La figura de Carmen Canet en el mundo del aforismo es importante. Ahí están sus Cipselas (Polibea, 2022), Monodosis (Trea, 2021), Legere eligere (Cypress /Apeadero de Aforistas, 2021), Olas (Isla de Siltolá, 2020), Malabarismos (Valparaíso, 2016), Luciérnagas (Renacimiento, 2018). Junto a Ricardo Virtanen, Interruptores. Breviario de luces y sombras (Sonámbulos, 2022) y, con Javier Bozalongo, Cóncavo y Convexo (Esdrújula, 2019). Además de su labor como estudiosa y divulgadora del género breve. Ahora, en Telegramas, Carmen Canet confirma su maestría cuando cada frase es una ventana a la reflexión, al humor y a la emoción. Sus telegramas no son simples destellos intelectuales: son fragmentos de vida condensados, pequeñas piezas de sabiduría que oscilan entre la ironía y la ternura, la lucidez y la crítica social. Canet pertenece a esa estirpe de autores que, como Montaigne, Claribel Alegría o Martín Gaite —referencias explícitas en el libro, junto a Lope de Vega, Margarite Duras, Gil de Biedma, Víctor Manuel o Groucho Marx— hacen del pensamiento un ejercicio de intimidad compartida.
Desde el inicio, la autora revela una mirada lúcida sobre el mundo contemporáneo: “Están ocurriendo hechos en la Historia que nos acercan a la Prehistoria”. Con esta sentencia, Canet sintetiza el retroceso ético y cultural de nuestro tiempo, denunciando con ironía la paradoja del progreso. La crítica social atraviesa buena parte del libro, pero siempre con el tono sutil y la agudeza de quien observa más que sermonea. Su inteligencia se manifiesta en la capacidad de convertir una intuición en pensamiento y una observación cotidiana en revelación. La escritora despliega una ironía elegante, perceptible en aforismos como “Hay personas a las que les confías un problema y en vez de quitarle hierro, lo oxidan” o “«Si Dios quiere»: qué mala costumbre la de poner nuestro destino en manos de un desconocido”. En ellos, Canet combina humor y crítica, desenmascarando costumbres sociales, creencias heredadas y comportamientos humanos con una sonrisa cómplice. La ironía, en su obra, no hiere: ilumina. Su tono recuerda al de los moralistas franceses, pero con una voz contemporánea, femenina y mediterránea. Advierte del peligro “Cuando cargamos la tinta y no es sobre el papel” o el de “Banalizar lo que no tiene solución es un logro”. Un conocimiento profundo del ser humano se percibe en muchos aforismos: “La conciencia de la edad. La consciencia del tiempo. La ciencia de vivir y sobrevivir”.
Otro de los ejes temáticos de Telegramas es la reflexión sobre la escritura y la lectura como formas de conocimiento y supervivencia. Canet afirma que “Escribir es leerse”, y con ello condensa la esencia autorreflexiva de la creación literaria: escribir no es sólo producir palabras, sino encontrarse en ellas. En otro momento añade: “Escribir es tener la necesidad de hablar en silencio. Lo mismo pasa con la lectura”. Ambas sentencias establecen una poética íntima en la que el lenguaje es refugio y espejo. La lectura, dice, “es la amante cómplice de nuestra soledad”, una definición que condensa la pasión y la complicidad que la autora establece con sus lectores. Otros aforismos, como en Legere, eligere: “La genialidad de algunas novelas es que en la primera página te adelantan el final (parece que hacen spoiler) y consiguen ser las más intrigantes”; “La intertextualidad bien llevada es enriquecedora tanto para el lector ávido como para cualquier lector”.
El lenguaje, para Canet, es un territorio de exploración filosófica. En “Cicatriz: escritura en la piel” convierte una metáfora visual en una verdad existencial. Cuando sentencia que “La reflexión es un método de conocimiento y a la vez de extrañamiento” nos acerca a ese momento del conocimiento en el que la razón parece contradecirse con la vida cotidiana. En “El imperativo es un mal modo y tiene malos modos” juega con la gramática para ironizar sobre el poder, demostrando que el lenguaje no sólo comunica, sino que también manda, somete o libera. Esta dimensión metalingüística se refuerza con la idea de que “Los aforismos suelen ser retratos sociales. Espejos en donde te reconoces”. La autora concibe el aforismo como una forma de autorretrato colectivo, donde lo personal y lo social se entrelazan en la brevedad de una frase: “La vida es como un poema sin medida, tiene mucho rito y está en suspensión continua. Y no rima casi nunca”. Otros aforismos con carga antropológica pueden ser: “Suele ocurrir que algunas personas cuando se alaba a alguien, comienza a alabarse de ese halago”; “Hay rostros que son un discurso”. Incluso retratos te tipos humanos como: “Era una mujer constante y sonante”; “El mentiroso miente al prójimo como a sí mismo”; “Escribía con palabras de ciudad asfaltada”. En suma, “A veces reinamos demasiado en las cosas. Y no tenemos sangre azul”.
La escritora también aborda la condición humana con delicadeza y profundidad. “Cuando no tropezamos con los pies, sino con la cabeza” sintetiza la dimensión simbólica del error: no sólo caemos físicamente, sino también intelectualmente. En “El tiempo no lo cura todo, pero se acostumbra”, Canet explora la resignación como forma de adaptación. ¡Cuánta lucidez al afirmar que “Qué diferencia entre los roces del comienzo de una relación y las roazaduras de cuando finalizan”! Y cuando escribe “Las metas son nuevos puntos de partida”, subraya la circularidad de la existencia, el movimiento perpetuo entre deseo y logro. En su mirada, la vida no se detiene: se repiensa. Nos previene de algunas personas y aclara que “A veces sucede que gusta más la manera de callarse de alguien que su manera de hablar”. También es cierto que “Las bocas dialogantes conversan mejor con otros labios”, mientras que en otras ocasiones encontramos a alguien que “Escribía de lo que no quería hablar”.
La precisión verbal es uno de los rasgos más destacables de su estilo. “La precisión es fundamental en el aforismo. También precisa de la intuición. Y de la razón y el corazón”, afirma ella misma, sintetizando su poética. Cada palabra es elegida con la exactitud de quien sabe que la brevedad no permite errores. En sus textos no sobra ni una coma: el ritmo, la cadencia y la sonoridad contribuyen a la eficacia del pensamiento. Canet domina la paradoja, el contraste y la antítesis, como en “Las minorías inmensas. Las mayorías intensas”, donde el juego de opuestos desvela una reflexión sobre identidad y pertenencia. En el plano técnico, Canet emplea recursos como la metáfora, la antítesis, la polisemia y la elipsis. Cada aforismo funciona como un mecanismo poético que condensa significados múltiples: “No olvidaba mal” es un buen ejemplo de esta sutileza. Algunos títulos o términos, como “Anacronismo: tirar de la cadena es una metonimia en desuso”, muestran su gusto por el juego lingüístico y la cultura, mientras que otros, como “El aforismo se mece entre la mediatez y la inmediatez, entre el genio y el ingenio, entre la luz y la sombra, entre la licencia y la norma”, constituyen verdaderos manifiestos sobre el género. Canet se autodefine como artesana del pensamiento breve: “El aforismo no es un camino ancho, es un camino estrecho que nuestra mente ensancha”.
Su sensibilidad poética se percibe en imágenes como “La noche venciéndose y venciéndome. El día prende y me enciende” o “Hay caricias que te alejan de los inviernos”. Aquí el lirismo aflora con naturalidad, sin artificio, fundiendo emoción y pensamiento: “El olvido: ardiendo lo ardido” o “El viento de la vida no solo desordena el cabello”. En otros casos, la ternura se mezcla con el humor, como en “Hasta las malas personas enseñan (a no ser como ellas)”, donde la sabiduría popular adquiere un matiz ético. Otros ejemplos pueden ser “Hay sujetos que no merecen tener ni predicado”.
En el cierre de Telegramas, la autora resume su poética vital y literaria: “El aforismo es nuestro cómplice: suspende el tiempo y aprueba la vida” y “El aforismo es razón y piel”. Estas afirmaciones condensan la esencia de su escritura: una mezcla de intelecto y emoción, de razón lúcida y sensibilidad abierta. Canet no pretende sentar cátedra, sino compartir una forma de mirar. Sus aforismos invitan a detenerse, a pensar y, sobre todo, a sentir. Telegramas es una obra luminosa que demuestra que la brevedad puede contener el universo. En apenas unas líneas, Carmen Canet logra unir pensamiento y poesía, crítica y ternura, risa y melancolía. Cada aforismo es una chispa que ilumina lo cotidiano. Leerla es reconocerse, porque como ella misma afirma: “El aforismo no es un invierno frío, es un invierno hospitalario”.
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