domingo, 18 de diciembre de 2022

Reseña de Amanda Sorokin: ‘Las alas de las polillas’. BajAmar. 2021

LAS ALAS DE LAS POLILLAS : SOROKIN, AMANDA: Amazon.es: Libros

Amanda Sorokin es uno de los heterónimo de Mª Esteban Becedas. Estudió Filología Románica con una tesis doctoral sobre poesía y canción de auto. Según sus propias palabras, “habla cinco lenguas vivas y dos muertas pero no ha aprendido a sujetar bien el lápiz”. Las alas de las polillas, fue escrito durante su estancia en Barcelona y unas breves vacaciones en Siracusa y es su primer libro editado. Cuenta con el prólogo de Alexis Díaz Pimienta.

Las alas de las polillas podría ser considerado un tratado sobre el deseo, en el aspecto más carnal, pero no solo: “No volvería a esconderse de mis atenciones, / ahora que había vuelto y bastaba un beso en el aire para tocarlo, lo devoré cual caníbal sentimental” (Antropofagia I). Un deseo que se autoconsume: “Hoy me descubrí recortando versos que creía cerrados /…/ Y tú dónde estarás. / Pero es lo mismo. Habíamos quedado en que estabas muerto” (Tu recuerdo y otras concavidades).

Múltiples voces se van entrelazando en este poemario, como reconoce el poema: “Qué ajeno se vuelve mi cuerpo a veces /…/ En ese momento, cuando recae sobre las pieles el peso de la época, / cuando tu beso se expande a donde no alcanza la mitología, / se me ocurre gritar: / ¡Viva el andrógino que fimos antes de tocarle las narices a Zeus! /Y solo entonces me reconozco en mi cuerpo” (Fisiología, Filosofía, Mitología). La posibilidad de abrirse a las perspectivas desdobla los puntos de vista y añade lucidez a los poemas: “Que no te engañen, no existen las sombras. / Las sombras, como la Romanistia, son los padres” (Sombras, Platón o la calle Toro); “¿Por qué sirven los frenos / y los barcos si al final / volamos de vuelta a la misma orilla? / Viajar, lo llaman: seguir esquivando multitudes” (Interseccionismo); “El lenguaje existe para, de infinitas maneras, / repetir siempre lo mismo / hasta la extinción. / O hasta perder las ganas de quejarnos” (Antropofagia IV)

“Qué manía más tonta, buscar sentido a las cosas” (Les coses de els amics de las arts)

Otras voces y otros ámbitos que se van superponiendo en el paisaje, que, solo en cierta forma, es también interior: “Esta luz dudosa de nubes, / el sopor celeste e involuntario / que nos vuelve taciturnos y nos lleva de paseo por inercia / no pudimos inventarlo nosotros. / Nadie es tan listo ni tan creativo / Y ningún hombre ha estado tan triste” (Domingo en la Plaça Catalunya). Además del paisaje, el deseo se materializa y se deshace entre los versos: “Este chico me adora. /…/ Lo sé, este chico me adora; los amigos no se quieren tanto. /…/ Y si al final no funciona, si resulta que no, / que las niñas bien no embriagan a los piratas / y reventamos con el ruido de perlas al caer /…/ importará muy poco /…/ Puede ser. / Pero este chico me adora y nada más. / Prefiere mis cinco idiomas a mi única lengua. / La vida es así de perra” (Este chico me adora); “Me deshaces y ni siquiera tienes dedos” (Las peluqueras suicidas). Ahí, justamente en el terreno de la visión hacia el interior, Amanda Sorokin apuesta por la precisión terminológica: “He decidido llamarlo así, / a falta de denominaciones precisas: / «Los días en que amamos los aparcamientos» / con esto de «amar los aparcamientos» me refiero / a una larga lista de conceptos inciertos e informulables (Teoría de Cuerdas I).

La poeta fabrica un híbrido de ciencias físicas (“He conocido a personas que ocupan amplio espacio metafórico, / porque su masa es la suma de sus implicaciones. / y aportan poco la humanidad”, Sobre la arbitrariedad de los límites físicos) con la antropología (“Hacerse mayor era esto, pienso ahora sin café; / aprender a hacerse hueco, / no saber cuándo callar o si protestar merece la pena”, Aeropuerto), con el psicoanálisis (“Todos hablamos de Freud como decimos «sublime» / y «platónico» y «dantesco», «pantagruélico» / y nos creemos lo que cuenta sobre Dios / y el movimiento obrero. /…/ Así se compone la cultura general, / de residuos: lo que no dijeron otros / o dijeron sin querer”, Cultura general) y la poesía (“Como la chica-poema de Simic / en su misteriosa fiesta: llega y bésalos a todos”, Antropofagia V). En sus propias palabras, cultura general.

 Lejos de aparecer como un sistema poético serio y formalizado, salpican las percepciones gotas de humor cáustico (“Acabo de hablar contigo y de un mordisco / me has dejado sin poemas tristes”, Pura metáfora; “Qué bello desastre, solo me das títulos” (Solo me das títulos), paralelismos arriesgados (“Dibuja la curva de tus palabras / mi escritorio de madera: casi nos tocamos”, Casi nos tocamos y interseccionismo I)  y, de repente, aparece golpeando el lirismo en The End: “Por este beso existieron / el insufrible Bécquer, el ambicioso Petrarca / hasta el primer poeta estudiante”

“Pero aquí me tienes esta noche de insomnio

sin estrellas en el cielo de Madrid

ni lejanas campanas;

viva, demasiado viva/…/

pero al menos aprovecharemos el tiempo

en vez de transcribir delirios ajenos

y copularemos despacio como dos palomas negras” (Teoría de cuerdas V)

Aunque solo sea para apreciar la confesión íntima de una manera objetiva: “Brindo por mí, que puedo morir a gusto, / y por ti, porque aún me palpitan tus besos en la boca” (Polisíndeton, políptoton), una parte del juego poético es precisamente recrearse en las múltiples personalidades que pueblan los poemas: “será otra persona en el recuerdo colectivo. / Una ficción transparente y universalizable” (Teoría de cuerdas VI); “Erase un hombre que llevaba el infinito en la boca /…/ Moral de la historia: / Es difícil llevar el infinito en la boca. / Mejor es deshilarlo en voces pasajeras” (El hombre que llevaba…).

 

 

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