sábado, 23 de febrero de 2019

El dinero de los demás


La democracia se basa en el concepto de representación. Los políticos deben representar, no sólo al pueblo que los elige, debe representar a todos por conjunto. Representar, por otra parte, puede significar la identificación de unos con respecto a los otros, es decir, a que el representante debe actuar, pensar, sentir de igual forma que lo haría el representado. Eso es lo que faculta y legitima al político. Por otra parte, representar tiene un cariz mucho más teatral. Representar significa tomar un papel y llevarlo a la práctica. Y mucho nos tememos que los políticos están entendiendo la democracia representativa más en lo representativo que en lo democrático.
                Quizás sea esta la causa de que los políticos se obstinen en una política de gestos y los debates parlamentarios se diferencien tan poco de las tertulias de la prensa rosa. Vamos a dejar a parte el recurso a la mentira y a la desvergüenza de las fake news. No dudo que plantear la lucha política en términos de representación teatral no tenga una utilidad partidista concreta, que sea una manera de desviar la atención de los vicios propios a las futilidades ajenas. Sin embargo, creo que me sorprende, como siempre, cómo los demás les vamos siguiendo el juego.
                Un ejemplo lo tenemos con el tratamiento mediático y la indignación popular hacia el chalé de Pablo Iglesias. Es curioso cómo algo que es perfectamente legal y compartido por líderes políticos de todo signo pueda soliviantar tanto a los votantes. Sin ir más lejos, la utilización de sociedades opacas para sortear impuestos tiene muchos más visos de ilegalidad y no producen tanta repulsa. Incluso Albert Rivera se ha comprado una casa (me niego a utilizar el palabro de moda) de precio muy similar. Sin embargo no se reacciona de la misma forma.
                El problema, por lo que parece, es la incongruencia entre defender a la clase trabajadora y comprarse una casona muy por encima de las posibilidades de sus votantes. La supuesta incongruencia entre lo representado y el representante. De esto se deduce que los líderes de los otros partidos no han explicitado su compromiso con las clases populares, ni tienen obligación de mejorar la vida de los trabajadores, sólo la de permitir que quien pueda se haga rico. No hay ninguna incongruencia en defender la libre empresa y comprarse un piso en la zona más lujosa de Madrid ni un chalé en La Moraleja, como no debe haberlo entre ser católico y defender el catolicismo como religión de Estado y, sin embargo, estar divorciado.
                Los críticos con este tipo de cuestiones –como la celebración de la boda de Garzón– sólo pueden comprender a un izquierdista si es pobre y se comporta como un pobre. Pero tampoco, no hay más que recordar las burlas a los diputados de Podemos por no ir vestidos adecuadamente al Congreso.
                Citar a Margaret Tatcher negando el socialismo como la política de gasto del dinero de otro creo que es muy superficial. Los impuestos se pagan en relación a la renta y a las propiedades, como se pagan también con el consumo. No hay incongruencia con pedir que los ricos paguen más si uno está dispuesto a pagar cuando alcance cierto nivel de riqueza. En igualdad de condiciones. Esto se debe aplicar a todas las convicciones políticas de la misma forma que se debe aplicar la obligación de velar por la mejora de la sociedad en su conjunto. Las diferencias políticas se encuentran en que cada uno tiene un plan distinto para mejorar la sociedad.
                Uno puede poner en duda las condiciones en las que la hipoteca se ha concedido siempre que ponga en duda las demás hipotecas, lo que me parece poco de recibo es que a algunos se les exija un modo de vida espartano porque supuestamente defienden la clase obrera mientras que los que se denominan populares puedan sin problemas de conciencia comprar lo que les venga en gana porque esa es su mentalidad. El reparto equitativo de la riqueza se hace a través del Estado en la socialdemocracia y por medio de los impuestos. Mucho me temo que es la única baza que nos queda a los que no hemos nacido dentro de ciertas familias. Y mira que es una baza muy peligrosa, que el aparato estatal es de lo más peligroso.
                Creo que las diferencias políticas se acaban debatiendo más en términos de rechazo instintivo (en otra ocasión hablé de asco) que en términos de coste/beneficio. Por eso cualquier cosa que hagan los otros tendrá una motivación oculta o será una hipocresía. Espero, sinceramente, que no sea así, y que haya políticos sinceros en cada bando. De la misma manera, también me temo que en todas partes cuecen habas, y hay incoherentes en cualquier partido, como los defensores de lo público que llevan sus hijos a la privada, o los defensores de lo privado que nunca han montado una empresa.
                No creo de ninguna manera que la naturaleza humana sea la base del liberalismo, sería muy absurdo que el sistema económico propio de la especie humana sólo haya sido llevado a cabo en los últimos doscientos o trescientos años. Que el ser humano sea egoísta está por demostrar, de la misma forma que hay que demostrar que con los años se pasa del progresismo al conservadurismo. Hay muchos seres humanos y muchas maneras de entender lo mejor para la sociedad. No deberíamos quedarnos en los símbolos que solo sirven, en el fondo, para justificar las posturas que ya hemos tomado sobre las cosas.
                Tampoco debemos olvidar lo que advertía Baltasar Gracián acerca de que lo primero que se perciben son las apariencias y que muchos no saben llegar más allá.

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