viernes, 1 de septiembre de 2017

Reseña de Eva Vaz: Trabajo sucio. La isla de Siltolá. 2016



La onubense Eva Vaz presenta su nuevo trabajo tras Ruido de venenos (Crecida, 2013) y la antología Frágil (Baile del Sol, 2010) asentando un excepcional trabajo poético que posee una personalidad muy definida. Lo primero que llama la atención es el tono brutal, de rabia, contra sí misma, contra sus debilidades, los fracasos, los engaños, por esa “bulimia de tristeza” (Amitriptilina). Más que un realismo sucio, la poesía de Eva Vaz pretende ser un escaparate despiadado donde se confunde el yo poético con la propia persona de la autora, jugando con las expresiones coloquiales, moviéndose por ambientes turbios, va más allá de la conmiseración de chico malo que Bukowski encabeza y que tanto daño ha hecho a la literatura. El problema, el desafío de leer estas páginas es evitar considerar los versos como un diario realista. Es inevitable recordar el adagio de Pessoa, pero necesitamos que en un poema sus hechos sucedieran, sino que sus palabras sean verdad, sean una poesía honesta, con sus debilidades y fragilidad (acertado título para su antología). No se trata de fingir el dolor que sí se siente, sino de conmover sin la necesidad de conocer o comprender los supuestos padecimientos, la autobiografía que pueda haber detrás de las anécdotas que se cuentan en los poemas.

            Eva Vaz, el yo poético de Eva Vaz, no proclama la celebración del exceso, lo sufre. Los placeres van de la mano de las pérdidas. La personalidad en contradicción que reflejan sus poemas, ese trabajo sucio de re-construcción continua está pasando por inflexiones, terapias, buenos momentos y añoranzas, amigos que se van como se va el pasado: “¿Seguimos siendo buenas chicas? // ¿Podremos seguir siendo amigas?” (Leyendo a Mar 20 años después). La identidad dañada (Megusta) por el pasado tiene que actualizarse:

“Sigo comiendo
en los mismos platos pequeños
y con la misma cuchara,
aunque ahora no esté vacía.

El tiempo me devuelve
un rostro que no conozco
y me sorprendo en los espejos
 (…)
Yo soy mi prisión” (Secuela)

“Sólo soy una madre,
hay muchas en el mundo.
Antes también era una madre,
pero entonces era exótico.
Ahora es ser una piedra
que pesa más que yo misma
y mi fracaso es la sombra
que ves proyectada en tus espejos” (Cría cuervo)

            Es una poesía muy reflexiva, que se autocuestiona (Leña es el caso más extremo). No busca la autora consuelo en la escritura, no es una terapia, es la propia vida que se derrama en los versos. Quizás pueda ser una confesión, pero es de un dolor más real que metafísico, dolor desgarrado, necesidad y dependencia, a la vez que vitalidad y empuje, brutalidad y lirismo, fragilidad y empeño. Uno de los temas recurrentes es la terapia: Terapia cognitivo-conductual, Aquí no ha pasado nada, Amitriptilina, En la clínica, La gimnasta y la loca, Hotel vivir

“Llevo un libro de poesía en el bolso
con papeles donde anoto
las citas del psicólogo
o algún poema sobre la terapia” (Hotel vivir)

            Pero no lo hace con un afán exhibicionista, sino con la naturalidad cotidiana de quien ha bordeado el abismo: “El ruido de venenos nos seduce / pero una se acaba acostumbrando / y el dolor acaba doliendo menos” (Solas).

            El ritmo de cada poema, de la estructura del libro, se adapta a la necesidad de cada intención, pausas entrecortadas, aliento más largo, siempre con la acertada sensación de que es una conversación real o de un monólogo interior. La aparente crudeza de la poesía de Eva Vaz oculta el preciso cálculo que encierran los poemas. Otras veces se basa más en imágenes (Mis piernas corren hacia el sentido) y, sobre todo, apuesta por el contraste, con rematar el poema con versos que te descolocan.

            Pero no sólo hay dolor en Trabajo sucio, también hay figuras para sentirse bien, los amigos, su padre, J.L.: “Y después de todo, Ana, mi vida no está tan mal. / E incluso, / a veces, / soy muy feliz” (Solas). Hay que poner el acento en el “muy”. Juega con la sátira y el humor, contra una misma, contra la vida, la muerte y la necesidad de replantearse y reinicializar el juego, la necesidad de dormir, como diría Shakespeare, morir, dormir, tal vez soñar... La entrada de las nuevas tecnologías en el discurso poético se aprecia en poemas como Megusta, Sexo, mentiras y Facebook, Cinta en el jardín.

            La rabia ante los engaños y ante las pérdidas culmina en la hermosa elegía a Rafael Suárez Plácido (Plácido), uno de los poemas más sentidos y memorables de este volumen:

“Realmente este poema
habla más de mí que de ti” (Plácido)

            Y es que la poesía siempre habla más del lector que del autor.

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