relevantes obviando el resto: “Bajo el sol del verano, desde el centro del patio, el tilo da sombra a la mesa aún vacía. Todo es más terrible, temible, también habitual /…/ Este es un relato sobre lo que sucede fuera de foco” (Casa o bosque). Los personajes son elementos más que, más que marcar una acción, contribuyen a crear la atmósfera: “Hay un arquero que cierra los ojos para hacer el disparo. Ya quedó escrito el gesto del arquero, la puntería, la diana errada o no” (Árbol oscuro. Decalcomanía). No podemos dejar de relacionarlo con la meditación que trasciende lo cotidiano partiendo de esos detalles. Tiene la rara habilidad para la descripción minuciosa del paisaje. El título de uno de estos primeros poemas, Boceto para bodegón, explica las claves del contenido. Una manera delicada y profunda de poesía: “Ahora la jumacera te golpea en la nariz y en este poema solo se dicta lo inevitable” (Basquiat en la isla).

En otros momentos centra la atención en instantes, por ejemplo, de la propia pintura, en este caso barroca: “Caravaggio decidió que le sobraba la cabeza y dejó que Judith lo decapitara. / Caravaggio siguió pintando mientras la cabeza cercenada de Caravaggio, en éxtasis, veía como dios la admiraba y cómo la cabeza misma de Caravaggio admiraba a dios·” (Estampa romántica). Y del espíritu barroco, como Gracián, sentencia: “Mejor ver aquello lo oscuro, esto que alerta y hacia donde partir. Correr” (Casa o tormenta).

La filosofía que respira en La habitación china tiene que ver con el efecto de la mirada: “Abandonarse a la mirada. Atrás las voces se quisieron ahora: postergados ante el tanto sol de las tardes” (El estilo chino de James Wright). Una mirada que revela mucho más: “Todo es revelación, todo, si ha concluido, todo. Si se poseyese el cristal preciso a través del que mirar el despliegue de la vida: aquella prestancia” (La capilla de la playa). De este modo pasa de la descripción a la conciencia: “El deseo sería como la nieve” (The picture of home).

Un viaje, en este caso a la bella Évora permite, con otro paisaje concreto, ahondar en esta quasi investigación filosófica: “Ahora es más difícil pensar que en realidad nunca voló el vencejo, que fue decir vencejo pero que nunca llegó a ser su figura esta extraña forma de vida” (Los días en Évora). No pensemos que es una poesía fría, que se recrea en descripciones y conceptos, el paso imperceptible hacia la transmisión de emociones llega de la calma a la tristeza, a la memoria, “La melancolía es un punto equidistante entre un río navegable y losa años de la infancia” (Los días en Évora). El poema tiene que ser capaz de mostrar sentimientos mucho más complejos que los que un manual de psicología o un diccionario puedan definir: “Yolanda escribe y no escribe este poema. Dice que la dama portuguesa se bajó para recorrer piedritas a la orilla del río Baikal. Al verla me vi yo mismo en un futuro cercano” (Memoria o lugar II, para Yolanda Pantin).

Con referentes como Gary Snyder, Pasolini, Robert Hass, Tevenson, Tarkovsky, la sensación de desolación tendría consecuencias: “Dice, aquí: machaqué las pastillas de la medicación, una caja , vacía. Solo recuerdo que desperté en el hospital” (Modelo de baliza). Igual que tiene continuidad la idea de buscar más allá de la percepción (“¿Qué será lo invisible”, 10 de mayo, 2014: Elegir el puente por dónde cruzar un río) o el viaje (“Todo tiene que ver con el viaje”, Leer poesía en una edición bilingüe). Rodearse de Svetlana Alexievich, Kafka, C.D. Wright, Simic nos llevará a lo concreto y a lo absurdo: “El anhelo es buscar una fotografía inexistente de Stevenson recorriendo ciertas calles de Edimburgo” (A journey to). También nos llevará por el lado más salvaje (“Bisne de la palabra: trapicheo. Escribir como si se tratara de la compraventa de los derechos de emisión de gases contaminantes en la atmósfera”, Cuatro preguntas sobre el poema) y más profundo de la vida (“Sin embargo, ¿cuánto de luz hay en cada sombra? ¿Cuánto de violencia en cada palabra?”, Tarkovsky’s polaroids). Mención aparte merece la atenta relación con la anécdota kafkiana: “Pero lo importante era el silencio y no el frío / Kafka dibujaba pequeños monigotes, figuras estilizadas en traje negro” (Náměstí). Kafka tomó una decisión; saldría de Praga y anotaría la claridad de las últimas cosas”.

En las últimas secciones de La habitación china aparecen otros referentes, algo, por ejemplo de Whitman: “Se mece el mechón que le cae sobre las sienes, el anciano homosexual. Mirada algo perdida de unos ojos azúlesicos que resaltan el blanco del cabello (…). El poema podría continuar la descripción del atuendo compartido también por el segundo hombre” (Fin de trayecto), pero envuelto en la mística que se pregunta y se autorreferenica: “La pregunta ahora sería si esto es suficiente, si algo se completa, si esto tiene un sentido concreto, si real o distinto, aquí”. El mundo un poco absurdo de lo cotidiano fue lo que hizo añorar a Kafka ser un piel roja, y a Kandisnky ir depurando los elementos pictóricos: “Justa, la ausencia del jinete sobrevuela la escena o está en segundo plano o la estancia del jinete es ninguna. Siempre aquí / K se enamoró perdidamente del jinete o solo de su sombra” (El jinete azul de K II); “Aún así, la mirada enamorada de K busca la realizadora de la belleza. / La cosa entonces se puso, en realidad, muy difícil” (El jinete azúl de K III).

Ana Gorría, Brodsky, Sontag, Matías Rivas, Igor Barreto son citados para ir adentrándose en poemas donde, podríamos aventurar, lo importante está fuera de foco: “Antes esperaba en algún banco alejado, fuera de la vista” (Perspectivas de Borromini). Es la contraposición entre lo alejado y el aquí que predominaba en los primeros poemas: “De niño pasaba horas dibujando mapas de todas las islas inexistentes. En realidad, lo importante era delinear simplemente aquellas costas con varios tonos de azul” (La habitación china). Se acompañan de una pequeña reflexión sobre el arte de traducir a palabras la experiencia: “El verso es un error /…/  El verso fuese equivocado, equivalente a un fallo” (Ya dije del golpe y la mirada). Lo importante, no se olvide es la sucesión entre la muerte y la vida: “La cosa es así, uno se muere y ya está. Eso es la vida”. Ernesto Suárez lo confirma, “La habitación china es un experimento”. Y deja para el final un canto sereno de anhelo, una pequeña esperanza:

 “Después seré cuando necesitemos pasa a la hospitalidad, en la conciliación, a la mirada común donde aún no es o lo que es fuese la brevedad.

Lo breve del paso sobre la montaña, lo justo y compartido. También el azar de todo esto, también todo esto” (Poema acerca de dos montaña y un país)

Nos quedamos con la última reflexión: “A las preguntas, nadie quiere responder (…) ¿somos felices?” (Los océanos se desaguan). Una hermosa manera de cerrar un libro de poemas.

 

 

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