miércoles, 26 de noviembre de 2025

Reseña de Carmen Canet: ‘Telegramas’. Libros del Aire. 2025

Telegramas - Libros del Aire 


La figura de Carmen Canet en el mundo del aforismo  es importante. Ahí están sus Cipselas  (Polibea, 2022), Monodosis (Trea, 2021), Legere eligere (Cypress /Apeadero de Aforistas, 2021), Olas (Isla de Siltolá, 2020), Malabarismos (Valparaíso, 2016), Luciérnagas (Renacimiento, 2018). Junto a Ricardo Virtanen, Interruptores. Breviario de luces y sombras (Sonámbulos, 2022) y, con Javier Bozalongo, Cóncavo y Convexo (Esdrújula, 2019). Además de su labor como estudiosa y divulgadora del género breve. Ahora, en Telegramas, Carmen Canet confirma su maestría cuando cada frase es una ventana a la reflexión, al humor y a la emoción. Sus telegramas no son simples destellos intelectuales: son fragmentos de vida condensados, pequeñas piezas de sabiduría que oscilan entre la ironía y la ternura, la lucidez y la crítica social. Canet pertenece a esa estirpe de autores que, como Montaigne, Claribel Alegría o Martín Gaite —referencias explícitas en el libro, junto a Lope de Vega, Margarite Duras, Gil de Biedma, Víctor Manuel o Groucho Marx— hacen del pensamiento un ejercicio de intimidad compartida.

Desde el inicio, la autora revela una mirada lúcida sobre el mundo contemporáneo: “Están ocurriendo hechos en la Historia que nos acercan a la Prehistoria”. Con esta sentencia, Canet sintetiza el retroceso ético y cultural de nuestro tiempo, denunciando con ironía la paradoja del progreso. La crítica social atraviesa buena parte del libro, pero siempre con el tono sutil y la agudeza de quien observa más que sermonea. Su inteligencia se manifiesta en la capacidad de convertir una intuición en pensamiento y una observación cotidiana en revelación. La escritora despliega una ironía elegante, perceptible en aforismos como “Hay personas a las que les confías un problema y en vez de quitarle hierro, lo oxidan” o “«Si Dios quiere»: qué mala costumbre la de poner nuestro destino en manos de un desconocido”. En ellos, Canet combina humor y crítica, desenmascarando costumbres sociales, creencias heredadas y comportamientos humanos con una sonrisa cómplice. La ironía, en su obra, no hiere: ilumina. Su tono recuerda al de los moralistas franceses, pero con una voz contemporánea, femenina y mediterránea. Advierte del peligro “Cuando cargamos la tinta y no es sobre el papel” o el de  “Banalizar lo que no tiene solución es un logro”. Un conocimiento profundo del ser humano se percibe en muchos aforismos: “La conciencia de la edad. La consciencia del tiempo. La ciencia de vivir y sobrevivir”.

Otro de los ejes temáticos de Telegramas es la reflexión sobre la escritura y la lectura como formas de conocimiento y supervivencia. Canet afirma que “Escribir es leerse”, y con ello condensa la esencia autorreflexiva de la creación literaria: escribir no es sólo producir palabras, sino encontrarse en ellas. En otro momento añade: “Escribir es tener la necesidad de hablar en silencio. Lo mismo pasa con la lectura”. Ambas sentencias establecen una poética íntima en la que el lenguaje es refugio y espejo. La lectura, dice, “es la amante cómplice de nuestra soledad”, una definición que condensa la pasión y la complicidad que la autora establece con sus lectores. Otros aforismos, como en Legere, eligere: “La genialidad de algunas novelas es que en la primera página te adelantan el final (parece que hacen spoiler) y consiguen ser las más intrigantes”; “La intertextualidad bien llevada es enriquecedora tanto para el lector ávido como para cualquier lector”.

El lenguaje, para Canet, es un territorio de exploración filosófica. En “Cicatriz: escritura en la piel” convierte una metáfora visual en una verdad existencial. Cuando sentencia que “La reflexión es un método de conocimiento y a la vez de extrañamiento” nos acerca a ese momento del conocimiento en el que la razón parece contradecirse con la vida cotidiana. En “El imperativo es un mal modo y tiene malos modos” juega con la gramática para ironizar sobre el poder, demostrando que el lenguaje no sólo comunica, sino que también manda, somete o libera. Esta dimensión metalingüística se refuerza con la idea de que “Los aforismos suelen ser retratos sociales. Espejos en donde te reconoces”. La autora concibe el aforismo como una forma de autorretrato colectivo, donde lo personal y lo social se entrelazan en la brevedad de una frase: “La vida es como un poema sin medida, tiene mucho rito y está en suspensión continua. Y no rima casi nunca”. Otros aforismos con carga antropológica pueden ser: “Suele ocurrir que algunas personas cuando se alaba a alguien, comienza a alabarse de ese halago”; “Hay rostros que son un discurso”. Incluso retratos te tipos humanos como: “Era una mujer constante y sonante”;  “El mentiroso miente al prójimo como a sí mismo”; “Escribía con palabras de ciudad asfaltada”. En suma, “A veces reinamos demasiado en las cosas. Y no tenemos sangre azul”.

La escritora también aborda la condición humana con delicadeza y profundidad. “Cuando no tropezamos con los pies, sino con la cabeza” sintetiza la dimensión simbólica del error: no sólo caemos físicamente, sino también intelectualmente. En “El tiempo no lo cura todo, pero se acostumbra”, Canet explora la resignación como forma de adaptación.  ¡Cuánta lucidez al afirmar que “Qué diferencia entre los roces del comienzo de una relación y las roazaduras de cuando finalizan”! Y cuando escribe “Las metas son nuevos puntos de partida”, subraya la circularidad de la existencia, el movimiento perpetuo entre deseo y logro. En su mirada, la vida no se detiene: se repiensa. Nos previene de algunas personas y aclara que “A veces sucede que gusta más la manera de callarse de alguien que su manera de hablar”. También es cierto que “Las bocas dialogantes conversan mejor con otros labios”, mientras que en otras ocasiones encontramos a alguien que “Escribía de lo que no quería hablar”.

La precisión verbal es uno de los rasgos más destacables de su estilo. “La precisión es fundamental en el aforismo. También precisa de la intuición. Y de la razón y el corazón”, afirma ella misma, sintetizando su poética. Cada palabra es elegida con la exactitud de quien sabe que la brevedad no permite errores. En sus textos no sobra ni una coma: el ritmo, la cadencia y la sonoridad contribuyen a la eficacia del pensamiento. Canet domina la paradoja, el contraste y la antítesis, como en “Las minorías inmensas. Las mayorías intensas”, donde el juego de opuestos desvela una reflexión sobre identidad y pertenencia. En el plano técnico, Canet emplea recursos como la metáfora, la antítesis, la polisemia y la elipsis. Cada aforismo funciona como un mecanismo poético que condensa significados múltiples: “No olvidaba mal” es un buen ejemplo de esta sutileza. Algunos títulos o términos, como “Anacronismo: tirar de la cadena es una metonimia en desuso”, muestran su gusto por el juego lingüístico y la cultura, mientras que otros, como “El aforismo se mece entre la mediatez y la inmediatez, entre el genio y el ingenio, entre la luz y la sombra, entre la licencia y la norma”, constituyen verdaderos manifiestos sobre el género. Canet se autodefine como artesana del pensamiento breve: “El aforismo no es un camino ancho, es un camino estrecho que nuestra mente ensancha”.

 

Su sensibilidad poética se percibe en imágenes como “La noche venciéndose y venciéndome. El día prende y me enciende” o “Hay caricias que te alejan de los inviernos”. Aquí el lirismo aflora con naturalidad, sin artificio, fundiendo emoción y pensamiento: “El olvido: ardiendo lo ardido” o “El viento de la vida no solo desordena el cabello”. En otros casos, la ternura se mezcla con el humor, como en “Hasta las malas personas enseñan (a no ser como ellas)”, donde la sabiduría popular adquiere un matiz ético. Otros ejemplos pueden ser  “Hay sujetos que no merecen tener ni predicado”.

En el cierre de Telegramas, la autora resume su poética vital y literaria: “El aforismo es nuestro cómplice: suspende el tiempo y aprueba la vida” y “El aforismo es razón y piel”. Estas afirmaciones condensan la esencia de su escritura: una mezcla de intelecto y emoción, de razón lúcida y sensibilidad abierta. Canet no pretende sentar cátedra, sino compartir una forma de mirar. Sus aforismos invitan a detenerse, a pensar y, sobre todo, a sentir. Telegramas es una obra luminosa que demuestra que la brevedad puede contener el universo. En apenas unas líneas, Carmen Canet logra unir pensamiento y poesía, crítica y ternura, risa y melancolía. Cada aforismo es una chispa que ilumina lo cotidiano. Leerla es reconocerse, porque como ella misma afirma: “El aforismo no es un invierno frío, es un invierno hospitalario”.

 

miércoles, 19 de noviembre de 2025

Reseña de José Iniesta: ‘Un montón de piedras’. La Garúa. Poesía. Haiku. 2025

 Un montón de piedras – La Garúa


La poesía breve, cuando alcanza su plenitud, se convierte en una revelación condensada, un relámpago que ilumina no solo el instante, sino también la hondura de lo eterno. En Un montón de piedras, José Iniesta se adentra en la tradición del haiku con una voz que oscila entre lo meditativo y la plenitud, entre la memoria íntima y la apertura cósmica. Este libro confirma la vuelta poética del autor la mirada celebratoria, al lado más luminoso de la experiencia. “La poesía siempre fue un fuego en la noche, mi casa verdadera. Y a su amparo viví en libertad. También es una piedra en el aire y una alta torre desde donde asomarse al misterio que soy, que somos. Grito y música, mirada y pensamiento, corazón y encrucijada constituyen su materia salvaje” dice en el Prólogo. La metáfora de la piedra (peso, ruina y memoria) dialoga con la de la torre, emblema de lo alto y lo sagrado. Ese doble movimiento, hacia la tierra y hacia la trascendencia, vertebra toda la obra. La raíz de su experiencia poética está, pues, en una morada hecha de palabra, donde el fuego interior arde sin consumir y el misterio se vuelve refugio. Desde esa declaración inicial, el libro se sostiene en una visión doble: lo terrestre y lo espiritual, lo íntimo y lo cósmico.

El libro se compone de tres secciones: Sol en un muro, La rama más alta y Atraviesa el bosque, cada una con un tono y una dirección propios, aunque siempre atravesadas por la conciencia de lo efímero y la búsqueda de lo absoluto. Un recorrido vital y espiritual desde la intimidad doméstica a la meditación existencialista, y de ésta a la comunión con la naturaleza, José Iniesta despliega una búsqueda que no es lineal, sino circular, como el ritmo de las estaciones o el retorno de las mareas. En cada parte, el haiku se convierte en instrumento de conocimiento y de transformación.

En Sol en un muro predominan los haikus que indagan en la experiencia cotidiana, el jardín, la casa, el amor, los gestos mínimos... Pero en ellos la cotidianeidad se abre a lo infinito. Versos como “Todo acontece / en mi jardín cerrado / a su infinito” condensan la paradoja de lo íntimo que se expande hacia lo universal, el espacio doméstico se convierte en espejo del cosmos. La casa, el amor, la risa compartida se convierten en núcleos de trascendencia: “Beso tu vientre, / matriz donde reside / mi miel salvaje”. Lo pequeño contiene lo inmenso; lo cotidiano, lo eterno. El haiku “Un cementerio / sin nadie, y la memoria / montón de piedras” es, quizá, el más representativo: la piedra como metáfora de lo que persiste y de lo que nos sobrevive, un emblema de la memoria colectiva y personal. En esa imagen se concentra el sentido del título: las piedras como restos de lo vivido, testigos mudos del tiempo que pasa. El poema se convierte así en un acto de conservación, una resistencia contra el olvido. En esta primera sección, Iniesta celebra lo inmediato, pero siempre con la conciencia de su fragilidad. El haiku, al condensar la experiencia, la ilumina. Hay un temblor amoroso en versos como “Llego a mi casa. / Se desvanece el mundo. / Todo es tu risa”, donde la intimidad se eleva a categoría de revelación. Otros poemas van en la misma línea: “¡Qué gran alcance! / Debajo del granado / tiemblo y respiro”; “En el poema / crecemos como el árbol / ¡hacia la luz!”.

En La rama más alta, la voz se recoge y se vuelve más meditativa, más metafísica, mística siempre. Muy cerca de las imágenes de Juan de Yepes y Teresa de Ávila: “Lo incompresible / no es la noche infinita. / Es nuestra búsqueda”. También de Machado y Heráclito: “Ayer es hoy / Mañana el mismo río. / ¡Qué sequedades!”. La fugacidad del tiempo y la cercanía de la muerte son los temas centrales El tono se impregna de la soledad del pensamiento y de la certeza de la muerte.  El poeta contempla el vacío como condición del ser. Pero no hay desesperación, sino aceptación: “Vela en la noche / para ti, padre, dentro / de mi escritura”. El despojo se transforma en claridad: “Soledad grande. / Asomarse al misterio / de no ser nadie”. Sintetiza el impulso del poeta hacia el despojamiento, hacia el silencio donde el yo se diluye. “Lo tengo todo. / Mi vida sin deseos / y ser el centro”, escribe Iniesta, y en ese desapego resuena la sabiduría zen. Sin embargo, no se trata de una negación del mundo, sino de un regreso hacia lo esencial. El yo se disuelve en la conciencia universal. El tiempo, la muerte y la divinidad son aquí temas de contemplación más que de angustia. “Mi último viaje / es un largo regreso / hacia el amor”: el destino final no es la nada, sino el reencuentro con una fuente originaria. Y sin embargo, el poeta mantiene la lucidez de la duda: “Qué certidumbre. / Un dios habita en mí, / y en nada creo”. En esa tensión entre fe y escepticismo, entre la necesidad de creer y la imposibilidad de hacerlo, se sostiene la respiración del libro: “Todas mis noches / meditando esta vida / que va a su muerte”; “La muerte amiga / y la ignorancia siempre / van con nosotros”. La sección explora, con serenidad y hondura, la tensión entre lo incomprensible y la necesidad humana de sentido: “Tiene mi sueño / una fuente escondida / en sus desiertos”.

La tercera sección, Atraviesa el bosque, es la más abierta y celebratoria. Retorna a la naturaleza como espacio sagrado y como escenario de reconciliación: “Andando a oscuras / todo lo vi en la noche / de los relámpagos”. Después del silencio y la introspección, el poeta sale al mundo, y la naturaleza se convierte en espacio de reconciliación: “Salgo a los campos / y existo. Es un templo / de luz, sin dioses”. La experiencia de lo sagrado se libera de la teología y se funda en la presencia pura. La montaña (“En la montaña / la luz nos reconcilia / con lo sagrado”), los evangélicos lirios (“Mirad los lirios / del campo y comprended / lo que es la vida”), los trigales (“Gozosa llaga / al ver en los trigales / las amapolas”), los surcos de tierra (“Surcos de tierra. / Voy lanzando mis versos / como semillas”), los árboles (“Igual que el árbol, / ser lo absoluto y parte / del bosque eterno”)… cada imagen es una epifanía:. En esa metáfora se cifra su ética poética: sembrar en la palabra para que algo crezca en el silencio del lector. Incluso el error es celebración: “Valió la pena / subir hasta la cumbre / equivocada”. El camino importa más que la meta; el aprendizaje más que la verdad: “No sé por qué / me detuve en el presente / toda mi vida”. El poeta aboga por una religiosidad sin dogmas, fundada en la experiencia directa de la belleza. Los elementos de la naturaleza se convierten en símbolos de un vínculo profundo con el ciclo vital, epifanías de lo divino, como enseñó Ibn Arabí. Así la escritura se vuelve celebración y aprendizaje.

Lo que distingue la poesía de Iniesta es su capacidad para fundir tradiciones aparentemente distantes. El haiku japonés, con su economía verbal y su atención al instante, se injerta en la tradición lírica y mística hispánica, rica en introspección y música interior: “Juega el otoño / con mis melancolías / y la hojarasca”. El verso corto lo podría emparentar con el primer Jorge Guillén o con Juan Ramón. Pero Iniesta no imita las formas: las habita desde su lengua y su sensibilidad. Sus haikus no son estampas naturalistas, sino meditaciones concentradas, donde cada imagen abre una grieta hacia lo inefable. De Bashō hereda la mirada limpia; de los místicos castellanos, la intensidad del desvelo; de Antonio Machado o José Ángel Valente, la transparencia del pensamiento poético. El lenguaje de Un montón de piedras es sobrio, casi ascético. No hay adjetivos superfluos ni giros ornamentales. La precisión rítmica y la música mínima de los versos generan un silencio que envuelve la lectura. En el haiku, cada palabra pesa como una piedra; y, al mismo tiempo, flota como una hoja. En esa paradoja radica su belleza. La brevedad no limita, sino que expande. Como dice el propio Iniesta, la poesía es “una piedra en el aire”: material y etérea, humana y divina. Iniesta trabaja con un lenguaje sencillo, depurado, sin ornamentos innecesarios, lo que permite que cada palabra adquiera un peso específico. En sus versos, el silencio entre las sílabas es tan importante como las palabras mismas. Esa sobriedad potencia el efecto de revelación, tan propio del haiku, y lo conecta con una tradición universal de poesía breve: “La casa a oscuras, / y una vela encendida / es nuestra carne”.

En conjunto, este es un libro que se lee como un itinerario espiritual, una iniciación. La primera sección celebra la vida y la intimidad; la segunda, medita sobre la muerte y el vacío; la tercera, se reconcilia con la naturaleza y el misterio. Son formas actualizadas de las vías místicas: contemplar, comprender, reconciliar. El lector atraviesa estas etapas como  quien camina por un bosque con la mirada de un niño (“Siempre está en mí / el niño de la luna y / corre tras ella”) que al final lo conduce hacia una apertura luminosa. Cada sección es una estación del alma, y el conjunto, una meditación sobre la unidad de todas las cosas. La casa del poema no se construye con certezas, sino con interrogaciones: “Dentro del verbo / edifiqué mi casa / con las preguntas”. Es refugio y apertura, morada y tránsito. Como siempre, invita a detenerse, a respirar y a escuchar lo esencial. Y ese gesto, tan simple y tan necesario, es quizá el mayor regalo que puede darnos la poesía.

 

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Reseña de Saray Blanco: 'Del viento'. Txalaparta. 2025.

del viento 


Saray Blanco es autora de novelas breves (La imagen, Editorial Cuadranta, 2021), relatos (El susurro de las salamandras, Editorial Estratega, 2015) y poemas (Admirada Palestina, Editorial CantArabia y Yabalia ediciones, 2024). Comenzó la licenciatura en Filología Hispánica y descubrió la literatura iraní por azar, y a través de ella, también la poesía de otros países de Oriente Próximo. Ha colaborado recientemente con la revista Idearabia, publicación sobre el mundo árabe e islámico actual. Para esta novela cuenta con el excelente prólogo de Miren Agur Maebe, Premio Nacional de Poesía en 2021.

En Del viento Saray Blanco se propone una biografía novelada de Mahshid, un trasunto de la poeta y cineasta iraní Forugh Farrojzad. Este planteamiento le permite acercarse a la figura de la creadora con mayor libertad. Aprovecha la primera persona para ofrecer un relato introspectivo, íntimo, muy poético en el que los acontecimientos vitales e históricos suceden casi en un segundo plano. Los capítulos, cortos, tienen, a veces, un poema de la propia Forugh Farrojzad como ilustración al largo monólogo interior poético. Podríamos decir que se trata de poemas en prosa por el lirismo y la intensidad emocional que Saray Blanco consigue. El hilo argumental es paralelo a los sucesos reales. Forugh Farrojzad (1934–1967) es una de las figuras más emblemáticas y transgresoras de la literatura iraní contemporánea, mujer que desafió las normas impuestas por una sociedad profundamente patriarcal, su vida y su obra se entrelazan como una búsqueda constante de libertad, autenticidad y deseo. Ese es quizás el valor radicalmente contemporáneo que leemos en la novela. Como se entrelaza el lenguaje lírico de la narración con los poemas intercalados.

“En mis pinturas las aves permanecen quietas, domesticadas. Pero en los poemas escritos los pájaros mueven sus alas en el cielo que ansían, como un acto de libertad, o quizás tan solo como una concesión estética, en un lugar al fin para ser, sin ser del todo.

Y es así, incompleta… como un verso que no acaba jamás… Así contemplo mi vida, y el vuelo de los pájaros, en realidad, no tiene nada que ver con ello.”

Se sitúa en el Irán de mediados del siglo XX marcado por la modernización superficial del régimen del Sha, que más que modernización fue una occidentalización forzada fruto de los intentos de británicos de repartirse el territorio ante la amenaza de los rusos en el norte. También está marcada la vida por las restricciones morales del islam tradicional, la voz de Forugh, y, como ella, la protagonista, se alzó como un canto doloroso y luminoso a la individualidad femenina.

El contexto político y cultural del Irán de los años 1950 y 1960 ayuda a comprender la radicalidad de su voz. Tras el golpe de Estado de 1953 que derrocó al primer ministro nacionalista Mohammad Mosaddeq, británicos y, sobre todo, norteamericanos impusieron al Sha Mohammad Reza Pahlavi, quien instauró un régimen autoritario que promovía una modernización occidentalizada sin modificar las estructuras patriarcales de fondo. Las mujeres comenzaban a acceder a la educación y al trabajo, pero las expectativas sociales seguían ancladas en la obediencia y el recato.

“Durante el amanecer una luz rosada, cruel, se abate sobre la ciudad, y esa ciudad sigue creciendo, cambiando en aras del progreso, y sin embargo mi mirada se detiene entonces… Me pregunto si persiguen mis ojos un deambular casi místico, y mi desesperación da paso a una resignación que quizá perteneció siempre a mi pueblo”

Nacida en Teherán en una familia de clase media-alta y educación militar, Forugh creció en un entorno rígido, donde la obediencia y la modestia eran virtudes impuestas a las mujeres. Todo eso está representado de manera precisa y clara en las páginas de la novela en el personaje de Mahshid. Desde muy joven mostró un espíritu rebelde, inclinándose por el arte y la escritura en lugar del rol doméstico que su sociedad esperaba de ella. Se casó a los dieciséis años en contra de la opinión paterna.  

“Soy yo quien lo ha elegido. No han sido mis padres, y ni siquiera él mismo. Él se deja llevar. Mis padres nunca permitirían… ¿Pero qué clase de habilidad para escoger es esa, si debo mantenerla en secreto?”

El matrimonio no supuso otra cosa que cambiar la vigilancia obsesiva del padre por la del marido. Mahshid tiene una aventura que desembocará en divorcio, decisión escandalosa en la época y por la que pierde la custodia de su hijo y se convirtió en objeto de desprecio público. Esa experiencia de pérdida y exclusión alimentó la fuerza visceral de su poesía.

“Dicen de mí que soy una puta, dicen que no respeto a Dios. Y yo intento comprender si de verdad lo que ocurrió junto al río merece tanta furia, y no lo logro, no… Porque aquella noche fue apacible a pesar de todo, a pesar de la oscuridad que era porosa, que perdía consistencia como una nube… y dejaba traslucir entonces nuestra unión. Éramos dos amantes sobre la hierba, y era el sonido del río el que apagaba nuestras voces, protegiéndonos y, al mismo tiempo, no dejando que nos conociéramos del todo el uno al otro”

Su primer libro escandalizó a la crítica iraní por su tono abiertamente erótico y confesional. Mashid/Forugh rompía con la tradición poética masculina que había dominado durante siglos, apropiándose del lenguaje del deseo desde una perspectiva femenina. La franqueza con que expresaba la pasión y la soledad de la mujer moderna convirtió su voz en un símbolo de transgresión, pero también en un blanco de condenas morales. A lo largo de su corta carrera, la evolución de la protagonista será notable. Los temas incluyen una angustia íntima que pasa a ser más filosófica y universal, más combativa y social. En la novela se intuyen esos temas sobre la muerte, la identidad y la posibilidad de renacer a través del arte.

“Ocurre así… Las críticas voraces del principio, reinventadas, dan también paso a la curiosidad. Sostengo en mí ese pensamiento… Los pioneros deben ser humildes. Y deben serlo los escritores, los poetas, puesto que ellos mostrarán ideas en la vanguardia de la vida, del modo de vivir. Y yo quiero defender, sí, cierto modo de vida errante, una forma de habitar cada etapa de la propia existencia, una forma giróvaga de sentir, de experimentar.”

Saray Blanco hace un homenaje a una artista que ha trascendido el dolor personal para explorar el sentido mismo de la existencia en una sociedad alienada. Esta novela combina la narración casi notarial de los acontecimientos con el simbolismo propio de la poeta y de la voluntad de la narradora que es capaz de componer un lenguaje para describir los estados del alma de la protagonista, sus dudas, sus certezas, sus ansias con un delicado sentido de la intimidad. Uno de los símbolos más poderosos, es sin duda, el viento que titula la novela.

“Es como si el viento tuviera algo que decirme. Y yo deseo más que nunca escuchar, olvidar por un momento mis propios poemas, y ser solo alguien que oye un sonido, como un acorde, o un grito misterioso, dulce”

Además de su poesía, Mahshid/Forugh prueba a expresarse a través del cine documental ciertamente poético. La película anticipa muchas de las preocupaciones éticas y estéticas del posterior cine iraní de autor, y demuestra que su sensibilidad artística trascendía los límites del verso.

El resto de personajes, especialmente masculinos, como el padre, su primer marido, Eshan; su hijo, Dilshad o su amante, Ahmad, no llevan el peso de la acción, al contrario, son arrastrados por la voluntad de vivir de la protagonista. Ellos carecen de la valentía de desafiar las normas y convenciones, se ocultan en una tradición que les favorece.

No haremos más exploración en la vida de la poeta para no ir desvelando la trama. Solo recordar que en el Irán posterior a la Revolución Islámica de 1979, sus poemas fueron censurados durante años, pero siguieron circulando de manera clandestina. Hoy, su figura representa una forma de resistencia: la del arte como espacio de libertad frente a la opresión. Su poesía, íntima y universal, continúa resonando en las voces de las mujeres iraníes que reclaman su derecho a vivir y a crear sin miedo. Forugh Farrojzad no solo transformó la poesía persa moderna, transformó también la manera en que una sociedad podía imaginar la voz de una mujer.

“Después, inclinada sobre mis cuadernos, continúo escribiendo. Ansío dejar un testimonio fiel de mi vida. Algo de mí que no se deje mecer completamente por las ruinas. ¿Para quién? No lo sé… Creo que a veces lo hago por temor a la muerte, pero me enfrento así a ella y también la admiro, porque es al fin y al cabo un acto honroso de la vida. Mientras espero ese acto y al mismo tiempo lo desafío, hay en mí una firme voluntad de entrega”

Del viento es la oportunidad de acercarse a una figura fascinante de la literatura, no solo del Medio Oriente, sino de una estirpe de escritoras que iniciaron los surcos para un arte íntimo y reivindicativo, en primer lugar de su propia individualidad. Y lo haremos de la mano de una escritora solvente, llena de lirismo y de penetración psicológica. Esperamos las siguientes incursiones de Saray Blanco tanto en prosa como en verso.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Reseña de Cuadernos de Humo, 46, 2025

Puede ser una imagen de loris perezoso y texto que dice "ANTONIA ÁLV LVAREZ AREZ İLV ÁLVAREZ MARIO ÁLVAREZ PORRO 1. JESUS BEADES SUSANA BENET JOSE JOSEÁNGEL ÁNGEL CASTILL.O VICENTE JOSÉ ANGEL CILLERUELO LUIS COLDER ÁNGEL DUQUE JOSÉ GARÉS CRESPO FERMÍN HERRERO/ VICTOR HERRERO JUAN HERRERO DIEGUEZ /CLARAJANÉS/ CLARA JANES PEDRO LÓPEZ LÓPEZLARA LARA MAROOS MATACANA MARTÍN JUAN ANTONIO MILLÓN U SERGIO MORENO JOSE LUIS MORALES MARÍA JOSÉ MUÑOZ GARCIA PABLO NÚÑEZ PRESINA PEREIRO PÉREZ-COBO T SERNA JUAN JOSÉ VÉLEZ OTERO JANE KENYON DONALD HALL YUSEF KOMUNYAKAA CUADERNOS DE HUMO CUARENTAY SEIS"

Al cuidado de esta joya están Hilario Barrero, Carlos Medrano, Jesús Nariño, Alfredo J. Ramos y Luis P. Suárez, que siguen al pie de un proyecto exquisito y de gran profundidad lírica, una dirección sólida, con una línea estética exigente y coherente En esta ocasión, el dibujo de portada de Ángel Duque, y el del interior pertenece a Susana Benet. La nómina de poetas que participan es envidiable, se combina voces consagradas con emergentes. Esa mezcla aporta vitalidad y continuidad generacional

Comienza Clara Janés: “Tu amigo Einstein apunta: ‘Observa las estrellas, cómo insisten’. / Además, sin embargo / aconseja escuchar / a Spinoza: padecemos, dice, / «porque somos una parte / de la naturaleza / que no puede concebirse / por sí sola / sin las demás partes»”; José Ángel Cilleruelo: “Lo plantó el abuelo, / de jovencito. Era su mimado. / Pidió que lo inhumaran ahí, al pie, / pero se lo llevaron, como a todos, / al cementerio”; Fermín Herrero: “… Soy el poema / del que nunca saldré; sucede, / inmóvil, para siempre. / Lo que transcurre, mate…”; Pedro López Lara: “Un laberinto circular de cuerpos, / cuyo vertiginoso desenlace / es en sí mismo imposible o remoto”; Teo Serna: “Esperar, entonces, que la piedra sangre. Porque la sangre habla”; Vicente Herrero: “Lo comprendes ahora. Tanto estudio /…/ tanta filología / era completamente necesaria / para estar en silencio frente al mundo”; José Luis Morales: “Como el propio poeta enmudecido / no dije ausencia”; Raúl Pérez-Cobo: “Vive cuarenta y cinco metros cíclicos / en busca de una calle, un horizonte, / de sol en su ventana del geriátrico” y el premio Adonais 2024, Juan Herrero Diéguez: “Así son las palabras: / puedo pronunciar agua, pero el agua / no llega a entonces a calmar la sed /…/ También así el deseo, / que persigue al silencio de la mano / del verbo que derrama al pronunciarte”.

Siguen Pablo Núñez: “No es que las cosas pierdan importancia / por el silencio antiguo de los muertos /es que todo la tiene”; Jesús Beada: “No importa en demasía, sí que alabe / del concejal su culto lado ignoto / No fallaré. Quién lo probó lo sabe”; Luis Colder: “Sea una semilla / enumeración / de células / que se pierde / en la memoria / da la palabra / gracias”; Antonia Álvarez Álvarez: “No hay un tiempo en la luz, / todo destila / allí su arrobamiento, / su eterna y esencial incandescencia”; Juan Antonio Millán: “Cuánto polvo de mármol se ha perdido / con los vientos que asolan nuestros días”; Presina Pereiro: “Meditar en la hierba sobre la muerte de los padres / y solo ahora puedo sacarlos de su exilio, / animarlos entre brumas del otoño / de esta tierra baldía”; Sergio M. Moreno: “No hay peor compañía para un viaje / que el dolor /…/ Nada puede enseñar salvo paciencia / y nada puede dar que tú desees”; Mario Álvarez Porro: “Habitar siempre el límite / para continuar cayendo alto”; José Ángel Castillo Vicente: “Cansancio de escuchar  de mala gana / una tarde tras otra, por el balcón abierto, / la única canción que te conmueve / y el único poema que ni recuerdas ya”; Marcos Matacana Martín: “Leíamos en clase aquellos versos, / sin sospechar que un día iba a ser yo, / tratando de explicar aquel poema / quien iba a parecerles un coñazo” y José Garés Crespo: “El ponent estria els llavis quan processem una tendrá rosa”.

Tres poemas traducidos por Juan José Vélez Otero, de Jane Kenyon: “Pero a veces lo que parece una desgracia / es una desgracia: al final llega el día / y los hombres manejan el pesado ataúd / que se abre paso entre los bancos de la iglesia”; de Donald Hall: “Viejas rosas que sobreviviera /…/ y a las mujeres y a los hombres / que olía a rosas en primavera y las llamaban hermosas / como ahora las llamamos nosotras / al pasear junto al granero / en este día que declina” y Yusuf Komunyakaa: “Cogí de sus dedos / la foto deteriorada. / No hay otra manera / de decirlo: / me enamoré”.

Por último una prosa poética de María José Muñoz García: “Pero estaré feliz porque Silvia nació un Domingo de Resurrección… y nos resucitó en todos. Y entonces pensaré en la sonrisa blanca de Javier, y me dije: Todo está hecho”.

Aunque, sin duda vemos gran variedad de registros, desde formas clásicas a más novedosas, del verso libre a la prosa poética, no pierde cierta unidad temática. El número parece centrarse en la introspección, la conciencia del tiempo y la palabra como lugar de revelación. Entre estos versos nos encontramos reflexiones más metafísicas, con  poemas que giran en torno al intento de comprender el mundo y su silencio. Otros se adentran en la pérdida y evocan la muerte, el paso del tiempo y la herencia familiar o cultural, con una mirada que une lo íntimo y lo universal. Se interroga sobre el yo poético y su límite, la imposibilidad de salir del propio poema o de habitar fuera del límite: el poeta es conciencia de sí mismo, atrapado en su verbo. Y, por último no faltan poemas que, con factura impecable, aportan un tono más leve, humorístico, cáustico incluso, que recuerda que la poesía también puede mirarse a sí misma con distancia. Las traducciones de Jane Kenyon, Donald Hall y Yusuf Komunyakaa, a cargo de Juan José Vélez Otero, amplían el horizonte del número con una serena melancolía. Terminar con un texto de resurrección simbólica aporta equilibrio: de la meditación sobre la muerte al renacer espiritual y afectivo. Un volumen que celebra el poder del lenguaje poético para dar sentido a la fragilidad del ser, con una curaduría que equilibra reflexión, emoción y belleza formal.