lunes, 29 de marzo de 2021

Lágrimas, pasta y televisión

Una polémica interesante de estos días tiene que ver con el circo que se ha montado alrededor de las declaraciones de Rocío Carrasco en Telecinco. El fenómeno es interesante por la manera en la que la opinión pública ha reaccionado y reacciona. La cadena no es tonta, sabe que el asunto trae morbo y con eso arrastra a la audiencia. Más morbo aún si la protagonista no solo pertenece al mundo de las celebridades heredadas, sino porque la otra parte, su expareja ha trabajado para Telecinco durante mucho tiempo. Reconozco que no he escuchado a la susodicha ni al susodicho, hablo solo de oídas, por lo que me llega. Así que tengo una postura similar en cierta manera a los fenomenólogos, que no tienen por qué aceptar la realidad sobre la que hablan los sujetos y la ponen entre paréntesis. Nos interesa la reacción. O mejor, las reacciones.

Partimos de la base de que ya desde antes habría seguidores de la llamada Rociito –sin acento, que esa ha sido otra polémica asociada– y partidarios de Antonio David Flores. Podríamos avanzar que seguramente por razones azarosas, como la simpatía inexplicable que unas personas sienten por otras o la identificación con una situación personal. He asistido a tomas de partido muy radicales entre una y el otro. Así que, la miniserie de entrevistas tenía el terreno abonado para la polémica.

Lo que ha descrito Rocío Carrasco encaja a la perfección con un maltrato claro por parte de su pareja. Así que nos hemos encontrado con muchas voces en la opinión pública que se han solidarizado con ella y han extrapolado su caso. Si una mujer con posibles y acceso a abogados ha sufrido no solo el maltrato físico y psicológico, sino también la incomprensión de los tribunales, no debía de extrañarnos que cualquier hija de vecino haya pasado por un calvario similar o peor. Podría desmontarse esa cantinela tan querida para cierto sector social y político de que las mujeres tienen todo ganado en los juzgados. Pero no, por supuesto que no ha sido así.

La ministra de Igualdad, Irene Montero, como otras muchas personalidades, ha mostrado su solidaridad con la víctima y muchos, muchísimos la han acusado de oportunismo político. Me pregunto entonces, ¿debía haber permanecido sin pronunciarse ante tanto revuelo mediático? En este caso no dudo que se le hubieran echado encima con la excusa de que hay víctimas que son bendecidas por los social-comunistas-progremitas. Y es que a la titular del ministerio no se le ahorran descalificaciones e insultos. Así que, de alguna manera perversa, Irene Montero está perjudicando el caso de Rocío Carrasco.

También hay un sector importante de la opinión pública que acusa de banalizar el problema al centrar el foco en una “famosa” que está, simplemente, cobrando por dar el espectáculo con su vida privada. Y seguramente tendrán razón, no parece muy recto moralmente aprovechar como negocio la denuncia de unos malos tratos. Flaco favor, dicen, le está haciendo a la causa de la mujer. Creo que la otra parte se ha beneficiado de su relación con la hija de la Más Grande como atractivo en su carrera televisiva. No sería descabellado considerar de justicia que Rocío Carrasco haya jugado en el mismo terreno. Por otra parte quizás no debamos condenar el medio si los fines están claros.

Una de las revelaciones de la confesión tiene que ver con la posición de la hija en el conflicto. De lo que está relatando se deduce que uno de los progenitores ha contribuido a la animadversión hacia el otro de los progenitores. A través de comentarios, de relatos parciales, parece que Antonio David ha predispuesto a la hija contra su madre. Al principio, creo, ella estaba del otro lado y ha cambiado de partido. No ha faltado quienes han aprovechado para relacionarlo con el llamado Síndrome de Alienación Parental. Este constructo está desacreditado por todas las asociaciones internacionales de psicólogos y psiquiatras, y las organizaciones internaciones han requerido a España en numerosas ocasiones que eliminen de los informes forenses cualquier cita del Síndrome. Recurro a una autoridad en la materia, Miguel Lorente, quien dice que el desprestigio que sufre uno de los padres a cuenta del otro es pan de cada día. En muchísimos procesos de divorcio, los niños sufren las constantes críticas que cada progenitor hace de la que había sido su pareja. Para que realmente pudiera ser considerado una enfermedad, un síndrome, el niño debería estar alejado de toda otra influencia, de cualquier contacto con la realidad o con otros parientes. Y esto no sucede. El SAP es un instrumento machista para denigrar a la mujer a partir de los testimonios de los hijos a los que se da la vuelta. Si el niño refiere los malos tratos por parte de su padre, inmediatamente se sospecha de que ha sido manipulado por su madre para ponerlo en su contra. Lo hemos vivido en muchos casos, quizás el más mediático fuera el de Woody Allen y Mia Farrow, desestimado por los juzgados en todas las ocasiones, con alguna puntualización en algún caso.

Como no podía ser de otra forma, Vox ha tomado el testigo y reivindica que el SAP existe tanto para unos como para otras, y he asistido en las redes a debates en las que la invalidación del síndrome debería aplicarse también al testimonio de Rocío Carrasco. O todos o ninguno. En realidad, retomando lo dicho por Miguel Lorente, no tiene por qué ser así. Se deberían poner encima de la mesa todas esas descalificaciones de una y otra parte, pero no considerarlas un Síndrome, una enfermedad, sino tratar de aclarar los hechos. Especialmente en sede judicial.

La mercantilización del sufrimiento ha sido bochornosa. La cadena ha montado toda una industria a partir de repartir miserias ajenas, bien en los famosos “polígrafos”, de la venta de exclusivas, de peleas más o menos pactadas, o de shows tan deleznables como productivos (es increíble el éxito que tiene La isla de las tentaciones entre los alumnos de Instituto, de 12 a 18 años). Subidas de audiencias, encuestas en Twitter (dale a me-gusta si apoyas a Rocía, dale a retuit si estás de parte de Antonio David). Es repulsivo, pero no mucho más que otras muchas experiencias televisivas obscenas –literalmente, que deberían quedar fuera de escena–, una pornografía de la intimidad –reconozco que no me gusta el término– que se recrea en lo más escabroso de la vida privada de quienes aspiran a ser reconocidos y famosos.

La maquinaria del mercado convierte en dinero cualquier acción, pervierte intenciones y consigue rendimiento de todo, material, emocional, espiritual, todo es engullido para convertirlo en beneficios económicos. Arrastra sin contemplaciones hasta lo más sagrado –el Vaticano es una fuente de mercaderías–. Esperemos que todo este espectáculo no retire la atención de lo que debería: el peligro real de que cualquier mujer, independientemente de su condición social, puede caer en el maltrato y el resto de la sociedad le pueda dar la espalda. No es una desgracia independiente de la sociedad no es una catástrofe geológica o climática, es el resultado de una dinámica muy arraigada hasta en nuestra sociedad tan avanzada que tecnológicamente tiene la posibilidad de retrasmitirla en directo.

 

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