martes, 9 de febrero de 2021

Reseña de Jesús Aparicio González: ‘Lirios. Pequeño evangelio de las cosas pequeñas’. Ars Poética. 2020

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Tras la antología Huellas de gorrión (2017),  llegaron La sombra del zapato (2018) y Sin saber qué te espera (2019) y ahora se presenta Lirios, que lleva como subtítulo Pequeño evangelio de las cosas pequeñas, renovando la apuesta lírica de ese poeta nacido en el bellísimo pueblo de Brihuega. La poesía de Jesús Aparicio siempre ha tenido un carácter contemplativo. En ella se detiene a sentir los pequeños momentos como milagros cotidianos. El paisaje adquiere una cualidad que trasciende lo sensorial más allá de servir de escenario –o de excusa– para un poema. Versos de una delicadeza extrema, con cuidada contención hablan de un corazón abierto a aceptar lo cotidiano como un regalo (“Nada te pertenece. / Al alba todo es donación, regalo” (Saludo al laurel). No se escapa la referencia evangélica sobre los lirios del campo, verdadero sentido de este poemario, una sagrada despreocupación y un disfrute de lo pequeño y lo grande que se nos otorga. Si los románticos solo pretendían ser conmovidos por lo sublime arrebatador, por la naturaleza bella y terrible, Jesús Aparicio, en cambio, encuentra –y nos muestra– lo sublime en un recuerdo infantil (“sentado y acogido / en la sombra de la higuera / aún recuerdo pegado entre mis manos / su dulzura en la leche de mi infancia”, La higuera), en la contemplación de la naturaleza (“Bajo la luz de tu mirada / el musgo no se pierde / y eres testigo / de que da vida a una piedra”, Pequeño y escondido) o en un objeto cotidiano (“Todo universo llena / con su alzada sonrisa / esta pequeña estrella”, La lámpara del centro de la mesa).

Tampoco podemos obviar que este es un poemario lleno de fe, más allá de una espiritualidad general o una conciencia de lo sagrado que englobe un panteísmo donde quepan todos los credos, el poeta opta, podríamos decir, por un espíritu franciscano: “Piedra fría y sin sangre, / ninguna magia hará que seas pan, / mas solo el pan será / si es trabajando en piedra” (Piedra y pan). La sencillez en la que se muestra lo trascendente corre pareja a la mística entendida como un modo de vida, de prácticas y de reflexión: “Para vivir / ve necesario andar sobre las aguas” (Redes abandonadas); “nuestros camellos peregrinan / en busca de su aguja” (Nuestros camellos);  “En lo alto del monte hay una fuente /…/ La sed hace el camino” (La sed). Una fe que se expresa como una búsqueda y un camino (“¿Quién podrá cruzar el umbral del gozo, / esa línea invisible / que envuelve y abraza / el tiempo nuevo que vendrá / para hacernos más vivos?”, El ojo de la aguja). Las señales pueden ser literalmente migas de pan o gotas de lluvia, (“Toda buena semilla / emprende un viaje / hacia esa patria / que da fértil sombra / a un silencioso sueño / de raíces con ángel”, La semilla).

Más que a la épica creyente de Mesanza, está muy cercano a la poesía de Daniel Cotta, con quien comparte el asombro por lo cotidiano y la duda que asalta una fe que permanece: “No hay cielo fuera de ese agujero / que lleva a quien despoja su ambición de vanos equipajes” (Las puerta estrecha);  “Se interpone entre Ti y mi respuesta / la oscura razón de mi vacío” (Eclipse de luna).

 “El hombre ha nacido para busca

su diminuta perla:

cuanto lo hace feliz

y cantar su belleza,

y si la encuentra

abandona pesados equipajes

y corre hacia ella.

 

Y si no encuentra nada

en su ceguera

da todo lo que tiene

por esa nada

–la pequeña esperanza–

que lo sustenta” (El Tesoro y la perla)

Aunque hay referencias, incluso filosóficas, más amplias (“Cambio y permanencia / conjuntamente en sí / son plenitud”, La más pequeña letra), predominan los elementos de la tradición de los evangelios, como precisamente el poema que recoge el título: “No cumplen ni respetan voluntad / más que la de ese viento que los mueve. / Pero en el mundo, sin necesitar / el pulso de la mano que los pinte / ni el vuelo de una pluma que lo escriba, / dan argumento del ser de una mirada” (Lirios); “Todos secreto / despierta en esa aurora / que la noche ha ocultado / a niños impacientes” (Al que tiene…).

Aunque escuchemos la voz interpelándonos, el poeta se habla a sí mismo, recordándose repetidamente el ejercicio de encomendarse a una realidad entendida como un gozo inmerecido: “Sin merecerlo / te ha regalado el cielo / lo necesario” (Gratis); “El paño con que limpia las tinieblas / despierta a ese sol que lleva dentro /…/ vela porque tu ojo / sea sencillo. / Espera que tu ojo sea amable /…/ La manera en que ves / ilumina ese pozo en el que bebes” (Tu ojo); “Abrázate al tronco, / rodea sus heridas, / venda con amoroso tacto / las llagas de la edad” (Con las manos que sanan). No se hunde en una búsqueda del sentido para el dolor (“nada te rompe y cansa / y es tu tela reposo / todo el dolor del mundo”, La camilla; “El dolor nos transmite / de un otoño a otro otoño, / óxido y sangre coagulada: / la señal de los clavos”, La señal de las clases), sino que emprende la búsqueda de un refugio (“En un manto te ocultas / y de él haces refugio /…/ suelta tu manto y salta / a donde llama / la luz”, Suelta el manto).

No tema nombrar directamente el objeto de la fe ni hacer explícitas sus obras (“Dios bendice / esa miga de pan / que sacia el hormiguero”, Bendición); ni su esperanza (“Hoy te viste de polvo / cuyo gris olvidó todos sus fuegos. /…/ En tus cenizas / no has muerto totalmente” (Cenizas);“Pequeño por el asombro de saberte vivo /…/ pequeño que se alimenta de pequeños sorbos // Hay que ser muy pequeño para hacer cosas grandes, / en todas, para siempre” (Pequeño). Este es un libro de poemas religiosos, fuera, por supuesto, de la beatería ñoña y de los salmos rancios y estereotipados. Estos son los versos sinceros en los que se aprecia, sobre todo, poesía más allá de se comparta o no los fundamentos religiosos: “Si te siento conmigo / es más torre mi fe /…/ soy un hombre-orquesta repartiendo alegría /…/ mi voluntad es de tu viento /…/ Tú que eres solo vida, / me desarraigas, me destierras y me condenas hacia el Amor // Todo lo haces en mí, / y, sin embargo, aún no conozco / tu verdadero nombre, / por eso te he llamado con cantos de poesía / Paloma, Viento, Fuego; / Aliento, Agua… Espíritu Santo, / hasta que nuestra unión no precise de palabras” (Al Espíritu).

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