viernes, 28 de febrero de 2020

Reseña de David Matuška Olzin: ‘Patrik M.’. Boria ediciones. 2019


David Matuška Olzin es un autor checo afincado en España, filólogo, artista, traductor… Fundador de Matuška Project, compañía de espectáculos que combinan poesía, música, artes escénicas y visuales, publicando con ellos varios cds bilingües y un corto. Ha publicado seis poemarios, el último, Pasado propio, en castellano (2018, Frutos del tiempo). Mariano Sánchez Soler en el prólogo describe el libro como “es una experiencia literaria, musical y dramática, que ha sido puesta en escena por Matuška Project como parte de un proyecto multidisciplinar de poesía escrita y visual”.
                Quizás debamos entender este Patrik M como un relato acrisolado, con múltiples aristas y reflejos, en el que, con pinceladas impresionistas nos asomamos a un abismo de enfermedad y caos, de intentos de salida a la superficie y muchos momentos de aguantar la corriente. Casas de piedra es la primera sección en la que se pueden apreciar los buenos propósitos, una especie de balance y punto de partida: “Tengo calor y estoy bien. / Hay esperanza. / Es maravilloso verterse en el papel” (Verterse en el papel); “¿Qué es el AHORA?/ Hasta aquí he llegado / y ahora, de verdad, me gustaría ir / hacia otro lado. / Necesito cerveza para regarme” (El ahora). Sospechamos que el camino tiene mucho que ver con el relato, y, a su vez, que la vida se agolpa tras las palabras: “Antes, ahora y después / han sido, son y serán escritos / muchas palabras” (El tiempo y las palabras). Un viaje en el que los compañeros de viaje declarados son Whitman, Diviš, Panero y Vallejo. Y, por supuesto, Bukowski.
Más que un canto canalla, David Matuška nos ofrece un abanico de sensaciones, desde la morriña (Sueño checo) a la inquietud que pone en marcha los proyectos (“¡A mover los acordes! / ¿O los trenes? / ¿Nubes? / Quizás también a nosotros mismos”, Acordes). Una desazón que bulle en el interior (“Fuego de violencia / en mis ojos tengo”, Fuego de violencia) y que planta cara a las adversidades (“Gritó mi nombre, / y yo mantuve el viento y la lluvia. / Me lavé las manos, / pero me siguen temblando”, Gritó mi nombre I). La lucha es dura y complicada, “Oh, cuán maravillosa vida podría llevar, / si no fuera un solo insecto”.
La ambigüedad entre la escritura y la vida se resuelve con el ímpetu de la sangre y el deseo. Así, por un lado, “La poesía que somos quiere comer” (La poesía que somos) y por otro nos advierte que “Mis testículos / están llenos de ternura” (Gritó mi nombre II). El resultado, “A tu lado me acuesto hoy / sin ti / y sin mí / y que el viento termine el verso” (Praga- Smíchov).
Una historia enmarcada en situaciones dramáticas, como señala la segunda parte, PATRIK, Bastidores de un infierno. En un acto de rememoración David Matuška recupera partes del pasado en esta parte: “De repente no me acuerdo / de tu esencia. / No recuerdo / cómo sobrevivir a esto” (Retorno). Se convierte en primera persona y en narrador omnisciente de la vida del protagonista, “Patrik M. no es un hombre normal. / Nació entre el carbón y la cerveza” (Bastidores de un infierno); “Patrik escribe bastante buenos poemas / y los toca /…/ con cada poema terminado Patrik cree que, por fin, será el último. / Lo hace porque tiene que hacerlo: / Cuando deje de escribir estaré muerto o feliz” (Bastidores del infierno). Se completa el retrato de este personaje, no sabremos hasta qué punto puede ser un alter ego:
“Él se pone otra vez y Patrik está triste. Piensa en Dana y en toda la gente que quiere. No sabe qué va a pasar, no sabe cómo terminará todo esto, nadie lo sabe. Confía, cree y la tristeza le desgarra la cara”
El narrador toma partido, empatiza, llama, interpela, describe: “Calor dentro. Patrik arde. Patrik, joder, está otra vez en llamas. Quema como mil demonios /…/. Encuentros, / gente ajena / mujeres ajenas, / casas ajenas de alguien, / cuartos habitados por alguien /…/. Vivo una vida inventada, / desde el amanecer hasta el nuevo amanecer / y no pertenezco a ninguna / de esas casas” (Patrik M). Y el personaje responde: “Estoy solo en un país que no es el mío / en una casa que no es mía. / Solo con mi tristeza, / que iba acumulando con cada paso por esta tierra” (Ahí)
Varios son los demonios que atenazan a Patrik M. El amor, la pareja (“Con el amanecer, sentir su cuerpo, su calor, su amor. / Decir palabras mágicas, reírse y pensando en serio. / Ternura y alegría”, Con el amanecer); la labor de escritura como ejercicio de vida (“¡Demonios, fuera de mi cabeza! / ¿Dónde están mis poemas, / dónde está mi vida? / He perdido mis poemas, / he perdido mi vida”, Demonio I) y el dolor (“El día empieza con dolor, / con tristeza, / con lágrimas”, Demonios III). Procura aprender y tomarlo como entrenamientos, “Sigo viviendo para respirar experiencias “(Experiencias) sin que abandone el camino pero sin confiar en un happy ending: “En la noche llena de espera / sin guardar esperanza” (La espera). Sospecha que no hay soluciones, que no hay asideros: “–El amor viviría con nosotros, / pero no lo permitirás” (XXX). A pesar de todo, Patrik continúa sin ira, “No tengo miedo de la gente, de la vida, / de la vida, / de lo que me rodea” (Fuera en la calle). Se levanta y ”Agarro la vida bien fuerte, / y los versos, mis versos, son lo que me queda / bajo las uñas. / El poeta no debe ser objetivo” (Patrik, el poeta subjetivo).
Alternan en este relato desgarrado el dolor y la oscuridad (“Sangrando estoy una vez más, / retrocede la luz”, Me desgarro) con las treguas en las que el deseo y los afectos curan momentáneamente para dejar lanzados al mundo los cuerpos magullados: “Los estrepitosos gemidos de placer / se han convertido / en un llanto silencioso. / Las bragas en la maleta / llena de miel, té y café. / Dios de nuevo me abandonó” (ŽiŽkov); “Angustia, impotencia, abandono. / Otra vez he tejido un látigo / para azotarme a mí mismo. / El látigo de la piel humana. / De mi propia piel” (Azotes); “La chica que llora hacia dentro, / dentro de sí mismo / y está colmada de sal. / Al alcance unas veces estuvimos. / No sé qué hacer, dice / y es lo que le duele” (La chica).
Precisamente, Un poco de paz, tercera y última parte del poemario, es una especie de tregua, quizás irónica “Lo he arruinado todo / y las mujeres me vuelven a cortejar” (Un poco de paz, preludio); “Por fin lo sé. / Sé que una vez encontré la paz. / Pero no ahora, / ahora aún no. / Aún tardaré. / El mar está embravecido” (Por fin la paz). Patrik M atiende a responder a los golpes como estrategia, no son un fin en sí mismo. No se entrena, sobrevive: “Luchando, / picado, / golpe tras golpe, / historias, / soy fuerte. / Lo suficientemente fuerte / para el siguiente capítulo” (La lucha).
El poema resiste, las imágenes son básicas, pocos recursos estilísticos, la sinceridad y el lenguaje directo son la clave en este libro, en esta historia que debería terminar con algo de esperanza, al menos, de propósito de reconciliación con el mundo. Sin embargo, no conviene llevarse a engaño, el daño fue mucho y continuará en el futuro de Patrik M: “Reconciliación debería ser, /Pero de rabia más bien se trata /…/ Dolerse a uno mismo, / sufrir en silencio y el viento escuchar, / ¿Es lo que querías?” (Poema sobre la rabia).
En cierta forma es una mirada existencialista (“Me di cuenta de que no tenía nada. / Solo sé si para bien o para mal. / O si no tiene importancia. / Estoy vacío”, Vacío), más que nihilista, aunque ambas pesadumbres van de la mano. Patrik solo pide el afecto, solo añora la cercanía:
“Estoy cansado de tantas palabras el viento lanzadas.
Estoy cansado de hablar de día y de noche.
Estoy cansado de acostarme asustado
susurrando palabras de amor a la almohada
/…/
Un poco de paz.
Susúrrame una palabra.
Susúrrame la palabra AMOR
antes de que amanezca, por favor” (Estoy cansado)

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