miércoles, 4 de noviembre de 2020

Reseña de Javier Raya: ‘Disentimientos de la nación’. Ediciones Liliputienses. 2020. Col. Proscrita.

Nos enfrentamos aquí a una plaquette. La palabra es enfrentarse, porque esa es la intención de este mexicano, “historiador de la literatura Ninja”. Javier Raya tiene publicados El libro de Pixie (2010), Por los rasgos una bayoneta (2011), Ordalía (2011), La balada de Mr. P Mosh o 7 sonidos para peluquerías (2012). Lo que tenemos entre las manos es un largo poema en se mezcla un alegato contra las patrias y las influencias beat y de Bukowski en el estilo y la combatitividad de las letanías. Tenemos un espíritu rebelde, incómodo con las convenciones suicidas de una sociedad complaciente, que no se amedranta por la cercanía al panfleto, que dota a la denuncia de una cualidad poética y épica de quien se encara, a título individual pero con voz colectiva, a todas esas asunciones imaginarias que el poder aprovecha para cubrir los sueños con la patria.

Partiendo del rechazo al himno: “Una lucha empieza así: Disiento. / Disiento cuando dejo de creer en tu himno /…/ “porque no puedo estar a favor de tanto acento bélico”. Recuerda, indudablemente, a La mala reputación, La mauvaise réputation, de Georges Brassens que tantos recordamos en la voz de Paco Ibáñez. A diferencia del cantautor francés, no hay ironía, no hay guasa, hay un posicionamiento político y no hedonista. Una conciencia grupal de cómo el poder tergiversa y pervierte los valores de una nación, de una comunidad: “La política nos ha robado las palabras: se ha metido al saco la palabra pueblo, / la palabra comunidad, la palabra / compromiso, la palabra solidaridad”.

Como en un programa político, Javier Raya, repasa los temas en los que el país, su país, cualquier país, sufre la opción engañosa del bien común: “Yo disiento de tu versión de la salud / como enfermedad que se cura a balazos”; “El único lejo de la juventud ha sido la esperanza / e incluso la esperanza no la venden a crédito y cava”. Una mención especial la cuestión de la violencia y el militarismo: “Disiento cuando me dices que los muertos / caben en una cifra, en un coste, / en un gasto de producción de la paz”; “Disiento cuando haces que una persona / tenga miedo de otras personas”. Una opinión pública viciada en forma y fondo en la que “Política ya no es intercambiar opiniones, / porque ya no sabemos pensar / por nosotros mismos”. Unas estructuras políticas transformadas en beneficio de la élite: “Disiento porque tu plan no es perfecto, / porque no contabas con nuestra astucia, / estimado presidente, estimado dirigente sindical, / estimado líder charro y petrolero, / estirado burócrata ahogado en el reloj del tedio”.

Es también un canto a la esperanza, “Yo sé que todo va a estar bien / porque no estoy solo, / porque somos muchos, / los que vamos a hacer / que todo esté bien”. A pesar de todo, una fe en la capacidad del hombre pequeño, de los que no son nadie, para seguir escurriéndose a las garras del poder, para crear redes de compañía, para habitar los resquicios y alzarse a reconquistar lo que debe ser de todos: “porque estar vivo en México / es una conspiración de la vida, / una insurgencia de vida”.

Absténganse los que piensen que la poesía es cuestión de intimidades y corazones destrozados, los que crean que la torre de marfil y el escritorio de un ordenador viven sin la sangre de los que trabajan en las calles. Los quizá piensen que la ideología no tiene rima, que es siempre un ripio a descartar. Este libro es para los que viven al cabo, y saben quién es el Chavo del Ocho, y recuerdan la lucha contra los fascismos y no tienen miedo de que una ideología con nombre se cuele entre los versos.

“y tú eres mi país, y tú eres mi país, y tú eres mi país,

y de este metro cuadadro me hago cargo yo,

este metro cuadrado será también mi tumba

/…/

no pasarán, no pasarán,

no pasarán”

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