domingo, 5 de enero de 2025

Reseña de Marina Tapia: ‘Piedra que mengua’. Ayuntamiento de Lodosa. 2024


Con prólogo de Pura Fernández Segura, Piedra que Mengua es el  ganador del XL Premio Ángel Martínez Baigorri, y  se presenta como un viaje lírico de profunda introspección y espiritualidad, un texto que entrelaza la naturaleza mineral con la experiencia humana. Un libro que no solo explora la materia, sino que la trasciende, convirtiendo la piedra en símbolo de resistencia, transformación y amor. Desde el inicio, el libro establece su densidad simbólica con citas de Gabriela Mistral, Federico García Lorca y Juana Castro, que sirven de pórtico a un universo poético donde la piedra se convierte en una metáfora omnipresente: “En el comienzo / aquella voz magmática / fundía sobre lava / su profundo nombrar. /.../ De su germen nací / en angélico infierno /.../ En el comienzo tú, / sordo estruendo, / amor / de fuga”. Tapia recurre a un lenguaje que oscila entre lo telúrico y lo celestial, logrando una fusión entre lo tangible y lo abstracto. La piedra, en este contexto, es tanto el núcleo físico como el espiritual, representando la fortaleza, la fragilidad y la capacidad de cambio: “Me bautizaste Piedra, / y me envolviste entera de firmeza, / de claridades férreas y en el cobre / de mi veta extenuada pusiste / esa humedad de amor”; “Mirad mi corazón de estalactita /.../ Piedra terrestre. / Piedra que mengua”.

El poemario está compuesto por versos libres, caligramas y formas tradicionales como el soneto (“Ya ha muerto mi ilusión, y era tan pura”, por poner un brillante ejemplo), demostrando la versatilidad técnica de la autora. El uso del caligrama como recurso visual enriquece la experiencia del lector, subrayando la materialidad del texto y su conexión con lo geométrico y lo natural. La musicalidad de los versos es notable, lograda mediante un ritmo cadencioso que recuerda al fluir del magma o al desgaste de las rocas por el agua, reforzando el carácter orgánico del discurso poético: “Y es cama de cristal mi mente ardía: / brumosas procesiones de vapores, / volcanes y orogenia, / un vals de continentes / siguiendo ese compás de las edades”. Además de la simbología, digamos, telúrica, el leitmotiv reúne otras resonancias: “Si fue Kefás el nombre que me diste, / si hiciste tu bosque en mis entrañas, / no fue por mi virtud, por esta fuerza / de Sísifo que carga sus personas, / fue por la libertad de tu deseo, / de aquel mercurio ardiente de tu voz”. Además del recurso a la paradoja: “Dulzura es lo que hallo en la sustancia / que tú me concediste /.../ Tu risa es material, yo la materia / desde la cual te alzas. Qué milagro / volver a ser del magna / y desposarme entera / con tu fuerza”; “Un baile de pureza se desprende / de mis manos – paloma, / por eso / déjame que te acune, / ser tu nido/ el último baúl donde dispongas / tejidos de alegría”.

El tono es solemne, casi litúrgico, evocando una voz que dialoga con lo eterno. La repetición de imágenes y símbolos, como el magma, el cuarzo y el guijarro, crea una cohesión temática que invita al lector a sumergirse en un universo cíclico, donde el tiempo y la materia se entrelazan: “Ocurrió en mi vejez el prodigio, / el milagro de ser / otra casa –y yo misma– / ¡un doblez luminoso!”;  “Así, / tosca, / ahuecada, / enardecida, / fui cúspide de dicha / aquella construcción / de piedra tan menuda”. El eje central de la obra es la piedra como símbolo de transformación. Desde su mención como "piedra madre" “No nos dejes caer en la codicia, / Y líbranos de nosotros, / Piedra Madre”) hasta su representación como un "guijarro sencillo", Tapia explora la paradoja de la firmeza y la vulnerabilidad. La piedra no solo es el receptáculo de la historia geológica, sino también de la emocional: “Antes de que tu beso / cambiará mi sustancia y redimiera el núcleo del dolor, // fui de Babel. // En ese tiempo, / en que la esclavitud ponía la marcha / eterna volanderas de atenciones /.../ Antes de ser Tu Piedra, / de ser la libertad ceñida del amor, // fui del mundo”. Aquí, la autora sugiere un proceso de redención, donde la piedra, al igual que el ser humano, encuentra su propósito en el amor y la entrega.

El uso de referencias bíblicas y mitológicas, como la alusión a Kefás (Pedro, "la roca" en la tradición cristiana) y el mito de Sísifo, amplifica la dimensión simbólica del texto. La piedra es tanto un peso como una promesa, un recordatorio de la finitud humana y la posibilidad de trascendencia: “Todo es cansancio dentro de esta esfera”. Alrededor de la melancolía surgen momentos de gran pureza lírica: “Ya no repito el beso o la caricia / que estalla, que calcina, que recorre / esa materia viva de tu ser”; “Yo quisiera cantarte con la voz más serena. / Más soy cardo que un día / se perdió en el sal de un verso enamorado /.../ Porque esta roca madre que yo soy / no borra, / no derrite / su cera fervorosa”; “Es tan impronunciable tu dulzura, / es un caudal que el magma no contiene, / que sabe hasta mis labios para ser / vocablo sin hechuras /.../ Verás que menguaré para que exista”.

Otro tema recurrente es la relación entre la materia y el espíritu. La voz poética celebra la materialidad de la piedra, pero también sugiere que esta contiene una chispa divina: “Dentro de cada ser / aquel genuino cuarzo / late, / brilla, / ¡id a buscarlo!”. Esta dualidad refleja la tensión entre lo terrenal y lo celestial, un tema que resuena en el trasfondo místico del libro: “Cautiverio de luz / te sacude” o “La piedra de tropiezo es nuestra casa”.

El lenguaje de Marina Tapia es rico en imágenes y metáforas, pero también preciso. Cada palabra parece estar cuidadosamente elegida para evocar tanto lo concreto como lo inefable. La construcción de imágenes, como “¿Y si yo me reflejo / no en el mármol suntuoso, / no es el serio alabastro, / ni en cristales o gemas? /.../ ¿Y si fuera perfecta / la caricia del canto que la mar ha pulido?//Y si soy para ti / un sencillo guijarro / en un nuevo comienzo!” demuestra una maestría en la creación de paisajes poéticos que son simultáneamente cósmicos e íntimos.

La inclusión de formas tradicionales, como el soneto, aporta un contrapunto clásico a la modernidad del verso libre. Esto refuerza la idea de la piedra como un elemento atemporal, que conecta el pasado con el presente y lo tangible con lo espiritual. “Eres la voz / al fondo / del silencio”. Por último, el recurso metapoético, la referencia a la escritura como tabla de salvación culmina el recorrido lírico de este poemario: “Que mi poema ruede como alud, / y luego se despeñe hacia los ríos /.../ Que mi canción minúscula transita / el ojo de una aguja, / para bordear por siempre / un manto enamorado de tu mundo”.

Los últimos poemas llevan al gozo y al amor, trascendiendo todas las connotaciones negativas que ha ido explorando a lo largo de las páginas: “Alegraos, estad contentas / porque recibiréis lo que no se ve, / pero es eterno, / y todo lo que el mundo os despoja”; “Volví para deciros cuánto amor / he visto en lo que rueda y se desprende”. Por eso, la principal característica de esta piedra que mengua es el de santuario: “Has mezclado mi voz con arcilla. / has herido el instante. / Has hecho de la roca mi refugio”.

Piedra que mengua es una obra que merece una lectura atenta y reflexiva. Marina Tapia ha logrado crear un poemario donde cada verso es una capa geológica de significado, invitando al lector a explorar las profundidades de la experiencia humana a través del prisma de la piedra. La obra destaca no solo por su riqueza simbólica, también por su rigor formal y su capacidad para evocar lo eterno desde lo cotidiano. Es un libro que se habita, como si uno mismo fuera esa "piedra que mengua" en busca de transformación y redención.

miércoles, 1 de enero de 2025

Reseña de Julia Navas Moreno: ‘Bailarinas de rafia’. Chamán ediciones. 2024

Puentes de papel: JULIA NAVAS MORENO. BAILARINAS DE RAFIA


Tras Confieso que he perdido el miedo (2005); Ombligos y universos (2015);  Simulacro, (2019);  y Zapatos sin cordones (2021), Bailarinas de rafia es el último poemario de Julia Navas Moreno donde destaca su profundidad emocional y la forma en que aborda temas tan cercanos, tan personales, tan íntimos y a la vez tan universales como la memoria, las relaciones familiares, el paso del tiempo y el enfrentamiento con la pérdida. Cuenta con el prólogo de Andrés Ortiz Tafur. Es un claro homenaje a la familia desde la posición de hija –frente, como señala el prólogo– al enfoque desde la maternidad de Zapatos sin cordones (Chamán, 2021): “¿Qué nos queda, madre? / ¿Por qué la distancia, si tanto nos amamos, / es cada vez más larga? / Ahora la desmemoria lo anega todo / y solo hay vagones de recuerdos oxidados / en paradas muertas” (Bailarinas de rafia).

La experiencia traumática del deterioro por la edad deja en desamparo no solo a quien lo padece, sino que transforma el universo a su alrededor: “Se te ha quedado tan inmenso el mundo / que hasta sobra espacio en los armarios /…/ como si fuesen tuyas compartes las estancias / cuando ya nada posees, / salvo esta capacidad de confusión / que a su antojo nos nombra. // No, mamá, no somos tus hermanas, / ¿No lo recuerdas? Solo tienes un hermano” (¿Cuál es mi nombre?). Julia trata de alternar los puntos de vista, haciéndose cargo del Otro, su madre en este caso: “Hoy no dudaste de quien soy / aunque no recordases mi nombre /…/ Ella no ha parido una eterna niña / que acabe enredada entre las sábanas” (Silencio). En la exploración de la memoria y el olvido, libro trata la memoria desde su fragilidad y su poder evocador. Navas nos enfrenta a la desmemoria, un fenómeno que no solo despoja a las personas de sus recuerdos, sino que también redefine las relaciones humanas. En poemas como Dignidad y ¿Cuál es mi noche?, la autora aborda claramente la confusión que emerge cuando los vínculos familiares se desdibujan, invitándonos a reflexionar sobre cómo construimos nuestra identidad a través del otro.

Este es un testimonio poético de las luchas internas, la reconciliación con el pasado y la búsqueda de sentido frente a las inevitables transformaciones de la vida, un viaje introspectivo donde la memoria, el amor, la pérdida y la identidad se entrelazan en versos cargados de sensibilidad, hondura y de dolorosa sinceridad: “He huido de mi padre y de mi madre / en distinta medida / y ahora resulta que soy su vivo retrato /…/ ¿Me he ido desdibujando o, por fin, / soy yo más que nunca?” (Incertidumbre). A través de sus versos, Julia Navas se cuestiona constantemente quién es frente al reflejo de sus padres, sus hijos y su propio pasado. Esta exploración de la identidad resuena con cualquier lector que haya sentido la tensión entre ser parte de algo más grande y ser fiel a uno mismo. “Por primera vez en mi vida / quiero todo en su sitio / los sentimientos resueltos / y las heridas cerradas. / Necesito cauces para todas las aguas / por muy voluminoso que sea el caudal, / y evitar el desbordamiento / que arrastre todo el agujero negro del olvido” (Lo conocido); “He sido valiente tantas veces, / pero otras has contado hasta cien / jugando al escondite, / refugiándote en todos los bosques / mientras pequeñas arañas tejían tu pelo”. En suma, una dolorosa reflexión sobre “Cómo sobrevivir al desencanto / ahora que sabes que el futuro / tiene los días contados, / que necesita a tus hijos más que ellos a ti” (Merma).

El libro se erige como un canto a complejidad de las relaciones familiares, con sus luces y sombras. Navas no teme explorar la ambivalencia del amor filial, los desencuentros y las reconciliaciones. En Últimos días de un padre, la autora ofrece un acto de perdón desgarrador (“Ya te he perdonado, padre, / por haber rechazado tantas veces / el amor de mi rebosante y desnuda rebeldía, / ese amor que un día dejé de regalarte / a manos llenas / y que ahora respiras a cada golpe de ausencia”), mientras que en Nido vacío reivindica los momentos robados de maternidad: “Y reivindico tu tiempo, tu pequeño tiempo robado, / momentos de saldo a horas intempestivas / para que nadie note tu ausencia”. Cada poema es un testimonio de la complejidad de amar y ser amado dentro de la familia.

Hay mucho dolor en estos versos: “Me rendí al sueño / como ya me había rendido a la vida” (Demasiado alto); “¿Dónde me ha llevado tanto esfuerzo / si preferimos ser cuervos antes que alondras?” (Fosos). Se impregnan de una sensación de indefensión: “Te quiero fuerte, soberana, tangible, / y no sé qué hacer con los miedos / que te envuelven y paralizan / como enormes anacondas” (Imperfectas) y, en parte, una fase de derrota: “La épica del quebranto habla más de nosotros / que la vanagloria del éxito” (Aprendizaje); “Necesito que al menos un rayo de luz / alumbre la austera estancia para que empuje / la tristeza que todo lo ocupa / hacia afuera” (Asilo).

Sin embargo, aunque la obra está impregnada de una melancolía profunda, también es un canto a la resiliencia. Poemas como Respirar es lo importante nos recuerdan que la huida puede ser un acto de supervivencia (“Ella sabe que la huida es / un acto de supervivencia”), mientras que en Lo conocido, expresa un deseo de reconciliación y orden en medio del caos emocional un poco frente al sosiego del pasado (“Jugábamos cada día a apurar nuestros cuerpos / y celebrábamos las victorias al vencer la tristeza del ocaso”, ¿Renacida?). Sentencia Julia Navas con dolorosísima lucidez y comprensión que “Tu lengua ya no encuentra las sílabas / de nuestros nombres / y tu dignidad se manifiesta en un pañal / que permanece impoluto” (Dignidad).

La riqueza del lenguaje de Navas es indiscutible. Su habilidad para conjugar imágenes potentes y conmovedoras crea un universo poético que atrapa al lector desde el primer verso. Estas imágenes son ejemplo de cómo los símbolos pueden evocar desde lo íntimo a lo universal: “visité los frentes del olvido / para beber de otras existencias exentas de limos” (Paisajes). La autora utiliza un lenguaje directo y cargado de emociones para transmitir experiencias personales que resuenan con el lector, como el deseo de resolver sentimientos y cerrar heridas: “También las palabras se olvidan, / o se difumine su significado / o se desubicas y todo se descolora / y confunde” (Cambios de roles II). Un tono confesional en el que Julia Navas no se esconde: “Te he mentido diciéndote / que nunca te mentiría. / He jugado sucio para limpiar mis pecados / y expiar la culpa que anida en mis armarios” (De mentiras y pájaros).

Bailarinas de rafia no es solo un libro de poesía, y esto es una constante en la obra de Julia Navas, es un refugio emocional, una obra que invita al lector a mirarse en el espejo de sus propios sentimientos y experiencias. Ha logrado, de nuevo, crear un libro que, paradójicamente, perdurará en la memoria, por la belleza de su lenguaje, por la honestidad. Julia Navas Moreno nos recuerda que, incluso en medio del dolor y la pérdida, la poesía puede ser un faro de luz y un acto de resistencia frente al olvido: “Quiero la desmemoria para no recordarte huraña” (Caos y demencia).