domingo, 20 de octubre de 2019

Guasón


Tan exagerado me resulta leer que Joker es una película sobre la crisis del liberalismo depredador como entender que El príncipe de Bel-Air es una historia sobre la movilidad social. Un chico de granja, Zeke, acaba siendo un prestigioso juez, viviendo en el exclusivo barrio residencial propio de blancos y mandando a sus hijos a escuelas de élite. Recibe la visita de un sobrino que todavía no ha salido del Barrio y le da la oportunidad de integrarse en una clase superior, que consigue, por supuesto, por sus méritos, su talento y su frescura. Cada cierto tiempo, en los episodios le recuerdan a Philip Banks (el mismo apellido que el desdichado padre de Mary Poppins) su origen humilde.
                Quizás sea otro de los excesos propiciados por el ascenso de los Estudios Culturales, que, como un servidor, son capaces de intelectualizar un bocadillo de chorizo. Todo tiene que ser parte del sistema cultural, bien como crítica o como perpetuador de estereotipos. Tanto en el caso de Wil Smith como en el de Joaquim Phoenix son muy obvios y burdos. También muy poco claros.
                La historia que propone Todd Philips parece conjugar la enfermedad mental, el abandono, la dureza de la vida, la agresividad sin motivo con las mentiras de los políticos, los recortes en gastos sociales, la maldad intrínseca de los medios de comunicación y la locura colectiva. No parece mal cóctel, pero está poco desarrollado en sus elementos clave. Desde mi punto de vista, una película de cerca de dos horas de duración puede detenerse en clarificar cómo surgen los conflictos a raíz del asesinato de los tres pijos en el tren. No conocemos su identidades antes de la agresión, ni queda clara la relación entre los disturbios y el ejemplo del payaso, sólo que los medios lo repiten sucesivamente. Como los medios repiten constantemente lo de análisis sociológico que tiene la película. En realidad, sólo parece que los tumultos son la excusa del guion para que Fleck pueda huir en el tren cuando la policía lo persigue de camino al programa de televisión de Murray Franklin, y para que pueda escapar del coche de policía (¿cómo saben los conductores de la ambulancia robada que su héroe está en ese coche precisamente?).
                Acumular en el mismo personaje todos los abusos que sufre Arthur Fleck es llevarlo a una caricatura. Que no es mala idea tratándose de un personaje de cómic, pero no para hacerlo pasar por un ensayo filosófico. La ventaja de los grandes filósofos es que podemos encontrar sus enseñanzas en muchas obras de arte, por eso no podemos extrañarnos de encontrar a Nietzsche o a Simmel detrás de la descripción de la transformación en superhombre o la complejidad insana de la vida urbana para la salud mental.
                Estoy de acuerdo con quienes ven en Joker una película reaccionaria, hasta donde podemos intuir, la protesta social está dirigida por un loco y una multitud de descerebrados que le siguen como al flautista de Hamelin. Criminalizar la protesta no es sorprendente en estos tiempos, es una táctica para deslegitimar a los líderes y una máquina de condenas para arruinar sindicatos y desgastar a los líderes. La opinión pública se acostumbra a ver las inconveniencias de las huelgas, los destrozos de los manifestantes, los prejuicios de personas “inocentes” mientras que se ocultan los motivos y las injusticias sobre las que se protesta. En un mundo terrible y despiadado, cualquier signo de redención está abocado al caos, y con él, el resto de la sociedad.
                Muchos son los aspectos que no me convencen de la película, desde la edad del protagonista, que será un anciano cuando Bruce Wayne llegue a ser Batman, hasta la postura corporal de Joaquin Phoenix, demasiado erguida para un hombre tan apocado. Sólo se inclina cuando está con el torso desnudo y podemos comprobar lo increíblemente delgado que se encuentra y se marcan los omóplatos.
                Creo que es una buena excusa para discutir si el supuesto mensaje de la película es provocador o tremendamente conservador y nihilista. Pero es solo una excusa traída por los pelos. Como podríamos hablar de que Billy Elliot es el elogio de un esquirol, que Full Monty es una comedia amable que suaviza la crudeza del thatcherismo contra los obreros. Pero me da más la impresión de que es parte del montaje promocional, pedir disculpas adelantadas por si se producen disturbios me recuerda a aquellas películas de terror de serie B que contrataban una ambulancia para los supuestos infartos de los espectadores.
                Ha sido divertido recopilar gran parte de los análisis sobre la película que se han ido publicando por diferentes medios, principalmente digitales. La película ha conseguido el estatus de obra obligatoria y profunda. Incluso motiva a quienes desconocen al viejo Ojos Azules a acercarse a su voz y a investigar en el universo del Caballero Oscuro y buscar una inmensidad de objetos de merchandising. Las citas a Tarde de Perros, Taxi Driver o V de vendetta nos dan la oportunidad para erudición cinematográfica. Una buena forma de demostrar conocimientos y friquismo para luego charlar entre amigos, comentar en blogs o en youtube. Como estoy haciendo yo mismo.



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