Esta nueva entrega de los Parapensares (2017), que incluyen Impertérrito Pluscuamperfecto (2020) y Juegos malablares (2022) se presenta como una nueva destilación sagaz de pensamiento, donde cada aforismo se erige como una miniatura autosuficiente, cargada de humor, ironía y una profunda conciencia del lenguaje. Miguel Agudo demuestra ser un autor que entiende la brevedad no como una limitación, sino como un recurso poderoso para captar ideas complejas, desmontar paradigmas o jugar con las palabras hasta retorcerlas hacia significados inesperados, también para transmitir una cierta desazón.
El estilo de Agudo se destaca por su economía verbal: cada aforismo está desprovisto de adornos superfluos, dejando únicamente lo esencial. Este minimalismo estructural no implica frialdad; por el contrario, se percibe una calidez lúdica, un gozo casi artesanal en la forma en que las palabras se ensamblan para sorprender o invitar a la reflexión. La ironía, el doble sentido y el ingenio son constantes, y el autor demuestra una habilidad excepcional para combinar significados aparentemente inconexos en observaciones reveladoras, como en “La mentira no es que tenga las patas muy cortas: no tiene patas, es redonda y rueda muy rápido” o “Minimalismo barroco: menos es demasiado”.
El lenguaje que emplea es nítido y preciso, pero nunca simple, es característica, además de la economía expresiva y la agudeza conceptual el sentido de la ironía y el humor más corrosivo. Agudo tiene la virtud de construir aforismos que invitan a lecturas múltiples, dejando al lector con la sensación de que lo más importante siempre está implícito. La sonoridad y el ritmo juegan un papel fundamental, reforzando la idea de que el aforismo es tanto pensamiento como música verbal.
Los temas que atraviesan este libro son diversos, aunque se puede identificar un eje común en su interés por las contradicciones humanas. La existencia misma, con su mezcla de egoísmo y vulnerabilidad, se plasma en aforismos como la serie de la composición del cuerpo humano: “Somos 30% ego y 70% agua” o “Los errores se pagan, pero ¿a quién se compran?”. También encontramos reflexiones sobre la sociedad y sus hipocresías: “La solemnidad es postureo a cámara lenta” y “Muchos llamados gestores lo que realmente hacen son aspavientos” desnudan con fina ironía las imposturas contemporáneas. A veces incluso se vuelcan hacia contenido más político: “El sueño de la nación produce monstruos”; “Todos somos iguales, indiferentes”; “Quien se mantiene al margen de la política ha de elegir entre el margen izquierdo y el margen derecho”; “El candidato y sus cándidos”; “Los iluminados van de farol”… Otras, ataca la hipocresía de tantos: “Quienes guardan la fe para los festivos”; “Según la Biblia, ser buen o mal ladrón no depende de la pericia con la que se robe”; “La parábola del hijo prólogo”; “Cuando la verdad se condecora, cuidado, pues la verdad desnuda lo es sin decoro”…
El lenguaje como tema es otra línea recurrente. Agudo no solo escribe aforismos, sino que reflexiona sobre las herramientas con las que los construye. Ejemplos como “La tilde de fé es una espina clavada” o “Para inspirarme, observo las palabras como si fuesen paisajes” revelan una mirada metalingüística que dota al libro de una capa adicional de profundidad. A menudo, esta reflexión se vincula con el acto de creación o interpretación, como en “El diccionario es un libro mágico que consigue que dentro de cada letra quepan muchas palabras”; o en tono de una broma muy seria: “El lenguaje no es inocente y yo no he dicho nada”.
La fuerza lírica de Miguel Agudo sobresale en no pocos aforismos que podrían mutar en auténticos poemas como los de su añorado Cuando Herodes la tierra (2009) o Amorexia (2015): “En lo ínfimo hallarás lo infinito”; “El rocío es el poso que dejan quienes se beben la noche”. No son tan distintos los mecanismos para montar una imagen poética con las figuras literarias que asoman en la construcción de los aforismos: “Jaén es una ciudad extranviada”; “Encontrar: poner en contra”; “Mentira y afloja”; “El punto de vista y el hilo de voz”; “El egocentrismo del descentrado”; “La confianza da fiasco”; “Único: diminutivo de uno. Unión: aumentativo de uno”; “Divisar: ver dinero”; “Ir es prevenir”. Hay figuras fónicas tanto como conceptuales, así como un recurso a las frases hechas dándoles otra vuelta de tuerca: “Es de mala educación escarmentar en cabeza ajena”.
El humor, a menudo negro o sarcástico, es una característica distintiva del libro: “Lo malo del pesimista es él”; “El futuro para algunos es el pobrenir”; “Autopsia: final abierto”. Agudo emplea juegos de palabras, deformaciones lingüísticas y asociaciones inesperadas para provocar tanto risa como asombro. Ejemplos como “Paleolítico, neolítico, ansiolítico” y “Postrado: que se ha comido el postre” demuestran un dominio casi irreverente de los recursos lingüísticos. No obstante, este humor no es superficial; muchas de estas frases encierran una crítica velada o un comentario mordaz sobre la condición humana y social: “Hoy el silencio es solo afonía”; “Un censor sin tacha no es un censor”; “La tradición, precisamente por ser tradición, es eso que te echa para atrás”; “Los médicos saben que la belleza no está en el interior”. Y, cómo no, autocrítica: “Tengo dos vehículos: autoestima y autoengaño”; “Si para gustos los colores, para disgustos los dolores”.
El juego de palabras es otro de los mecanismos clave. La polisemia y la homonimia son recursos recurrentes, y Agudo los explota para crear aforismos cargados de significado doble o múltiple. Frases como “El buen quiromante, ¿lee las líneas de la mano o lee entre ellas?” y “Quien lee un libro de viajes es un lector pasajero” demuestran cómo una observación aparentemente trivial puede convertirse en una reflexión mucho más profunda gracias al lenguaje. Eso sí, “En los juegos de palabras no se admiten apuestas”. Miguel Agudo demuestra en cada página una capacidad para demostrar la plasticidad del lenguaje y un grado de complicidad con el lector: “Sigue sin saberse qué neuronas son las encargadas de guardar los secretos”.
¿Se perciben rastros de corrientes filosóficas como el existencialismo, el escepticismo o incluso el posmodernismo en su obra? Algunos aforismos parecen indicarlo, como “El pasado cambia cada vez más rápido” o los remedo cartesiano “Repienso, luego resisto” y heideggeriano “Y ya, si eso, entonces” (Ser y tiempo) sugieren una reflexión sobre la percepción contemporánea del tiempo y la historia, aspectos que pueden vincularse con teorías posmodernas. Como en muchos autores de estas tendencias, el uso irónico y hacer explícito lo evidente tiene, en realidad, mucha más profundidad, como “Pinocho es de mentira”.
Tergiverso de Miguel Agudo se alza como una obra rica en matices y posibilidades interpretativas. A través de un estilo compacto, humorístico y profundamente irónico, el autor nos ofrece una mirada a primera vista desenfadada, pero muy lúcida, sobre temas universales y contemporáneos. Sus aforismos no solo son para leer, sino para releer, pues cada frase se despliega como una pequeña semilla de pensamiento que germina con el tiempo. Agudo logra transformar lo cotidiano en extraordinario, y lo hace con una gracia y una inteligencia que lo colocan entre los grandes cultivadores de este género literario.
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