miércoles, 19 de mayo de 2021

Reseña de Gemma Solsona Asensio: ‘Blancogramas’. InLimbo Narrativa. 2020

BLANCOGRAMAS | GEMMA SOLSONA ASENSIO | Casa del Libro


Gemma Solsona Asensio publicó en 2009 Valgamar junto a Tebu Guerra, Maullidos (Stonberg, 2016) y Casa volada (Huso, 2919) y ha participado en numerosas antologías, como Ars moriendi, también para InLimbo. También ha ganado el certamen Terroríficas II y coordinó diversas antologías. Imparte talleres de Escritura Creativa y Relato.

El motivo principal sobre el que giran los relatos aquí incluidos es el color blanco. La simbología psíquica de los colores está muy enraizada en la cultura concreta y obedece a criterios un tanto arbitrarios que, sin embargo, deben anclarse en la lógica metafórica para que tengan un sentido dentro de la comunidad cultural y aporten explicación hasta que se convierten en intuiciones previas a cualquier razonamiento. Así hablamos de arriba como bueno y abajo como malo porque todos entendemos que durante la enfermedad y la muerte se está postrado y venirse arriba implica físicamente la incorporación. Por eso es una metáfora que se entiende tanto en español como en inglés, en idioma hablado y en gestos de pulgar. Con el color blanco sucede que está asociado a la vida porque ese es el color de los líquidos vitales, la leche materna y el semen paterno. El blanco es el símbolo de la pureza porque cualquier imperfección se advierte claramente –y esta podría ser la razón de ese despiadado afán por broncearse la piel–. Es símbolo de la luz y el conocimiento por mucho que la blancura puede cegar tanto como la ausencia de luz. Ese es quizás el gran acierto del Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. No obstante el blanco no siempre se asocia a aspectos positivos. Uno se queda en blanco en un examen, o es el blanco perfecto en una diana. Para la civilización oriental, el blanco es el color de la muerte y el luto, porque ese es el color de los muertos. Es una realidad tan incontestable que entre nosotros el término lívido ha pasado de significar azulado como los cadáveres a blanco como los muertos. Gemma Solsona ha sabido llegar mucho más allá y explorar las posibilidades de inquietud y sombra que tiene el color blanco. El artwork, el diseño de la portada, como toda la colección de InLimbo, afianza la promesa en un universo de miedos ante lo que debería ser el territorio conocido de la infancia sin perversidad.

En cada uno de los relatos, de una u otra forma, el color blanco adquiere un protagonismo, a veces incluso siniestro, y siempre misterioso. El territorio del terror, de la angustia no siempre es el extraño, mucho más inquietante resulta lo cotidiano, lo conocido aquello que se escapa a la mirada atenta. Un personaje tan querido como Mary Poppins puede ejercer una influencia mucho más turbadora que el desconocido de la casa deshabitada, y todo sin contar con que la señorita Poppins siempre me ha resultado amenazante con la firmeza y severidad que demuestra, por mucho que estuviera dulcificada por el rostro de Julie Andrews, demasiado hermosa para interpretar al personaje según la autora. Peligrosa también puede ser la relación con los más cercanos, con las familias, con las mejores amigas.

 

Sin embargo, a medida que se acercaba su cumpleaños, el humor de Cat se tornó más caprichoso. Y muchas veces se limitaba a observarme desde un rincón, jugueteando con sus ratoncitas, y me sonreía y susurraba: «Me quieres mucho, ¿verdad, Clarita? ¿Harías cualquier cosa por mí, Clarita?». Y yo asentía, jugaba con sus muñecas y comía, seguía comiendo su tarta de cerezas, casi mi único alimento los últimos días de aquel mes de julio. (Adorada Cat)

Aprovecha Gemma Solsona la estructura del cuento para llevarnos de la mano hacia lo inquietante, revuelve la estructura del relato parra que pasemos por los márgenes de aquello que se oculta y amenaza, por mucho que sea la nívea luminosidad lo que nos ciegue. Dotados de un estilo claro y elegante, con las imágenes precisas y sin trucos de guion, son siete relatos de diferente envergadura, unos parecen inmersos en el realismo más minucioso mientras que otros exigen traspasar el umbral. La figura de lo monstruoso adquiere el rostro angelical y acompaña en una pendiente de desasosiego más evidente al confrontarse a la inocencia supuesta. No podemos negar un ambiente gótico aunque los topoi de cada relato puedan situarse sin fisuras en la actualidad, en un futuro posapocalíptico o en la época victoriana y es uno de los grandes aciertos por hibridar de manera natural un estado de ánimo atemporal.

En los tiempos compartidos con Lucrecia, no tan lejanos, la bohemia se nos representaba a través de los rostros níveos de artistas y musas desafortunadas, veladas regadas de absenta –aunque no la hubiéramos probado– y escenas sacadas de un cuadro de Lautrec. Lucrecia, en esos días, se burlaba de mis cándidas insinuaciones. (La alcoba blanca)

El terror es el abismo que nos enfrenta, no siempre a nuestros miedos, sino, sobre todo, a nuestros deseos, como el que se asoma al espejo de Blancapiedad, el deseo de tener un ángel en el desván, o el prodigio de sutileza de Cucarachas blancas. Elementos sutiles como las plumas, los ratoncillos configuran un universo peculiar que nos induce a la sospecha de irrealidad en cuanto levantamos los ojos del volumen. Más que la sangre o los monstruos que persiguen, Gemma Solsona prefiere sembrar la inquietud con elegancia. Que así sea.

Firmar libros que perdurasen en la memoria de otros niños como yo, inspirarles tardes de aventuras mientras devoraban su trozo de pan con vino y azúcar. Qué tiempos… En el fondo, algunos escritores logran vivir para siempre a través de sus personajes, ¿no? Pero aquí me tienes aún, escuchando los relatos que me traes en esos libros de biblioteca. (La dama de los guantes blancos)

No hay comentarios:

Publicar un comentario