A la espera de una próxima entrega poética, podemos
recrearnos en esta antología de Rosario Troncoso. Contempla poemas de El eje imaginario (Ediciones en Huida,
2012), Fondo de armario (Los Libros
de Umsaloua, 2013), Transparente
(Isla de Siltolá, 2015), además de otros poemas (de Huir de los domingos, 2006; Delirios
y Mares, 2008 y Juguetes de Dios,
2009) y prosa poética procedente de entradas de su blog elaticodelosgatos.blogspot.com.
De la
poesía de Rosario Troncoso me interesan muchas cosas. Para empezar, ha
conseguido una voz propia, que se advierte de su temprano Huir de los domingos. En su personalidad poética se advierte una
enraizada mezcla de lo personal y lo general (el ejemplo más evidente puede ser
Desahucio). A veces es difícil
resistirse a la tentación de suponer la anécdota personal que origina el poema
porque su tono, su yo poético, tiende a confundirse con su yo real. Es una
sobresaliente cualidad que la puede emparentar con ese género de novela que
entremezcla la ficción con la autobiografía. Afortunadamente, no es el caso que
nos ocupa. Rosario Troncoso enhebra con aparente facilidad la vida cotidiana,
su experiencia como mujer, como docente, como madre, como amante o como poeta.
Los sentimientos afloran, los más apasionados de ternura o deseo tanto como la
respuesta agria a la falsedad y el abandono, la rabia (“Suelo entregarme a la
ira”, Finitud). Su poesía alcanza
altura y verdad sin dejar de ser de una realidad radical.
No me
resisto, sin embargo, azuzado un poco por la labor de Paco González Fuentes que
la entronca con el pensamiento de Judith Butler o Zygmunt Bauman, a realizar
una lectura posmoderna de los versos de Rosario Troncoso. Este controvertido
término filosófico tiende a identificarse con el movimiento de pensamiento
débil, de renuncia a los grandes relatos (la emancipación del hombre, la larga
lucha por la libertad, el devenir del espíritu) para adoptar una actitud de
perplejidad ante el mundo. Las grandes certezas del mundo tradicional y de la
Ilustración, la fe en la razón han dejado paso al desconcierto y la ambigüedad,
como ese oxímoron que titula el volumen, una eternidad provisional. No es extraña esta vocación filosófica en su
obra: tituló Deuterofobia a uno de
los poemas de Transparente. Es un
concepto del pensador Byung-Chul Han que los Boomtown Rats resumieron
concisamente en su éxito ochentero I
Don’t Like Mondays.
La
posmodernidad que atribuyo a Rosario Troncoso no tiene que ver con los vicios
literarios derivados de la fragmentación, el pastiche, el sujeto débil o la
distancia irónica. Tiene que ver con una postura filosófica de reconocimiento
de que “se me ha desordenado la ciudad, (…) ya no son infalibles / las rutas
conocidas” (Ríos subterráneos) y de
que “a veces la tierra / no soporta nuestro peso” (Queja). Un mundo que se desdibuja, en el que las normas que
pudieron guiar ya no sirven: “no nos enseñaron a ser libres / ni a protegernos
del frío” (Finitud). Sin embargo, el
poeta no lamenta la situación, al contario, valientemente afirma que “no quiero
certezas, ni razones contundentes, ni argumentos de peso, ni demostraciones
empíricas de la realidad más pragmática. // Sólo quiero que responda Dios. Y
que traiga el afecto necesario a este mundo, tan lleno de piedras” (10-4-2016).
Este enfrentamiento con el Todopoderoso, no es la muerte de Dios nietzscheana,
pero indica, en una misma línea, la desprotección y vulnerabilidad del ser humano
lanzado al mundo, cuando solo somos “juguetes de Dios”. Concretamente en Huir de los domingos, aparecía el poema
titulado Mi teología: “Mi teología es
cada huella / de tus zapatos, / y en mi retina guardo / tu existencia entera /…/
Arrojaré mis llaves del mundo al mar. / Me quedaré en tierra / a la deriva.” De
la misma forma que en numerosas ocasiones revierte los mitos, Rosario Troncoso,
ya sean los clásicos, los cuentos como el de Cenicienta, o los transmitidos por
el cine norteamericano.
La vista al pasado se tiñe de
nostalgia, añorando “encadenarse al árbol de la infancia” (El árbol de la infancia), de cuando el mundo tenía veinte años (Cenicienta), sin embargo, “si
quisiéramos deshacer los pasos / caminaríamos sobre cenizas” (Cansancio). Una parte importante de los
poemas tienen el duelo como origen: “Cómo se atreve / el día a amanecer / sin
ti” (Buenas noches). De vez en cuando
se entrega a cierto tono elegíaco, consciente de lo mudable de los
sentimientos, de la pérdida o de la ausencia frente a la costumbre, a veces,
tan traicionera: “Hoy sí llenaste la maleta, / dejando tras de ti / un baile
macabro en las perchas” (Flores de vapor).
El juego con la cotidianeidad,
con las labores propias de su sexo y
condición, sirven como herramienta poética para subvertir los estereotipos
y dar un nuevo contenido metafórico. Puntadas
es uno de los más logrados en esta clave. En la poética de Rosario Troncoso es
el amor la clave. Una clave vital y filosófica. Es el amor, el deseo, la
ternura quienes se encargan de redimir el mundo. Su tono íntimo, sin
artificiosidad nos abre su corazón y nos descubre el nuestro.
Sólo
una pega hacia el antólogo. Echo de menos Alumbramiento,
uno de mis poemas preferidos de Rosario Troncoso. Quedo con ganas de más. Así
que no queda otra, a volver a cada uno de los poemarios originales y a cruzar
los dedos para que se reedite (o al menos, aparezca en alguna librería Juguetes de Dios, el único que me falta).
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