jueves, 6 de mayo de 2021

Reseña de Andrea Muriel: ‘A veces el amor es un cactus’. Liliputienses. 2021

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Andrea Muriel nació en Ciudad de México. Es escritora, traductora y editora y este es su primer poemario. No es la primera vez que se utiliza el paralelismo de una planta con el desarrollo del amor. Quizás la más famosa ocasión sea la del inmortal bolero de Antonio Machín, Dos gardenias, en el que, con no poca mala intención culpa a la pareja de descuidar el amor como se descuidan dos gardenias. Como el cubano, Andrea Muriel lo considera como algo simbólico y que tiene mucho que ver con la cuidadora. En principio, “Un cactus muere tres meses antes de que nos demos cuenta / y es imposible saber si las pequeñas señales (…) / son indicios de la muerte o tan solo parásitos” (Cómo saber si un cactus ha muerto).  En estas historias del final del amor, termina confesando que Dejo morir los cactus para no tener que cuidarlos y otras cosas que no me atrevo a confesarme a mí misma y mucho menos a ti.

La extrañeza que produce comparar el amor con un cactus –con la precaución de que es “a veces”– será uno de los recursos estilísticos más básicos de este poemario. Así puede añorar “Acariciar tu espalda / me hace pensar en Central Park” (El poema que le prometí a tu espalda), mientras que en otras ocasiones se mezclan Heineken y regaderas, con conferencias de Stephen Hawking: “Te acercaste a mí y poniendo tu mano en mi cintura / me hiciste olvidar a Stephen Hawking / y cómo los átomos ni siquiera se rozan” (Después de una conferencia de Stephen Hawking).

Cuando se rememora que “La primera vez que me viste desnuda / me dijiste que estaba muy flaca” (Cuando me acuerdo de ti me siento chiquitita) o “Preferimos amarnos en tu cuarto” (Locus amoenus) se está estableciendo una narración con el argumento clásico del comienzo en equilibrio que se acaba rompiendo, aunque no se sepa muy bien si el equilibrio estaba ya roto mucho antes del inicio de la narración: “Llevamos juntos muchos años, / conocemos nuestros cuerpos, / y sabemos cómo hacerles llegar al orgasmo /…/ Es mejor acompañarnos en silencio / a desmoronar la vida / que hemos construido” (Tibia conveniencia). Por su parte aparecen textos que podrían funcionar como verdaderos pequeños relatos insertos como Clónica, Cirrosis

Más adelante suceden los episodios en los que la ruptura no termina de cerrarse: “Nos hablamos solo un par de veces más; / me confesaste tu dolor al tirar a la basura / el ceviche intacto. Yo solo pude pensar / en tus hermosas manos transformándose / en pestilentes camarones incomibles” (Cerviche). Es precisamente este punto el que más interesa al juego poético, en el que más se recrea la autora: “En un mundo paralelo / te regalaré un dinosaurio para tu cumpleaños // en un mundo paralelo / no tendré miedo a quedarme” (Dinosaurio);  “A veces no recuerdo nuestra última noche juntos / ¿y qué? / ¿a poco tú sí?” (Ex); “También habíamos hecho alguna nueva locura, mandando una foto al grupo de nuestros amigos y ellos serían cómplices una vez más de lo cursis que nos volvíamos juntos” (La obsesión que tengo con el cactus es directamente proporcional a la obsesión que tengo por saber cómo terminó todo entre nosotros); “Cualquiera cosa para no decir / hoy te extraño solo quería escucharte” (Esto es demasiado para un día en Culiacán a las diez de la mañana).

El dolor impregna los recuerdos, un dolor intenso: “Nunca pensaste que los monstruos / que imaginabas de niño, / pudieran ser insignificantes / frente a las acciones de alguien que ama” (Fantasma); “No fume, no beba alcohol / no tenga pensamientos negativos” (Cirrosis);  “y la verdad es que estamos solos/ cuando el mundo se parte en dos” (Meteorito en mi cama). Lo hermoso del amor contrasta con el momento en el que domina la fealdad en (Los cirujanos plásticos nunca dicen las verdad). La lucidez con la que recuerda tiene un símbolo muy explícito, las referencias a la vista: “Tal vez porque ya todo terminó / comienza a volverse más nítida la imagen que tengo de ti / logro verte sin que esta me pertenezca” (Final); “Es verdad que puedo ser raro lo que pida / y seguramente cursi. Pero insisto: / ¿Recuerdas el día que volvimos a vernos?” (Otra historia). Las fotografías y la memoria entran en el mismo juego visual (Stalkear) y explícitamente aparece en Fui al oftalmólogo con mi ex y hubiera sido mejor seguir sin ver bien: “¿es más cómodo así? / ¿o prefiere como eran las cosas antes? /Veo que sufre de lagrimeo”.

“Quiero amarte

hasta que el sol

y las estrellas

 

y que no sea mentira” (Variación 44 de un verso montalbettiano)

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