Con prólogo de Pura Fernández Segura, Piedra que Mengua es el ganador del XL Premio Ángel Martínez Baigorri, y se presenta como un viaje lírico de profunda introspección y espiritualidad, un texto que entrelaza la naturaleza mineral con la experiencia humana. Un libro que no solo explora la materia, sino que la trasciende, convirtiendo la piedra en símbolo de resistencia, transformación y amor. Desde el inicio, el libro establece su densidad simbólica con citas de Gabriela Mistral, Federico García Lorca y Juana Castro, que sirven de pórtico a un universo poético donde la piedra se convierte en una metáfora omnipresente: “En el comienzo / aquella voz magmática / fundía sobre lava / su profundo nombrar. /.../ De su germen nací / en angélico infierno /.../ En el comienzo tú, / sordo estruendo, / amor / de fuga”. Tapia recurre a un lenguaje que oscila entre lo telúrico y lo celestial, logrando una fusión entre lo tangible y lo abstracto. La piedra, en este contexto, es tanto el núcleo físico como el espiritual, representando la fortaleza, la fragilidad y la capacidad de cambio: “Me bautizaste Piedra, / y me envolviste entera de firmeza, / de claridades férreas y en el cobre / de mi veta extenuada pusiste / esa humedad de amor”; “Mirad mi corazón de estalactita /.../ Piedra terrestre. / Piedra que mengua”.
El poemario está compuesto por versos libres, caligramas y formas tradicionales como el soneto (“Ya ha muerto mi ilusión, y era tan pura”, por poner un brillante ejemplo), demostrando la versatilidad técnica de la autora. El uso del caligrama como recurso visual enriquece la experiencia del lector, subrayando la materialidad del texto y su conexión con lo geométrico y lo natural. La musicalidad de los versos es notable, lograda mediante un ritmo cadencioso que recuerda al fluir del magma o al desgaste de las rocas por el agua, reforzando el carácter orgánico del discurso poético: “Y es cama de cristal mi mente ardía: / brumosas procesiones de vapores, / volcanes y orogenia, / un vals de continentes / siguiendo ese compás de las edades”. Además de la simbología, digamos, telúrica, el leitmotiv reúne otras resonancias: “Si fue Kefás el nombre que me diste, / si hiciste tu bosque en mis entrañas, / no fue por mi virtud, por esta fuerza / de Sísifo que carga sus personas, / fue por la libertad de tu deseo, / de aquel mercurio ardiente de tu voz”. Además del recurso a la paradoja: “Dulzura es lo que hallo en la sustancia / que tú me concediste /.../ Tu risa es material, yo la materia / desde la cual te alzas. Qué milagro / volver a ser del magna / y desposarme entera / con tu fuerza”; “Un baile de pureza se desprende / de mis manos – paloma, / por eso / déjame que te acune, / ser tu nido/ el último baúl donde dispongas / tejidos de alegría”.
El tono es solemne, casi litúrgico, evocando una voz que dialoga con lo eterno. La repetición de imágenes y símbolos, como el magma, el cuarzo y el guijarro, crea una cohesión temática que invita al lector a sumergirse en un universo cíclico, donde el tiempo y la materia se entrelazan: “Ocurrió en mi vejez el prodigio, / el milagro de ser / otra casa –y yo misma– / ¡un doblez luminoso!”; “Así, / tosca, / ahuecada, / enardecida, / fui cúspide de dicha / aquella construcción / de piedra tan menuda”. El eje central de la obra es la piedra como símbolo de transformación. Desde su mención como "piedra madre" “No nos dejes caer en la codicia, / Y líbranos de nosotros, / Piedra Madre”) hasta su representación como un "guijarro sencillo", Tapia explora la paradoja de la firmeza y la vulnerabilidad. La piedra no solo es el receptáculo de la historia geológica, sino también de la emocional: “Antes de que tu beso / cambiará mi sustancia y redimiera el núcleo del dolor, // fui de Babel. // En ese tiempo, / en que la esclavitud ponía la marcha / eterna volanderas de atenciones /.../ Antes de ser Tu Piedra, / de ser la libertad ceñida del amor, // fui del mundo”. Aquí, la autora sugiere un proceso de redención, donde la piedra, al igual que el ser humano, encuentra su propósito en el amor y la entrega.
El uso de referencias bíblicas y mitológicas, como la alusión a Kefás (Pedro, "la roca" en la tradición cristiana) y el mito de Sísifo, amplifica la dimensión simbólica del texto. La piedra es tanto un peso como una promesa, un recordatorio de la finitud humana y la posibilidad de trascendencia: “Todo es cansancio dentro de esta esfera”. Alrededor de la melancolía surgen momentos de gran pureza lírica: “Ya no repito el beso o la caricia / que estalla, que calcina, que recorre / esa materia viva de tu ser”; “Yo quisiera cantarte con la voz más serena. / Más soy cardo que un día / se perdió en el sal de un verso enamorado /.../ Porque esta roca madre que yo soy / no borra, / no derrite / su cera fervorosa”; “Es tan impronunciable tu dulzura, / es un caudal que el magma no contiene, / que sabe hasta mis labios para ser / vocablo sin hechuras /.../ Verás que menguaré para que exista”.
Otro tema recurrente es la relación entre la materia y el espíritu. La voz poética celebra la materialidad de la piedra, pero también sugiere que esta contiene una chispa divina: “Dentro de cada ser / aquel genuino cuarzo / late, / brilla, / ¡id a buscarlo!”. Esta dualidad refleja la tensión entre lo terrenal y lo celestial, un tema que resuena en el trasfondo místico del libro: “Cautiverio de luz / te sacude” o “La piedra de tropiezo es nuestra casa”.
El lenguaje de Marina Tapia es rico en imágenes y metáforas, pero también preciso. Cada palabra parece estar cuidadosamente elegida para evocar tanto lo concreto como lo inefable. La construcción de imágenes, como “¿Y si yo me reflejo / no en el mármol suntuoso, / no es el serio alabastro, / ni en cristales o gemas? /.../ ¿Y si fuera perfecta / la caricia del canto que la mar ha pulido?//Y si soy para ti / un sencillo guijarro / en un nuevo comienzo!” demuestra una maestría en la creación de paisajes poéticos que son simultáneamente cósmicos e íntimos.
La inclusión de formas tradicionales, como el soneto, aporta un contrapunto clásico a la modernidad del verso libre. Esto refuerza la idea de la piedra como un elemento atemporal, que conecta el pasado con el presente y lo tangible con lo espiritual. “Eres la voz / al fondo / del silencio”. Por último, el recurso metapoético, la referencia a la escritura como tabla de salvación culmina el recorrido lírico de este poemario: “Que mi poema ruede como alud, / y luego se despeñe hacia los ríos /.../ Que mi canción minúscula transita / el ojo de una aguja, / para bordear por siempre / un manto enamorado de tu mundo”.
Los últimos poemas llevan al gozo y al amor, trascendiendo todas las connotaciones negativas que ha ido explorando a lo largo de las páginas: “Alegraos, estad contentas / porque recibiréis lo que no se ve, / pero es eterno, / y todo lo que el mundo os despoja”; “Volví para deciros cuánto amor / he visto en lo que rueda y se desprende”. Por eso, la principal característica de esta piedra que mengua es el de santuario: “Has mezclado mi voz con arcilla. / has herido el instante. / Has hecho de la roca mi refugio”.
Piedra que mengua es una obra que merece una lectura atenta y reflexiva. Marina Tapia ha logrado crear un poemario donde cada verso es una capa geológica de significado, invitando al lector a explorar las profundidades de la experiencia humana a través del prisma de la piedra. La obra destaca no solo por su riqueza simbólica, también por su rigor formal y su capacidad para evocar lo eterno desde lo cotidiano. Es un libro que se habita, como si uno mismo fuera esa "piedra que mengua" en busca de transformación y redención.