lunes, 8 de marzo de 2021

Gambito de Dama


Aunque no venga mucho a cuento, debo decir que me decepcionó muchísimo la serie de este título. Me pareció simplona, con una interpretación de anuncio de perfumes, todo muy chic, todo cool, diálogos nada realistas y respuestas emocionales propias de algún trastorno del espectro autista. Muchas han criticado el uso del alcohol y las drogas como elemento de glamur, toda la serie rezuma glamur de garrafón. Mejor no hablar de la escena final, en la que la protagonista imagina en el techo de la estancia las posibilidades del juego, como si en toda la serie hubiera tenido que pensar en mover un peón. Muy poco creíble. No entiendo cómo ha despertado tanta admiración por parte de la crítica.

El nombre de la serie proviene de una jugada de ajedrez en la que sacrifica una pieza (el peón que está en la columna de la reina) para conseguir mejor posición en el tablero. Un jugador adelanta ese peón y el contrincante lo toma –o declina–. De un modo metafórico, puede considerarse que la protagonista está sacrificando a las personas que están a su alrededor en aras de conquistar la cima del ajedrez, amigos, compañeros, amantes, rivales… todos son utilizados y desechados. Pero, ¿qué sucede cuando lo que se ofrece no es el peón sino la propia dama? ¿Tiene cabida esa metáfora?

Hoy, 8 de marzo, se celebra el día de la mujer trabajadora. Y como viene siendo habitual, esta celebración no está exenta de polémica. El pasado año fue a posteriori, coincidiendo con el decreto del estado de alarma. Una gran parte de la opinión pública obvió las aglomeraciones habituales en esos días, olvidó los eventos deportivos, incluso la celebración de un mitin en Vistalegre de un partido político en el que uno de sus dirigentes, claramente afectado por el virus, saludaba, sin ningún tipo de precaución, a la gente. Ese mismo grupo ha propuesto dedicar el día de hoy a las víctimas del coronavirus. No lo llames realismo, es cinismo.

Este año no podía ser menos. Ya no son las habituales quejas demandando un día para los varones, o alertando de las excentricidades de las feministas, o preguntándose qué derechos les faltan a las mujeres, o negando la violencia hacia las mujeres, o retorciendo las palabras yo-no-soy-machista-ni-feminista… Este año volvemos a relacionar las marchas reivindicativas con el coronavirus, porque es la excusa respetable para negar el espacio público a las mujeres. Personas, hombres y mujeres, que nunca han mostrado su apoyo a la causa feminista, que nunca han tenido en sus redes ninguna reivindicación que no fuera la propia de su trabajo, de repente se ven en la obligación de recordar que estamos en situación de pandemia y que no son convenientes las aglomeraciones. No tuvieron la necesidad de advertirlo en ninguna de las manifestaciones anteriores, ni las de Núñez de Balboa, ni la de los hosteleros, autónomos, ni siquiera alertados contra las fiestas ilegales o el concierto de Raphael. Solo ahora, y en la campaña electoral catalana, porque de la gallega o vasca no hubo reproches significativos.

El reproche más indignante es el que compara la actitud de las convocantes con la de los niños con la cabalgata de los reyes magos. Los niños lo entendieron… Como si los colectivos feministas fueran mucho más pueriles, ajenos a la precaución y a la sensatez que implican los tiempos en los que vivimos. Por supuesto que cualquiera puede insistir en que no es una buena idea una manifestación, o una sentada o cualquier forma de protesta pública, pero me parece denigrante la comparación. No sé, quizá sea yo.

La delegación del gobierno en la Comunidad de Madrid ha prohibido las manifestaciones por el 8 de marzo. Es la primera de relevancia que se prohíbe. Ni siquiera las de los negacionistas que iban sin mascarilla tuvieron problemas para concentrarse y abrazarse. Pero no ha sido el gobierno de Díaz Ayuso, ha sido el gobierno del PSOE quien ha prohibido las manifestaciones y los jueces, por ahora, les han dado la razón. Antonio Maestre sostiene que es un intento por parte de Pedro Sánchez, asesorado por Iván Redondo, de bajar los decibelios, una especie de sacrificio para parecer menos criticable a la derecha, ahora que parecen que tienen que estar condenados a entenderse y renovar los órganos de control de los jueces. Un gambito de dama. Sacrificamos los peones feministas (en este caso las manifestaciones) para tener un tablero más favorable. Otros articulistas son de la misma opinión.

No es la primera vez que se sacrifica alguna cuestión feminista en aras de una mejora. Tradicionalmente, las reivindicaciones de las mujeres se han supeditado a la consecución de la lucha de clases, como si la división estamental del trabajo (hombres trabajo remunerado-productivo, mujeres trabajos del cuidado-reproductivo). Los objetivos de igualdad son las primeras que caen en las grandes corporaciones. Se cuestiona la obligatoriedad de contar con mujeres en los órganos directivos porque, según dicen, tienen que estar los mejores, independientemente de si son varones o mujeres. Como si no hubiera hombres mediocres en dichos órganos. En aras de la eficiencia se sacrifica la paridad.

En la tristísima polémica sobre la ley trans, unas piensan que se sacrifican las mujeres por un borrado para satisfacer las demandas del capitalismo narcisista, otras piensan que se sacrifican las mujeres trans y los hombres trans para salvaguardar una idea excluyente del sujeto del feminismo. No quiero entrar otra vezen esta discusión, solo recalcar este sacrificio que se asume.

Se sacrifica la mujer cuando se tiene un niño y hay que cuidarlo, se sacrifica  cuando se opta por un trabajo peor pagado… Y se sacrifican las mujeres en las guerras cuando son violadas… No caigamos en el victimismo paternalista, solo recordemos que, ante los problemas, la mujer y sus derechos son los primeros que se posponen. Un auténtico gambito de dama.

 

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