miércoles, 15 de diciembre de 2021

Reseña de Víctor López Zumelzu: ‘Si tan solo esto que te digo fuera dinero o sexo’. Liliutienses. 2021

 Liliputienses (@Liliputienses1) / Twitter


Víctor López Zumelzu, poeta, crítico y curador, nació en Chile y en la actualidad vive en Madrid. En su obra encontramos Los Surfistas (Vox, 2006), Anleitung, um sich in der Stadt zu vertieren (Lanzallamas/Latinale, 2009), Guía para perderse en la ciudad (Ripo, 2010; Vox, 2012; Liliputienses, 2014), Erosión (Alquimia, 2014), Mi hermano (Vox, 2015), La forma de tu mano (Cuaderno de tiza, 2015), Bocetos de plantas y animales (Liliputienses, 2017), Los surfistas y otros poemas (Aparte, 2018), Un tiempo anterior al frío (Lux/Vox, 2019), Conozco el mundo solo por la forma (Aparte, 2020). El certero adagio machadiano que define la poesía como palabra en el tiempo no puede dejar de tomar cuerpo en la poesía de Víctor López Zumelzu, una palabra hija consciente de su tiempo en el que parece que todas las pasiones, todos los deseos pueden reducirse, como señala el título, dinero o sexo. La necesidad de la escritura se traduce en el lenguaje propio de la economía para hablar de los afectos más salvajes  “Así es que traficamos en nuestra piel / el deseo sin historia ni explicación / & a pesar de esta niebla que nos asfixia, fingimos. / Aquella es la bondad del mar. // ¿Acaso no todo está bien?” (Mi padre intentó dejar de beber), y, a su vez, el espinoso erotismo del capital se encarna en la vida humana más cotidiana.

“si tan solo pudiera distinguir

el sonido de las palabras

antes de que este idioma

se derrumbe, los vasos se quiebren

/…/

Es eso lo que quisiste decir

: ¿Qué la naturaleza del dinero

es flexible al deseo?

¿Qué para que esto ocurra

alguno de los dos tenía que pagar?”

Una experiencia que debe trasladarse al papel a través de un lenguaje que se revuelve: “Conoces aquel momento / en el que casi todos ya se han ido /…/ & su mente se vuelve a papel blanco / casi transparente, / sin que nada, ni nadie / pueda definir ese momento / ni tampoco algo que pueda encerrar en el lenguaje / lo que no ha sido nombrado”.

La imperiosa necesidad de describir el mundo abruma: “La historia es como un mosaico rojo brillante / visto a través de un caleidoscopio”. En contraste, nos lleva la mirada a lo más radicalmente concreto, como en el gran poema Este hueso negro tuyo: “Toda la tierra se movía / al lado de este hueso / bajo una bandera desgarrada / flameando con la esperanza / que este conjunto de escombros / que este conjunto de huesos / se convierta algún día / en un santuario inmóvil / un lugar que marque / camino del sol al entrar / en el amanecer humano”. No podemos vivir de las renuncias y la impersonalidad, “Uno no puede comer / su propio corazón” nos recuerda López Zumelzu. Tampoco podemos confiarnos en el lenguaje: “Las palabras no son mapas” (No todo es caos). El deseo es el motor, la energía que dota la voluntad, esperanzada y rabiosa: “dime qué es lo que quieres & traeré a los perros con sus dientes blancos que cuidan el jardín” y se revuelve la mirada hacia el presente, a los noticiarios y al mundo más allá de los jardines y las estancias: “Un nuevo tema para debatir hoy / la historia de las lágrimas / el nazismo. Los bombardeos / en Teherán. La soga al cuello / de Sadam Hussein”. El poeta va oscilando entre una mirada más hacia la intimidad (“Solo lilas, hermosas lilas sin rostro. / Tumbas infinitas cavándose. / Sonidos oscuros que alguna vez enviaron cuernos / a través de la niebla. /Muchas cosas terribles se dijeron”; “Un corazón es solo tierra / un latido es un parpadeo / un largo parpadeo es un grito / & toda la noche estoy gritando / al lado tuyo oscura novia / junto a fantasmas creando una suave melodía / en mi oído diciendo / : estoy aquí déjame entrar”, Antigua novia de silencio inflexible), y la observación perpleja del exterior: “En este país una gota de sangre / es una palabra / un torrente sanguíneo una oración” (Soñé que tenía tres hijos);  “todo lo que compras dejará de existir” (Santiago dejará de existir).

El deterioro de las condiciones materiales se filtra en los afectos, “La muerte es un espejo quemado” y muestra un paisaje podríamos calificar de postindustrial: “Allá en un edificio lejano nos acostamos / nos sacamos la ropa al lado de un campo de tiro infinito / donde las masas devoran y devoraban / los sueños comunitarios de nuestros antepasados” (Se suponía que íbamos a morir); “Queridos recolectores de basura / queridos traficantes de órganos por internet / queridos vendedores de droga en las fronteras / ¿puedes escuchar la voz suave de Anne Carson ¿ /…/ Extremistas brasileños, votantes de Jair Bolsonaro / también ustedes pueden escuchar los versos / de esta mujer delgada con cabellos blancos”. La muerte ha sido siempre el tema sobre el que giran los poemas, su cercanía, su presencia amenazante sobre el amor, el contraste con la belleza del mundo. No podemos dejar de verla y de asimilarla sin dramas: “Al igual que vos yo también / una vez estuve enamorado / & aunque no lo creas no morí /../ No morí aunque la muerte está en todas las cosas que viven”.

Hay mucho juego con el campo semántico de la economía: “Es verdad deseo cosas. Necesito cosas. / UN mercado libre que no resguarde el exceso” (No voy a llorar como Josep Brodsky); “Estimado cliente lo llamamos después de hacer el amor para ofrecerle cómodas cuotas en sus lágrimas”(Estimado cliente, lo llamamos). Contrasta en la poética con un lirismo soterrado como en el precioso poema dedicado a su sobrino: “Querido sobrino, mi prima me dijo que / como soy poeta te escribiera algo hermoso”.

El sujeto se encuentra atenazado entre la voz del mundo (“& aunque hemos escrito de todo esto / el mundo sigue insistiendo / y con su voz que en los espejismos del tacto”) y el deseo: “¿En qué nos hemos convertido ¿ a personas alegres que escuchan detrás de las paredes canciones sobre la angustia?”. López Zumelzu habla de una derrota, el fracaso en la construcción de un universo afectivo y sexual lejos de interferencias, de la amenaza del capital y de la amenaza de la rutina: “Antes aquí había un hogar / o al menos alguna vez lo hubo”; “El relato de otro durmiendo al lado reemplazó nuestras relaciones sexuales”. En otras palabras, “nosotros aprendimos a crear / nuestra propia oscuridad”.

“A la distancia cuando los automóviles se detienen

aún puedo escuchar tu tibio corazón cantando

en mi cama como un pájaro negro”

Un hermoso poemario donde la tristeza y la rabia se destacan delante de un paisaje de capital enfurecido.

1 comentario:

  1. magnifica reseña, querido Javier. Que ganas de leerlo. Gracias por tanta generosidad y compartirnos lo bueno. Un abrazo

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