Se han cumplido diez años desde que la banda terrorista Eta decidiera dejar de cometer atentados. Ha sido el momento de hacer balance y de comprobar cómo las costuras de la sociedad vasca y la española todavía tienen rotos y zurcidos tan evidentes que no podemos ignorarlos. Más allá de que cada cual tenga una opinión sobre cómo, por qué y a qué precio terminó la violencia de la banda terrorista, creo que el especial que Carlos Franganillo para el Telediario de las nueve pudo ofrecer una panorámica bastante fiel de las posturas oficiales de diferentes grupos políticos. Se pudo apreciar claramente el esfuerzo por hacer malabarismos lingüísticos del lendakari o el discurso de prestidigitador de Mertxe Aizpurua que nos dirige hacia un lado para ocultar otras responsabilidades. Igualmente los dirigentes del Partido Popular se retratan en su misión de ataque continuo al gobierno y su eta-está-más-presente-que-nunca. El Psoe se muestra orgulloso de haber estado en el gobierno cuando Eta dejó las armas y se siente responsable del triunfo de la democracia sobre la violencia.
Otros cuyo discurso tiene que estar muy controlado es el de Unidas Podemos, porque resulta muy difícil explicar cómo hay que tender puentes para integrar en el juego democrático a quienes, en el pasado y quizás también en el presente, justificaban el uso de la violencia en la política. No es la primera vez que hay que procurar esa estrategia. Durante la Transición se transigió con los poderes fácticos para que fueran aceptando las reglas de la Constitución y la existencia de partidos comunistas. Las consecuencias, según los principales partidos del régimen del 78, fueron buenas, hemos llegado a la democracia plena de la que gozamos cuarenta años después. Sin embargo, para los críticos con el régimen, el franquismo sigue muy presente en las instituciones y cada vez más en la ideología de algunos partidos políticos.
Se comprende por un lado la exigencia de que los herederos del entorno de Eta pidan perdón a las víctimas y demuestren su compromiso ayudando a esclarecer los asesinatos aún no resueltos. Por otro lado, esta es una vía que presenta sus problemas. Por ejemplo, la revisión cinematográfica de Maixabel pone de manifiesto que la ceremonia del perdón solo puede ser a título individual, que el terrorista se sienta dispuesto como individuo a solicitar el perdón, que la víctima solo puede trasladar de una persona a otra. No todas las víctimas están representadas en el perdón como no puede perdonarse a toda la banda por la actitud de un miembro. Quizás sea una rémora del pensamiento católico. De todas formas, estoy seguro que si realmente los herederos de la violencia abertzale pidieran perdón, habría un sector muy importante que diría, en su derecho, que no es sincero, que son palabras huecas, que no se pueden fiar. Mucho más cuando los discursos son ambiguos, se recurre a lo genérico, a los verbos impersonales, como ha repetido Otegui estos días. Además, si Otegui no es Eta, ¿sus palabras representan el arrepentimiento de la banda terrorista? ¿Para qué insistir en que pidan perdón si luego no los vamos a creer?
Para empezar, porque es un gesto y estamos necesitados de gestos. Otegui tiene que mostrar gestos que puedan interpretarse como renuncias a la violencia etarra pero sin perder el perfil de abertzale que no se doblega. Si no lo hiciera, sería un traidor inservible como enlace entre un submundo anclado en el odio, que todavía existe, y una sociedad democrática. No conviene, de ninguna forma, endiosarlo como hombre de paz, a él le merece la pena seguir siendo el ogro abertzale. En cierta forma, debe dar cobertura al sentimiento arraigado en el independentismo de que su sufrimiento –no el de las víctimas– no ha sido en vano.
En otro orden de cosas siento vergüenza de cómo la ultraderecha y la derecha siguen utilizando el terrorismo para deslegitimar un gobierno. Desde un punto de vista político, es duro que el terrorismo acabara durante el mandato de tu rival, pero sobre todo hay razones casi psicológicas para no aceptarlo. Por lo que intuimos, la derecha sostiene que con Eta no se debió negociar, sino ir deteniendo a todos sus integrantes, se tardara el tiempo que se tardara. Sabemos, por el contrario, que todos los presidentes de gobierno han procurado un diálogo y una negociación, frustrada la mayoría de las veces. Para la mentalidad autoritaria que se esconde en muchos dirigentes y votantes de la derecha cualquier cesión es debilidad. Sin embargo, ¿es preferible aprovechar el agotamiento de Eta para acabar definitivamente con sus asesinatos? ¿Cuántos asesinatos son asumibles en el intervalo hasta su derrota por la policía?
El PP se enorgulleció de llegar, en el País Vasco, a acuerdos con EH Bildu y se ponía a sí mismo como ejemplo democrático. Ahora enarbola la bandera opuesta y si el gobierno entabla conversaciones con grupos políticos independentistas denuncia que están colaborando con romper España. Más aún, que son terroristas directamente. Siendo rigurosos, EH Bildu no es una organización terrorista, puesto que si lo fuera, automáticamente estaría ilegalizada. Aunque defiendan la libertad de los presos etarras.
Y precisamente ahí es donde siento mayor repugnancia. En la glorificación de asesinos, en la mentalidad que aún subsiste de desprecio hacia los enemigos. Todos los recibimientos son actos masivos. No son un empecinamiento de los líderes de la izquierda abertzale, son compartidos por muchísima población, que seguro que en el resto de sus vidas, son gente de bien, que saluda a sus vecinos y hace bromas con los nietos. Eta duró porque, incluso en los años de plomo, centenares de miles de votantes respaldaron una opción política que justificaba los asesinatos, las amenazas, el clima irrespirable.
Debemos exigir responsabilidades a todos aquellos que, sin pertenecer a la banda, hacían factible por acción y por omisión su terror cruel y continuo. No hablamos de niñatos que hicieran pintadas en las aulas de la universidad o prendían fuego a contenedores, estamos hablando de cientos y cientos de confidentes que pasaban información de sus convecinos, que facilitaban la huida a los criminales, que consideraban un mal menor que niños murieran en los coches bomba. A toda esa sociedad hay que exigirles responsabilidades.
Fueron los repugnantes que hacían pintadas señalando víctimas, ‘Eta, mátalos’. Así, con cobardía. Ni siquiera tuvieron el coraje de tomar las armas y hacerlo ellos mismos, se escudaban en esos falsos gudaris para que se mancharan de sangre otros. El miedo fomentó una espiral de silencio y quienes no comulgaban con el terrorismo, fueran o no nacionalistas, callaban por cobardía. Pero también estaban los que asentían por pasiva, evitando temas o barrios, o por activa, con sus actos. No se me ocurre una expresión más indignante que esas pintadas, símbolo de una sociedad podrida que debería mostrar una reparación a décadas de totalitarismo.
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