miércoles, 19 de febrero de 2020

Reseña de José Iniesta: ‘Llegar a casa’. Renacimiento. Calle del aire. 2019


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“Que ya solo en amar es mi ejercicio” es la cita de San Juan de la Cruz que abre el volumen y nos avisa de una colección de poemas en las que el amor –no necesariamente de pareja– va a ser el protagonista. La actitud vital del poeta es lo más similar al Jorge Guillén en Cántico (no podemos dejar de ver un guiño en el título de su primer libro, Arder en el cántico). Una actitud de asombro y de agradecimiento en los detalles más cotidianos que nos circundan: “Hay días en la vida que nos salvan. / Apenas basta el sol en nuestro rostro, / un árbol deshojándose en un patio, / la brisa acariciando nuestra piel” (Alcance y unión).
Después del soberbio El eje de la luz, el cronotopos propio se reduce, se centra, apelando a lo más cotidiano, al hogar: “En torno de la mesa qué aventura / servir a mi familia el pan reciente, / repartirlo en la cena con mis manos. / De golpe todo significa algo más. /…/ Hay actos que traspasan su sentido / en este viaje extraño al desconocimiento” (Dar el pan). Como señalaba Gaston Bachelard en la Poética del Espacio, la casa es el espacio de la intimidad, y también de la comunión, de los que comen juntos, de los que respiran juntos. “Dejé mi casa atrás para perderme”, nos confiesa en Por los arenales y “Salimos de la casa, a la intemperie” en Una mirada sobre el mundo.
La tarea de la escritura se realiza materialmente en la casa, que puede ser cárcel si solo es escritura y no vida: “¿Y qué sentido tiene estar aquí, / ahora/ … / ¿Por qué buscan los versos que me roban la vida?” (La cárcel de un poema)
La casa no son solamente los muros y la techumbre, la casa es quienes la habitan y así encontramos emocionados poemas a su madre, “origen de la luz” o poemas donde se celebre “el suceso increíble / de existir a tu lado” (Dudas y certezas). La casa es lo doméstico, lo controlado, el refugio mientras que lo salvaje queda para el instinto y los peligros: “¿Qué selva atravesamos por amor / para ser del amor / para ser toda selva / en este temporal de furia y ruido” (La selva del amor). La voz de la carne se alza en poemas como El sueño de las certezas, La noche de tu piel. “Ya todo es abundancia por tenerte, / y al ardor en el fuego de los años / acaricio los cambios en tu rostro / y hago mía en la noche de tu piel / la amante sucesión de tus abrazos” (La noche de tu piel); “Puedes entrar aquí, hasta la alcoba / que sabe del silencio de mis noches” (¡Oh, noche desvelada!).
Para José Iniesta la casa es el punto de partida, la referencia inicial, el refugio seguro: “No sé quién soy ahora en este centro / vegetal que rodean, ciertamente, / los miedos y la tapias, y mis dudas. / Se confunde mi ser / con las cosas que miro / tan plenas de belleza que hacen daño” (Amanecer en el jardín). Por mucho que procure olvidar los miedos (“Tal vez sea lo mismo / dentro y fuera”, Una mirada sobre el mundo).
En el “júbilo sencillo” siempre resonará Jorge Guillén: “Qué ilimitado todo y qué sentido” (Un aroma doliente), aunque podemos encontrar una veta muy cercana a Juan Ramón, como en “preguntas a un granado”, que trata el Y yo me iré… Más sonidos que resuenan, dentro de la poesía más clásica, como las moscas machadianas (El vuelo de las moscas) o el gran Sam Cooke “Yo no sé muchas cosas, es verdad”.
Una especie de mística que trasciende lo meramente cristiano atraviesa los poemas, “Cada noche converso con la vida” (Piedra y vida), como Chris Bell en I am the cosmos. Es una mística sencilla que se alimenta de los lugares pequeños, de los sucesos minúsculos, que tan grandes son en la vida: “y aquí te encuentro a ti, piedra pequeña, / tan viva en el misterio del camino, / donde toda la luz en tensa calma, / con su antiguo dolor, / nos habla, me concibe” (Piedra y vida). El poeta se funde en el universo, “Ya no me pertenezco, / soy del mundo / ahora que soy tuyo y de tu boca / abierta al entusiasmo de ser beso” (Salvación); “Lo que queda del yo se desvanece, / y es tanta hoy la luz sobre los álamos” (Junto a los álamos); “Estar en el sillón sin hacer nada, / y no obstante sentir que somos vida / al ver por la ventana de la tarde / un cielo gris acorde a la tristeza “(Un día gris)
José Iniesta sabe manejar con soltura el ritmo y se encuentra cómodo en la alegría tanto como en la nostalgia: “que la tristeza hermana nos consuela / con el más dulce daño: // la conciencia del ser / y estar viviendo / en los adioses, / el amor que sí somos en el mundo” (La rosa de la tristeza). Y aspira a elevarse sobre lo cotidiano, sobre los objetos (“Aprende del misterio de ser nube”, La enseñanza de las nubes). En ese momento se detiene y valora, se reconoce en el mundo y reivindica la sencillez de la alegría: “No anhelo nada más. Todo lo tengo / pues tu presencia es vida y justifica. /… / No es destrucción el tiempo, lo perdido. / Permanece en nosotros / la vida que se va, / y hoy somos la familia de la vida” (Esencia familiar); “Huele la casa a ti. Está cantando / tu conciencia descalza a la alegría” (Una llama sin humo); “Mirar y ser mirado, nada más” (Una noche contigo)
Celebración es uno de los conceptos claves en la poética de Iniesta, ya sea refiriéndose a lo que pueda ser “El insensato amor bajo los astros” (La luna y los pasos); al placer de las distancias cortas (“Estamos para ser unión y lejanía”, Paseo por la sed; “Estoy llegando a ti, / ya no soy nadie, / y al calor de tu cuerpo llega el alba / en este abrazo libre a su anarquía”, Noche de San Lorenzo); “Hay algo que claudica de nosotros: / un barro que se agrieta sin remedio / y que es celebración” (Al lado del amor). Celebración de la vida, celebración de la belleza, “La belleza robada a la devastación “(Amanecer de diciembre). Celebración de lo infinitamente pequeño: “Lo que aquí sé / no es nada. Tu alegría / abraza mi ignorancia, voy completo” (El aprendiz de nadas) y del instante ínfimo: “Hoy todo está ocurriendo en el minuto / donde tocar mi frente con tu mano / debajo de esta rama, // debajo de esta rama / donde pasa la vida” (La entrega); “Ahora no es ahora, y mis palabras / celebran la ignorancia de su canto /…/ me arrastra, desde cuándo, / con qué fuerza, / al fondo más sereno de la felicidad” (Hijos en el mar).  Porque “Yo no renuncio a nada. Soy la vida / que comienza al final / su viaje verdadero” (El viaje verdadero).
“De la luz a tu luz, y ser lo oscuro.
De la vida contigo y los caminos
en la noche poblada de silencios,
¿qué me queda, mi bien,
                                               sino ser a tu lado
la escritura desnuda en el papel,

la verdad de la lumbre que resiste
en medio del invierno
                                               y el saberme
en esta oscuridad que nos expulsa
la claridad adentro enamorada?” (Extrañas posesiones)

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