Ángel Ballesteros tiene la delicadeza de hacerme partícipe de su poesía con esta nueva entrega. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, compagina su pasión por la historia con la poesía. El autor advierte que el título del libro de los capítulos son versos de san Juan de la Cruz, y, efectivamente, el espíritu comparte con una visión mística de la vida: “El asombro fue primero, / después, un paso diario; / monotonía, calvario /…/ Y seguimos el camino”. Ángel Ballesteros compone el poema como se camina, deteniéndose en los detalles, sin prisa, por los senderos y las rutas que, por mucho que se atraviesen, siempre tienen algo que ofrecer, un detalle que cambia, un perfil que pasaba desapercibido. Y, sobre todo, porque al caminar –el poema– se es consciente, a veces dolorosamente consciente, del paso del tiempo y de que uno ya no es el mismo, arrastrado por el tiempo.
El primer capítulo, bajo el verso Entre las azucenas olvidado, ya presenta los temas fundamentales de este poemario que, como anuncia el título, tiene un tinte de sufrimiento mientras que se demuestra un amor a la vida: “El tiempo nos pesa tanto / y no permite ya cambios / en los relojes y pasos”. Relojes, pasos y camino son elementos que se repiten y componen el armazón conceptual del volumen. El homo viator en su acepción más anclada en el tiempo, en su concepción de kronos, del tiempo que se repite, del acontecimiento no excepcional, “Pesa ahora mucho el paso / casi el reloj ya parado”.
Saben conectar los poemas el peso de la tradición mística y de aceptación de la voluntad del destino (“Nuestra esperanza, /llueve fuerte en la plaza, / sobran las lágrimas”) con los elementos más coincidentes de las tradiciones taoísta y budista: “Hoy, roto ya el plato, / nada tiene la forma / que tuvo en el pasado”; “Paso que pasa, / quise olvidada, / agua estancada, / todo fracasa”; “Nube que pasa. / Va y viene, paso y danza, / miedo y palabras”. No es sin embargo una reflexión filosófica conceptual y etérea, está anclada en la experiencia presente, la que se siente en los huesos y la que se saborea.
“No sé cómo leer estos latidos,
yo creía, pensaba que la cumbre
era mía; soñar junto a la lumbre,
saborear momentos ya vividos
/…/
Juego de mesa, cartas, pasatiempo…
carátula de gestos y de mimos.
Lo que quieras, siempre será un apaño”
Quizás sea más explícitamente creyente la siguiente sección, Más el amor fue tan alto. En ella se encuentran oraciones poéticas: “¿Y si yo le preguntar / su respuesta me sanará?” junto a elementos de lo cotidiano, el sueño y el camino en una contraposición muy machadiana, como Machado supo adaptar la mirada del haiku: “Es mucho lo vivido, mucho más lo soñado”; “Si yo buscara / el camino de mar / río sería”. Palabra en el tiempo, sin duda: “Mi ahora, reloj parado. / Mi siempre, el amor soñado”.
Hay en los poemas incluidos en Un no sé qué que queda balbuciendo casi de juego infantil: “Lanza que lanza, / luna que aúna, / viento que siento, / juegos con egos… / doy un portazo, / salgo corriendo”; “Peones que giran, / globo que asciende / coge tus sueños y vete /…/ Paso y no quiero, / espero la jugada / en un banco sentado “Al escondite no, / que al no encontrarte / se pierde la ilusión”. Son elementos que acompaña la vida del jubilado, los juegos, los toros, las añoranzas de los amigos que se van. En ellos se ve la sombra del covid tanto como el natural paso del tiempo. Aparece el kairós, el instante que todo lo trastoca: “Cruza la calle un caballo, / el cielo la golondrina, / lenguaje de crucigrama / y tu buscas la salida”.
Sabe alternar estos versos de aparente sencillez y gran profundidad con otros que juegan a rimas infantiles, populares en el mejor sentido de las palabras –el que le dio el Machado, pero Manuel–: “Era canción repetida: ‘hoy como agua’ / monótono reloj, repetición de instantes”; “Agua que a la mar no llega, / el miedo que cierra puertas, / nadie sabe lo que pasa, / en el cielo no hay estrellas”; “Manzana de tentación / cómete una, cómete dos. / Aceituna aderezada / y si picara poquito / entonces será mejor”; “Cuéntame un cuento / que el bueno siempre gane, / que tenga besos”. Así conviven con muchos otros que podrían haber salido de las clases de Abel Martín: “Para soñar / no sé por qué camino / mi caminar”; “Libro leído, / en esa estantería / como olvidado”; “Preguntas ¿y para qué? / La respuesta siempre tiene / algo leve que ocultar: /pétalos sí, de mentira, / olor tal vez de verdad”; “He de decir que siento esta tristeza / como alguien que quitó / el vaso de mi mesa”; “No sé las cosas / que pasan tantas veces / sin dejar sombra”...
La observación diaria en la que lo cotidiano se ve atravesado por lo excepcional dota a la poesía de Ángel Ballesteros de un contraste que enriquece los versos al entretejerse unos poemas con los otros. Así podemos contemplar “Bajo la tela viaja, / una gotera / juega a sembrar de sombras / todo mi techo” y luego sentarse a considerar la “Confusión entre los pasos y los sueños”. Dice con razón usar “Viejas palabras para ideas viejas” porque así se describe una poética que no busca el barroquismo ni una novedosa expresión, ni expresiones que pronto estarán demodé. Se busca lo original, que deberíamos recordar que se refiere al origen. Hay en la poesía de Ángel Ballesteros mucho de verdad, de la búsqueda para distinguir lo cierto de lo aparente, de emprender el camino para buscarla juntos:
“Yo sé de dónde vengo y no me cuente
lo que dice que hice y no estuve
en esa falsa historia con que miente”
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