Puede parecer osado comenzar presentando a alguien como actriz, profesora y poeta, pero esas son las facetas principales de la actividad de Yasmina Álvarez Menéndez. Anteriormente, también en BajAmar había publicado su primer poemario, Versos que nunca os dije (2018) y ahora se lanza a un proyecto mucho más conceptual. La isla como metáfora puede tener muchos objetivos, pero sobre todo transforma el paisaje en un estado mental y poético donde radicar los versos.
En la primera parte, Orilla norte, la autora nos va situando en el tiempo además de en ese espacio denominado Null Island. El transcurso de los años (“Cumplo años como una vieja costumbre”, A media vida) engarza con la memoria (“Y la memoria, siempre la memoria, / el agua fresca que te mantenga vivo”, Aviso a navegantes) como una especie de mapa del futuro (“Aún es pronto para que os deis cuenta / pues cargáis todo el futuro en vuestra espalda”, En una onda). Una referencia al mito de Sísifo o al personaje de Lázaro no hacen sino plantear lo redundante del ciclo de la vida –y de las vidas–: “Sísifo o Lázaro, ya poco le preocupa. / Tan solo tira, cae, / se levanta y anda” (Malabarista). Dentro de esa línea, recordemos que temporal, suceden los eventos que, tristes en su mayoría, no hacen sino dibujar un paisaje a su vez en el ánimo, el rostro y la identidad: “Floreceré en sus piedras el poema / y será –tú bien lo sabes– cicatriz / para la herida abierta del invierno” (Esperanza); “Llevo la tristeza pegada a los días. / Sujeta a mis pies como una sombra, me impide dar un paso hacia el mañana” (Sombra). En resumen: “Con cada ausencia envejezco / y se me visten de luto las arrugas” (Duelo). La despedida es una elegía sabia, que se contrarresta con la ironía de Promesa cumplida: “Lo incumpliré todo. Lo prometo”.
“Jamás me fue devuelta la luz, jamás el tiempo” (Fracaso)
AMARras, son una serie de haikus que funcionan como un intermedio en ese periplo en el que Yasmina Álvarez se encuentra inmersa, una especie de remolino emocional en el que lo físico pasa a tomar protagonismo: “Bajo mi vientre, / donde todo comienza: / besos, espuma”; “Verano arriba / calientas mis orillas: / lengua salada”; “En la penumbra / me dibujan tus manos. / Soy lienzo en blanco”. Un despliegue de sensualidad como cualidad esencial de lo amoroso.
La última parte, Orilla sur, es más intensa y probablemente la más interesante. El deseo se hace protagonista y los poemas van oscilando entre la celebración y la tristeza. Puede intuirse un elemento más sexual en algunos versos “me voy abriendo a ti. /Soy ya océano” (La gota que te colma) con la misma naturalidad con la que se apropia del famoso endecasílabo de García montero (“Tú me llamas, amor, –yo cojo el coche…–“. Y, como en el primer poemario del granadino, se puede recurrir a la estética noir: “Podrían condenarte, así que dime entonces / si debo deshacerme de las pruebas / o si te las entrego definitivamente / para que te sirvan, siempre cómplices, de alegato de defensa / (Evidencia).
Además del momento dulce de la experiencia amorosa, hay un poso de lamento ante lo que se pierde: “dime que no es cierto que la vida deba seguir como si nada. / Dime que, aún sin tristeza, notarás mi ausencia” (Viaje de ida). Un diálogo íntimo en varios poemas en los que se cuestiona, se pide, se pregunta, se inquiere: “No eres turista. / Soy tu casa: habítame” (Avant); “Enséñame a vivirte desde esta trinchera / en la que debo protegerme del fuego enemigo” (Mensaje desde la trinchera). Quien recibe esas palabras debe responder e imaginar que “Habría sido otra si en el tiempo del juego y la inocencia / hubiera advertido el grito de tus años ya vividos / rompiendo las esferas de todos los relojes” (A destiempo). La queja amorosa va discurriendo en la lírica (“Me desdices cuando me nombras”, Con nombre y apellidos) y desemboca en un lamento: “Que, aunque muchos fueron los que me habitaron en tu ausencia, / a ninguno concedí saciar la sed en mis fuentes / y mi piel empedrada dejó resecos sus labios/…/ Ocúpame de nuevo. / Solo para ti seré ya mujer-ciudad en ruinas” (Mujer-ciudad en ruinas).
Renace el amor, antes en la añoranza que en el acto: “En la pequeña grieta / que se forma en mis labios para dejarte paso /…/ Ahí justó ahí, cabría un poema” (Inventario (ampliable) de lugares en los que cabría un poema); “Aguardo tu llegada con cada amanecida / y te reservo desde siempre para entonces / los primeros destellos del sol sobre el océano” (Vivir en tus orillas). Y es el deseo el que revive en la memoria: “Me desabroché la vida desde abajo / y una vez despedazado el traje, / enhebró el deseo y con solo una puntada / me bordó en su cuerpo para siempre” (Tirar del hilo). Es la palabra dicha, el poema incluso, quien deja testimonio del paso del amor entre los cuerpos: “Lo que quiero decirte / tiene que ver con tus ojos, / pues solo en ellos me encuentro / y solo a ellos acudo cuando se nombran los míos” (Dicho queda).
Por último, la geografía cobra protagonismo. “Me duelen algunas ciudades”, dice en Dolor urbano y en Como habitantes de Null Island recuerda: “Todo lo que no es: / eso somos”. Termina el poemario con la reivindicación del amor como destino (“Mi boca en tu boca / es un marzo que despierta / una flor que anuncia el fruto, / el muecín llamando al rezo”, Abocada) y como recuerdo (“¿Qué me quedará de ti, además del silencio, / cuando todo pase?”, Después del silencio).
Yasmina Álvarez Menéndez termina de redondear un paseo que juega con la elegía y la nostalgia a la vez que con el disfrute y el amor que fue y será, se mezcla la esperanza con la memoria y con las huellas que la piel deja con la piel traducidas a palabras.
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