Después del excelente Beethoven
explicado para sordos (Diputación de Córdoba, 2015) y poco antes del
imponente Como si nada (Libros de Canto y Cuento, 2017) aparece este
volumen, dentro de la colección de poesía Año XVII, que contará con 17 libros
de 17 poetas para este año 17. Este malagueño afincado en Córdoba, profesor y poeta,
nos guarda un aguijón diario en su blog Almanaque de Alacranes. Ahí,
como en su única novela publicada, Videojugarse
la vida (Funambulista, 2012), da rienda suelta a su enorme talento juguetón
e irónico, su más mordiente sentido del humor a la par que prestidigitador del
idioma.
Podríamos
considerar a Daniel Cotta como un poeta neoclásico
en el sentido de su exquisita afición al verso de factura clásica, con especial
predilección por el soneto, y en absoluto en el sentido de tediosa poesía sin
sentimiento desbordada por los excesos de la pasión romántica. Daniel Cotta sí
que es un romántico, y un poeta muy profundo filosófica y religiosamente
hablando.
En esa pared blanca y encalada
veo un puntito negro, sólo un punto,
y pienso y pienso tanto en ese punto
que sólo veo punto en la fachada.
Veja y maltrata, pero ¡cuánto agrada
dejarse fornicar por ese punto,
que viole a mis cerebros hasta el punto
de serlo todo él; lo demás, nada!
Un punto, un punto negro desintegra
y vampiriza mi alegría. Un punto
que vuelve una pared de blanca en negra.
Un punto que es un universo.
Un punto se está comiendo mi existencia.
Un punto va a devorar a Dios, un punto, un punto. (X)
veo un puntito negro, sólo un punto,
y pienso y pienso tanto en ese punto
que sólo veo punto en la fachada.
Veja y maltrata, pero ¡cuánto agrada
dejarse fornicar por ese punto,
que viole a mis cerebros hasta el punto
de serlo todo él; lo demás, nada!
Un punto, un punto negro desintegra
y vampiriza mi alegría. Un punto
que vuelve una pared de blanca en negra.
Un punto que es un universo.
Un punto se está comiendo mi existencia.
Un punto va a devorar a Dios, un punto, un punto. (X)
Sus
planteamientos poéticos son de una extremada perfección técnica para dar cobijo
a una reflexión certera sobre la vida, el amor o el paso del tiempo. Le señala
también, como decimos, el sentido del humor que cuela en los términos, en los
juegos de palabras, en el aliento a veces travieso y a veces irónico y
cáustico: “El combate está bien claro, / los dos rivales también: / Nacer se
enfrenta a Morir, / y además a Fallecer, / y a Diñarla y a Finar, / a Expirar,
a Perecer, /…) a Entregar el Alma a Dios, / a Palmarla, a Fenecer, / a Estirar
La Pata, y…/ (VII). En el soneto IV: “Dormir es alquilarse un cementerio, /
parar en un hotel de tres guadañas /.../ goza de esta pensión de mala muerte).
“No olvides que vivir es aprenderte, / y que todos los años hay un día / que
pasas por la fecha de tu muerte” (Lugares
comunes, VI). Sigue el humor
negro en VIII. EL título,
precisamente, recuerda aquel dicho humorístico de que el paciente goza de una
malísima salud de hierro, dándole una connotación religiosa y espiritual que
abunda en la paradoja.
Actualiza
la terminología no tradicionalmente poética: descerebrados, torniquete,
neurona, garaje, ADN… y eso realza aún más el grácil corsé del metro clásico.
Igual utiliza metáforas taurinas (VIII,
A mi cita diaria con la muerte), que
el clásico Panta Rei: “Ya sabemos
fluir. Somos el río” (Baños de Popea).
Destacar
algún poema es difícil en esta corta selección, los primeros sonetos que nadan
entre Bécquer, de Poe (“Rendíos, que la tierra os asegura / que sobre vuestra
carne abandonada / un ángel velará: vuestra locura, II) y Cernuda. El soneto III
incluye ecos, quizá irónicos, de la mística, de San Juan de la Cruz.
El
paso del tiempo, como diría Gil de Biedma, es el único argumento de la obra.
Pero en las palabras de Daniel Cotta hay mucho más. Para paladear lentamente y
volver a repetir. Para los momentos de alegría y para los de concentración y de
iluminación.
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