miércoles, 11 de octubre de 2017

Reseña de Álvaro Hernando: “Mantras para bailar”. Pandora Lobo Estepario. 2016



Atípico poemario este de Álvaro Hernando, pocos se atreven a iniciar su andadura en el papel impreso con una colección de primeros poemas y menos aún si estos tienen un eje temático tan definido como la danza. El autor, nacido en Madrid, marchó a Estados Unidos en 2013 y allí continúa establecido en una ciudad del Medio oeste dedicándose a la enseñanza, y donde terminó el poemario que nos ocupa.

            Según confiesa el autor, son poemas de juventud en su mayoría y pertenecen a una concepción del arte como experiencia, como algo que se puede tocar –a diferencia de la línea que comienza con los románticos alemanes de considerar el arte como un medio de conocimiento. Por eso tiene sentido que sea el baile el arte escogido. Explicaba el teórico británico Simon Reynolds que una de las causas de que la crítica musical más convencional despreciara la dance music, en especial a partir de la aparición del house, era la imposibilidad de experimentarla por el tacto si lo haces desde tu sillón, escuchando un cd. En una discoteca, los bajos y subbasses, atraviesan físicamente la piel a través de las vibraciones. Esa sensación puede llegar a ser catártica en su contexto, con el volumen atronador y la orgiástica mezcla de luces y sombras.

            Además, Álvaro Hernando atraviesa la definición de música como una mística, como una conexión más allá de lo intelectual y lo racional, con el propio cuerpo (“Bailar / abrazándose uno mismo”, VIII (versión)), con el otro, con la pareja, con el universo. Es su manera de experimentar la vida, en la que las palabras, más que decir, son el acompañamiento al trance, los mantras. Es el antídoto para los problemas: “Contra el dolor / baila” (IX). El sexo también es danza (La danza del cabello). Siempre se ha dicho que el baile es la expresión vertical de un deseo horizontal.

            Enlaza de manera muy clara con la filosofía de Nietzsche, que ama la vida con sus gozos y con su dolor: “Que todo arda / aunque duela” (Se arda todo). Hace gala de ese nihilismo positivo del filósofo: “Cuando todo es vacío, todo sacia” (Abrazo). Pretende el poeta convertirse en un bardo, un druida, un chamán, capaz de curar a través del sonido del poema, de la música y con la danza.

            Utiliza Álvaro Hernando muy diversas técnicas literarias, desde el aforismo a las largas salmodias marcadas por la anáfora. Los textos en prosa se mezclan con poemas, unos largos, otros diminutos, de pocos compases. A veces realiza, podríamos decir, un remix: VIII (versión), VIII (per-versión), VIII (injerto); y a veces es más experimental (H.elena con H.) o, como en Legado o Decir, va enumerando una lista. La modernidad aparece en el uso de terminología muy difícilmente poética, como google, Facebook o Twitter o utilizando el recurso gráfico del tachado para dar la contravoz (Acertijo),

            Las conexiones literarias explícitas son con Lorca, Machado (claramente en Baila el reloj de la escuela) y José Hierro. En VI recuerda aquel poema A contrapié, que aparecía en su Cuaderno de Nueva York. Estos que danzan con Hernando, serán, en el futuro, los que tropiecen con Hierro:

            “Sueño a veces que bailo solo
            entre otros que también bailan
            y que desconozco los pasos.
            Sincronía de respiraciones
            en donde los segundos son silencios
            entre pasos y personas” (VI)

            “Qué otra cosa es la muerte, sino el final del baile” (Vademécum del alma), termina sentenciando Álvaro Hernando. En sus datos biográficos resume sus intenciones, su “particular visión de los ritmos de la vida, así como de las danzas del lenguaje en relación a las melodías universales del amor, la muerte o la esperanza”, porque la danza es “una de sus mayores pasiones: la poesía tomando forma de movimiento, cuerpo entregado ciegamente a los giros d ella la melodía cotidiana que nos envuelve y salva de la rutina”. Este delirio que se reivindica en un irónico Pacto es la fuerza orgiástica, lo dionisiaco que nos hace vivir el gozo de vivir, de estar juntos, de dejarse llevar, más allá del lenguaje como razón, más allá de la inteligencia, lo místico es lo más terreno, las palpitaciones, la locura:

            “Seamos cuerdos, dancemos
            mirándonos a los ojos
            con los párpados serenos
            caídos del árbol de otoño
            respiremos las ganas
            de vivir enloqueciendo” (Pacto)

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