miércoles, 16 de octubre de 2019

Reseña de José Luis Morante: ‘A punto de ver’. Polibea. El levitador. 2019


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Echábamos de menos otra ración de haikus y aforismos del maestro José Luis Morante. Este incluye los escritos entre 2014 y 2018 y llega con prólogo de Susana Benet, quien bien señala que el haiku, y estos en especial, más que mostrar, dejan intuir, “insinuar sin llegar a decirlo todo”. Quizás no todos sean los haikus ortodoxos clásicos, los llamados estacionales y tienen como referencia el magisterio incontestable de Bashô –que los hay en buen número–, pero sí que respetan escrupulosamente el espíritu y la métrica. La naturaleza cambiante y estática: “Guardan mis ojos / un exilio de nubes. / El viento empuja” (Vuelo).
                El haiku es el arte de la mirada, una mirada que se recrea, más acá de lo simbólico, pero que deja intuir todo el universo detrás. “Haikus y aforismos fueron amaneciendo juntos (…). Ambas estrategias expresivas se empeñan en no abrir más ventanas que la sugerencia y cierran los ojos frente a lo explícito”, nos confirma su autor en una nota. Filosofía del haiku siempre ha impregnado la poética de José Luis Morante independientemente de su forma escrita: “Mientras te miro / la tarde no me nombra; / borra mi ser” (Observador).
                José Luis Morante se ayuda del título, una simple palabra, un concepto, para añadir elementos a la simplicidad del haiku, pueden servir como introducción o como contrapunto, meramente descriptivas o abrir un espacio de interpretación inesperado y profundamente poético.  Encontramos bosques, casas, sensaciones, trenes, el paso del tiempo, el autoanálisis. El paisaje, como no podía ser de otra forma, es uno de los protagonistas de la mirada poética del instante: “Único y firme / el espolón de Gredos. / Granito gris” (Sierra de Gredos); “Descolorido, / el trigo necesita / más amapolas” (Estío). La contemplación de la naturaleza siempre ha ocupado un lugar importante en el quehacer diario del poeta: “Tacto de brisa. / Recobra su temblor, / la enredadera” (Levedad).  Como las horas del día y el paso de las estaciones: “Nadie reclama / la vuelta del verano / si pongo lumbre” (Ascuas); “Tras el incendio / esqueletos tiznados, / silencio, noche” (Desolación).
La intimidad sugerida atraviesa las reflexiones de los haikus con poderosa fuerza. En ocasiones es la intimidad consigo mismo, “Es mi secreto / un secreto sin voz: / ningún secreto” (Enigma): “Acera gris. / Prosigo solitario / con mis carencias” (Diario). Con uno mismo, “A papel viejo / huele toda mi casa. / Y yo también” (El lector); “En el poema / las vitrinas del yo / guardan memoria” (Intimismo); “Saltar con pértiga, / listón de vanidoso. / Busca medalla” (Autoestima). O la intimidad del amor y la pareja: “Bebí en el sueño / –qué sed al despertar– / zumo de ti” (Amanecida).
Emparentado con el aforismo poético, de vez en cuando sugiere metáforas tremendamente visuales: “Una paloma / sube la chimenea / se bebe el humo” (Sed), o echa mano de la ironía, “Qué perezosas / las huellas en el barro; / siguen ahí” (Pisadas). Estos conceptos visuales tienen quizás más que ver con la imaginación de Borges que con el ingenio desatado de Gómez de la Serna: “El cristal guarda / la resaca feliz / de quien no bebe” (Carmín);  “Los espejismos / reparan lo real; / corrigen sueños” (Visiones); “En el espejo, / con sutil acritud, / reproches mutuos” (El yo y el otro)
Después, el volumen se completa con una serie de aforismos, “Anotaciones” sobre el haiku y todo el universo que se condensa en las 5-7-5: “Quien siente una arbitraria mutilación del paisaje cuando cierra los ojos, no mira dentro”. Para esta estrofa, “La sobriedad del esquema verbal contrasta con su riqueza perspectiva y su capacidad creadora de geografías imaginarias”. Después de la mirada, la escritura, delimitada de forma tan estricta, tiene una misión clara, “El texto expande experiencia estética. Aposa una contemplación transformada en vivencia exterior”. Esta exigencia, “Sobre la mesa del taller creador, la noción del oficio, el empeño para dominar la técnica. Que fluya mansa e invisible, eficaz”.  Titulaba una canción Margaret Gaspy, matemáticas y emoción, así, en su cénit, “El haiku es la distancia exacta entre sensación e idea; nunca un atajo”. Podríamos entender esta última sección como la parte teórica después de la demostración práctica.
                Por un lado, la búsqueda del instante impone “Percibir el vacío como existencia cóncava; posibilidad de alojar dentro”. “Cada silencio es un potente generador de sentido” casi como un ejercicio espiritual, un entrenamiento del espíritu y la mente, una disciplina, “Altura de miras para bajar los ojos. Ese instante a punto de ver”.
                José Luis Morante nos vuelve a sugerir un paseo acompañado por paisajes exteriores e interiores, una lección sobre la manera de estar en el mundo, arrojados pero conscientes, aprovechando cada trazo de belleza que se descubre en el acto de destilar el instante en 17 sílabas, justo en el momento previo a su desvelamiento, justo antes de ver.

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