En la añorada y nunca bien ponderada serie –canallamente titulada en España– Doctor en Alaska (Northern Exposure), el bohemio Chris Stevens, desde la emisora K-BHR, avanzó en las ondas que Whitman había gozado de la compañía de otros hombres. Al dueño de la emisora, el acaudalado y conservador Maurice Minnifield, no le hizo ninguna gracia y le atinó un soberbio puñetazo al locutor por mancillar la memoria de uno de los grandes poetas americanos. Quizás fueran otros tiempos, pero el caso es que Stevens tenía razón y, para comprobarlo, nos acercamos a una colección extraordinaria de poemas que van más allá y más acá del amor carnal entre personas, no importa realmente a qué sexo se adscriban.
Hilario Barrero se encarga de la selección, la traducción y prólogo y no se me ocurre un responsable mejor para esta colección de poemas. Siempre es arriesgado traducir al “el más grande de los poetas americanos, (…) el creador de un estilo, de un universo, de una manera nueva de ver y sentir la poesía”, sin embargo, el estilo del traductor –que no del poeta–, tan poco amigo de actualizaciones fuera de lugar, tan respetuoso a la palabra original, es el ideal para este verso libre, sin adornos metafóricos, algo prosaico o repetitivo, pero con una fuerza gloriosa. Comenta Hilario Barrero en el prólogo “Walt Whitman hubiera sido el perfecto poeta de Facebook o de Instagram, como lo fue del amor pansexual y de la democracia” (p. 10). Camaradas es una antología dividida en cuatro partes, dos poemas de entrada, doce de Live Oak with Moss, veintisiete de Calamus, conocidos como la poesía de “manly love”, y once poemas, algunos de tendencia gay y otros de temática straight, la camaradería viril. Las ediciones de sus obras varían muchos y se van añadiendo multitud de poemas. Hilario Barrero sigue la edición de 1940 de The Lowell Press, la de 1995 de Wordswoth Poetry Library y Bartheby.com, que tiene el archivo de la obra completa.
Whitman elabora estos poemas con entusiasmo, con una forma casi épica, teniendo siempre presente el plural de quienes los escucharemos y leeremos: “resumiera estos cantos para algún grupo de compañeros / (enumerando las tierras del mundo, los árboles, el viento, las olas encrespadas) /…/ firmando para Alma y Cuerpo, poniéndoles mi nombre” (Dedicatoria). Son poemas que nos interpelan, con una grandiosidad propia de las grandes llanuras y los espacios libres de una América que se ofrece al mundo: “¡Poetas venideros, oradores, cantantes, músicos del futuro! / Hoy no voy a justificarme ni respondo por lo que soy, / mas vosotros, nueva hornada, atléticos, continentales, como nunca vistos, / ¡despertaos! porque vosotros debéis justificarme” (Poetas venideros).
De los poemas de Roble vivo con musgo se destaca lo sensual, lo corporal de las sensaciones que dan poesía a la mirada: “Vi en Luisiana un roble de Virginia joven, /…/ pero aun así permanece como un curioso símbolo, me hace pensar en el amor viril” (Vi en Luisiana un roble de Virginia joven); “Por mucho tiempo pensé que el conocimiento me bastaría, ¡oh, si pudiera obtener conocimiento! / entonces mis tierras me cautivaron, tierra de Ohio, las sabanas sureñas me cautivaron, para ellas viviría, sería su orador” (Por mucho tiempo pensé que el conocimiento me bastaría). Whitman es apasionado y vital, rebosante de emoción: “nada de esto, oh, nada de esto, puede compararse a las llamas que arden en mí” (Ni el calor arde y consume). Está dispuesto a desbordarse de amor en todos los sentidos de la palabra: “y me parece que si pudiera conocer a esos hombres podría encariñarme con ellos como lo hago con hombres de mis propias tierras, /oh, sé que deberíamos ser camaradas y amantes, / sé que debería ser feliz con ellos” (En este momento, sentado en solitario). Toma la pluma para describir dos hombres que de despiden apasionadamente, escribe sobre la invulnerable ciudad de la Amistad. Como una transmutación de Safo en América, se desvive en A un muchacho del Oeste. Tiene siempre la actitud apuntando hacia la posteridad: “el que no estaba orgulloso de sus poemas sino del inconmensurable océano de amor dentro de sí, y lo dejaba manar libremente” (Historiadores de edades venideras).
Calamus contiene poemas en los que se aborda explícitamente la cuestión: “ya no siento vergüenza /…/ decidido a no cantar hoy canciones sino aquellas que hablen de camaradería viril /…/ a contar el secreto de mis noches y mis días, / a celebrar la necesidad de camaradas” (Por caminos vírgenes); “No puedo contestar a esa pregunta sobre apariencias o sobre identidad más allá de la tumba, / pero ando y estoy indiferente, estoy satisfecho, / él, sosteniendo mi mano, me ha satisfecho completamente” (De la terrible duda de las apariencias); “La institución del querido amor de camaradas” (He oído que se me acusa). Porque no se trata, ni para Whitman ni, en realidad, para nosotros, de clasificar los amores, sino de vivirlos con intensidad: “… (¿en verdad, qué hay definitivamente hermoso excepto la muerte y el amor?)” (Aromado herbaje de mi pecho). Con la misma intensidad que el poeta canta a la Democracia, (Para ti, oh Democracia). Podríamos entender esta camaradería como una sublimación del orgullo ciudadano (“¿Y quién sino yo debería ser el poeta de los camaradas?”, De esta manera cantando en primavera), pero es mucho más que eso, es erotismo y fuego, es pasión y es belleza, es el esplendor del amor (Ni en el jadear de mi nervado pecho): “¡Desconocido que pasas!, no sabes con cuánto anhelo te deseo” (A un desconocido); “Nosotros dos, satisfechos, felices de estar juntos, hablando poco, tal vez, ni una palabra” (Un atisbo); “pero dejo unas pocas canciones vibrando en el aire, / para mis camaradas y amantes” (No he inventado ninguna máquina).
El amor para Whitman es una fuerza superior que se expresa de múltiples formas, el amor trascendente (“pero veo claramente bajo la filosofía de Sócrates y bajo la del Cristo divino, / el querido amor del hombre por su camarada, la atracción del amigo por el amigo, / de los bien casados marido y mujer, de los hijos y sus padres, / de ciudad por ciudad y tierra por tierra.”, La base de toda la metafísica), el amor no correspondido y, sin embargo, apreciado (“A veces con alguien a quien amo, me lleno de rabia por temor a verter amor no correspondido; / pero ahora creo que no hay amor insatisfecho, / la recompensa es cierta en cualquier caso; / (amé ardientemente a una persona que no me correspondió, / y gracias a eso he escrito estas canciones)”, A veces con alguien a quien amo), o, incluso describir Manhattan como una ciudad de orgías.
Hojas sueltas es la última sección de la antología. Podemos, de nuevo, encontrar cantos de admiración apasionada a desconocidos: “Oh muchacho moreno de la llanura, / antes de que vinieras al campamento, llegaron muchos regalos bienvenidos /…/ viniste tú, taciturno, con nada para dar, solo nos miramos uno a otro / y he aquí que me diste más que todos los regalos del mundo” (Oh, muchacho moreno de la llanura). También la necesidad de contacto y del amor que se escribe con la piel: “tocadme, tocad mi cuerpo con la palma de nuestra mano cuando paso, / no tengáis miedo de mi cuerpo” (Como Adán temprano en la mañana). Y, por supuesto, la aspiración de comunión entre todos los hombres: “De obediencia, fe, adhesión; / mientras me mantengo alejado y obscuro, me doy cuenta de que hay algo profundamente conmovedor en las grandes masas de hombres que siguen el ejemplo de aquellos que no creen en los hombres” (Pensamiento). Whitman dedica un poema a este país desdichado (España, 1873-74). Podemos, pues, recorrer la poesía de uno de los más grandes, no solo poetas norteamericanos, de cualquier tiempo y lugar, poniendo el foco en uno de sus temas preferidos, y atisbar sin esfuerzo, todo el universo poético y personal de su autor.
“Si morimos, morimos juntos, (sí, permanecemos unidos)” (¡Adiós, mi imaginación!)
Cuando uno está "out of fuel" y recibe una reseña como esta le alegran la jornada y le dan ganas de tirarse a la mala vida. Gracias a abrazos
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