domingo, 13 de octubre de 2019

¿Qué es una dictadura?



Recuerdo lejanas las lecturas de El dardo en la palabra, de Lázaro Carreter y su insistencia en el uso adecuado y correcto de los vocablos, su negativa a los calcos de otras lenguas y, sobre todo, los avisos por las derivas sociales y políticas de los usos interesados del lenguaje. Nos contaminamos del sentido que “bizarro” tiene en el inglés y, en lugar de pensar en alguien valiente y con arrojo, lo usamos para sucesos extraños y algo desagradables. “Lívido” hacía, en origen, referencia al color azulado de los muertos mientras que ahora, como a los cadáveres los vemos blancos, “lívido” es sinónimo de palidez. Las causas de los desplazamientos de significados suelen ser azarosas, como el que ha sufrido el “incierto”, que de antónimo de “certidumbre”, es decir, de “duda” ha pasado a sinónimo eufemístico para “falso”. Esa acusación es incierta no es una declaración de inocencia, debería ser una constatación de falta de seguridad en las pruebas.
                Pero no todos los cambios son inocentes, especialmente, los relacionados con el ámbito político. El insulto “fascista” ya es polivalente y se usa a diestro y siniestro, nunca mejor dicho. Lo único de lo que me alegro, como muchas veces digo, es que se siga considerando un insulto. Otra palabra que se está devaluando mucho es la de “dictadura”. Y no deberíamos después de haber sufrido una durante casi 40 años y que es responsable de gran parte de las herencias más dañinas para el funcionamiento de nuestra sociedad.
Deberíamos aclarar el término. Hay quienes no saben exactamente en qué consiste una dictadura. Y claro, se lían y ven que Franco no lo era y sí el feminismo. ¿Cómo pueden confundir el feminismo con una dictadura y no ver que el franquismo lo era? Aventuro a pensar que quienes confunden estos términos vienen de estirpes que no tuvieron problemas con el régimen, quizás al contrario, se vieron beneficiados, o, por lo menos, no se apartaban demasiado de los presupuestos ideológicos.
Una dictadura no es un régimen en el que se critica a los adversarios, es un régimen que prohíbe y encarcela, que no permite otros partidos políticos. No hay libertad de prensa, ni siquiera de pensamiento. Y el castigo no es que te critiquen en las redes, sino que acabes con una multa, despedido o encarcelado. Y que, yo sepa, el feminismo no encarcela a quienes no opinan como ellos. La dictadura es el abuso absoluto del poder, es utilizarlo, con todas sus herramientas para sus fines, no ideológicos, sino de intereses económicos, de estatus, de dominación. Es muy difícil ser dictadura fuera de las estructuras de las instituciones.
Las estirpes que protestan tanto de que el feminismo, o el ecologismo, o el progresismo son dictaduras se quejan de no poderse expresar como machistas, no poder decir barbaridades sobre el medio ambiente o contra la izquierda. Quizás no tuvieran problemas para expresar su xenofobia, su clasismo, su desprecio a la mujer o a los gangosos y no notaran la acechante presencia de la dictadura. Quizás tuvieran problemas, pero sus conocidos y sus contactos les librarían y podrían contar aquellos incidentes como hazañas y batallitas del abuelo. Incluso Fernando Savater haciendo un llamamiento contra “la dictadura del puritanismo estupidizante con excusa feminista”. Que es más sangrante en su caso, que tiene un currículum.
La dictadura no permite otras voces, y cuando estas se pronuncian, aplican la ley. El delito es simplemente decirlas (más grave aún si, además, hay actuaciones, como manifestaciones o protestas). Con el Fuero de los Españoles, Franco intentó maquillar la dictadura con el paraguas de la “democracia orgánica” y el beneplácito de Estados Unidos. A pesar de ello, seguían apareciendo artículos, cuya cuidada redacción dejaba entrever el carácter opresivo del régimen. Por ejemplo, en su artículo 6 se proclama que la religión católica (escrita en mayúsculas) es la religión oficial y gozará de protección oficial. Supuestamente “nadie será molestado por sus creencias religiosas ni por el ejercicio privado de su culto”, y añade, “No se permitirán otras ceremonias ni manifestaciones externas que las de la Religión Católica”. Eso explicaría el procesamiento de las organizadoras de la procesión del Coño Insumiso.
Si formalmente, todos los españoles parecían tener derecho a participar en las funciones públicas de carácter representativo, no se permitían otros partidos políticos. Más aún, “Todo español podrá expresar libremente sus ideas mientras no atenten a los principios fundamentales del Estado”. Todos podíamos ser libres de pensar igual que el Caudillo. El franquismo ilegaliza a partidos políticos, no permite sindicatos que no sean los oficiales, obliga una religión oficial. Y por mucho que se maquillase en el desarrollismo la aplicación de las leyes y la utilización del Tribunal de Orden Público lo demostró ampliamente. Todavía estoy buscando el Tribunal de Orden Feminista, o Progresista, con sus uniformadas persiguiendo a golpes a los Bertines Osborne, Javieres Marías o Marios Vargas Llosas.
Quienes sostienen que Franco no sería tan malo si instituyó la seguridad social, las pagas extraordinarias o las vacaciones pagadas olvidan que también había sanidad pública, pagas y vacaciones en la órbita soviética. Además de no querer saber que la protección social es anterior a la llegada de Franco. Está claro que algunos vivieron cómodos en una España que defendía sus valores y sus modales y ahora andan desconcertados cuando ven que no siempre estuvieron a la altura. Es ahora cuando sienten algo de censura social y se asustan. No se amedrentaron cuando la que existía era la censura judicial, con multas y cárcel. No cuando la persecución era policial y paramilitar y se cobraba en golpes, tortura y asesinatos.
Es posible que no comulgues con algunas posiciones del feminismo o que no te sientas progre en absoluto, que seas conservador y que abomines de la globalización y los sindicatos. Tendrás razones para ello y tendrás derecho a expresarlas como mejor te parezca. Podrás utilizar la palabra para denunciar excesos o avisar de errores y desmanes, serás crítico con todo lo que lo merezca desde tu punto de vista. Pero, como defendemos en democracia, tendrás que acarrear con las consecuencias si a otros no les parecen oportunas tus críticas o no comulgan con tus propuestas. Críticas, contracríticas y vueltas a la crítica son la esencia de una opinión pública. Si Julio Medem tenía derecho a hacer una película sobre el llamado conflicto vasco, tenía que aceptar la crítica de quienes se sintieron menospreciados en su dolor. Si criticas el feminismo crítico del #MeToo, tendrás que aceptar que alguien critique tu crítica. Si descalificas un movimiento, te arriesgas a que el movimiento te descalifique a ti.
La dictadura consiste en prohibir la disensión esencial y permitir menudencias, utilizar el poder del Estado para reprimir la libertad de pensamiento. No es, desde luego, que las leyes protejan a unos y a otros en sus críticas cruzadas.
Y es que me sigue pareciendo muy raro que las leyes acaben beneficiando a las grandes corporaciones o rescatando bancos y constructoras de autopistas, propiciando la entrada de multinacionales mientras que se reduce el presupuesto de la Ley Integral contra la Violencia de Género, las pensiones se estanquen, las ayudas al paro disminuyan. Y que con todo eso, la dictadura sea de los progres y las feministas. Me sigue pareciendo raro.

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