domingo, 24 de noviembre de 2024

Reseña de Ramón Bascuñana: ‘La trama de los días’. Renacimiento. 2024

La trama de los días - Editorial Renacimiento


La trama de los días ha merecido el X Premio de Poesía Juana Castro y comienza con una cita de Ángel González. Con la solvencia habitual, Ramón Bascuñana nos lleva a “Un viaje a parte alguna o a ninguna parte,  / el ver cómo envejecen nuestros pasos /…/ y que conforman el confuso tapiz / que llamamos la trama de la vida” (La trama de los días). Un libro sobre el paso del tiempo a partir de un uso magistral de lo que se dio en llamar monólogo dramático, o, como decía Antonio Gala, un paisaje con figuras. En este caso, comenzamos con un interior, después serán lugares de paso para terminar con la última sección propiamente de paisaje con figuras. Este es un recorrido introspectivo que aborda la vida a través de las pequeñas y grandes paradojas del ser humano, marcando una travesía tanto geográfica como existencial. Desde una voz reflexiva y consciente de su papel, Ramón Bascuñana nos invita a explorar temas profundos como la muerte, la nostalgia, la belleza y el paso del tiempo, apoyándose generosamente en referencias culturales, literarias e históricas.

En la primera sección, Interior con figuras, la poesía se convierte en un lienzo donde Bascuñana retrata personajes en sus momentos de soledad, duda o reflexión. Desde figuras como Nefertiti (“el busto de Nefertiti / con la misma elegante belleza / de las fotografías de los libros / de historia de aquella infancia mía / que recuperar ahora en piedra viva /…/ que hace que me sienta como entonces: / el héroe solitario de un enigma”, Nefertiti en el museo egipcio de Berlin), hasta pensadores como Andrei Biely o Cioran (“con el pensamiento midió los siglos / pero no supo vivir la vida”, Andrei Biely; “Qué lejos, pues no es melancolía lo que siento / sino este sufrimiento que me mantiene activo / haciendo apenas nada /…/ Uno habita una lengua / y la lengua es la patria de los desesperados. / Ni soy refugiado ni un desertor del mundo”, Desde una buhardilla de París, Cioran medita). El autor evoca la esencia de estos personajes y los convierte en símbolos de la condición humana. Un ejemplo relevante es el poema dedicado a Nina Ivanova Petrovskaia: “Nunca escribió ni un solo poema, / pero siempre soñó, como los simbolistas, / con transformar la realidad en arte”. El poema como una forma de inmortalizar la realidad, a pesar de su fragilidad y su fugacidad, especialmente emotivo en el recuerdo al gran Julio Aumente: “No dejó traslucir nunca su llanto, / pues sostenida la clara certeza / de que el temor anida en la pereza / de los cuerpos paganos siendo santo” (En la muerte de Julio Aumente).

En Lugares de paso, la segunda sección del libro, Bascuñana describe escenarios que representan etapas de un viaje tanto físico como metafórico, por más que pretenda desmitificarlo: “¿Qué importa que la vida no sea trascendente?” (El viaje). Poemas como Preparativos de viaje nos recuerdan que “Nosotros también somos como nombres marcados en el mapa del sueño de un dios desconocido”, y reflejan la sensación de incertidumbre y transitoriedad que a menudo acompaña nuestras vidas. Las ciudades que menciona —Alejandría, Berlín, Lisboa, o la Grecia por los ojos de Enrique Badasoa en el entrañable libro de Plaza y Janés, y otros puntos literarios y culturales— evocan lugares llenos de historia, donde el poeta se convierte en un testigo silencioso de las huellas del pasado y de poetas tan relevantes como Pessoa (“Entre la lluvia y el humo contemplo / una ciudad invisible/ construida en mis versos: / tiendas, aceras, coches que pasan”, Lisbon revisited, Alvaro Campos) o momentos de amistad (“La extraña sensación de estar en casa / con amigos que me hablan de poesía”, Viaje a Morón de la Frontera con motivo de unas jornadas poéticas). En Retorno a Citerea, Bascuñana subraya la melancolía de aquel que busca la belleza sin realmente perseguirla: “Malos augurios para el sedentario: / solo encuentra belleza / aquel que no la busca; / solo regresa aquel que no se marcha”.

Además, el poeta se aproxima a las conexiones entre su identidad y el lenguaje, pues, como indica en un verso meditabundo: “Uno habita una lengua / y la lengua es la patria de los desesperados” (Desde una buhardilla de París, Cioran medita). En estos versos, el viaje, ya sea a través de lugares o de lenguajes, parece representar un intento de reconciliación entre la realidad y el deseo, entre el hogar y la intemperie: “Nunca quise moverme del poema” (Carreteras secundarias); “Y a pesar de mis miedos y temores, / cada día asumo la derrota / y cruzo la frontera de la culpa. / Territorio comanche en la poesía” (Territorio comanche).

La última sección, Paisaje con figuras, despliega una contemplación filosófica que trasciende lo individual. Bascuñana observa la vida como un río que fluye inexorablemente hacia la muerte, un tema recurrente en esta colección. En el poema El puente, el poeta invita a cruzar hacia el otro lado sin mirar atrás: “Estás cruzando el puente que separa / las dos mitades que han de ser tu vida. /…/ Si logras alcanzar el otro lado / podrás cantar victoria. De momento / no mires más atrás, por si las moscas, / que siempre arde Sodoma a nuestra espalda / y resulta difícil resistirse / al brillo portentoso de sus llamas / y vivir con la vista en el pasado” (El puente). Esta imagen potente sugiere la lucha constante entre avanzar y el peso de las memorias y los fracasos pasados.

La reflexión cuestiona la figura del extraño como forma de identidad: “Buscarle algún sentido a esta nada perpetua/…/ Sentirse un extranjero en todos los lugares” (El extranjero); “y comprender entonces que no gana quien gana / sino el que apuesta todo y gana algunas veces” (El vagabundo). Una tensión dramática, como decíamos, entre el espíritu errante y la necesidad de volver al hogar: “Acepta mi consejo, si lo quieres, / y vuelve a ser un hombre entre los hombres. / Puede que así consigas escribir / ese verso que merezca la pena / Y salve tu recuerdo en el futuro” (El eremita).

Toma un momento reflexivo sobre el azar de la vida, con pesadumbre y la lucidez pesimista que le fija la atención en poetas con una visión existencialista: “Nunca el amor, que reparte las cartas, / es justo con todos los jugadores” (Ted Hughes entre Silvya Plath y Assia Werill); “Es siempre negra noche la vida / para quien la concibe y la celebra / desde la oscuridad de una caverna” (Buenos Aires a principios de los años ochenta del siglo pasado); “¿Dónde, dónde la vida?, me pregunto. / Y la respuesta es el epitafio / de un poeta que supo que la vida / es el agua del río que nos lleva” (Ante la tumba de Keats en Roma). Y, conjugando la traducción española del clásico de Charlton Heston y Edward G. Robinson, se pregunta por abandonar la lucha contra la fortuna: “¿No será más fácil / esperar que el destino nos alcance?” (Vacaciones).

El libro culmina en una elegía que evoca a Antonio Machado, uno de los referentes de Bascuñana, quien al final de su vida escribió sobre “estos días azules y este sol de la infancia”. Con este homenaje, el poeta parece susurrar una reflexión sobre el destino y la fugacidad de la vida, recordándonos que la poesía puede capturar el “agua del río que nos lleva”: “para evocar al hombre vencido y derrotado / que presiente su muerte en un país extraño / y que a pesar de ello es capaz de escribir / un verso que resuma la trama de la vida, / estos días azules y este sol de la infancia” (Antonio Machado a orillas del Duero).

La trama de los días es un poemario con gran profundidad, en el que las referencias culturales sirven a un propósito más allá de lo estético para explorar los aspectos más esenciales de la existencia humana. Bascuñana construye un mapa poético donde cada ciudad, cada personaje y cada reflexión es una pieza de un rompecabezas que refleja la complejidad del vivir.

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