lunes, 20 de diciembre de 2021

Reseña de Víctor M. Díez: ‘La tarea contraria’. Liliputienses. 2021.

LA TAREA CONTRARIA | VICTOR M. DIEZ | Casa del Libro


Nacido en León (1968) ha colaborado en prensa, catálogos de pintura, libros de viajes y otros. También es actor y autor teatral, agitador cultural, en solitario o en colectivo, como el dúo antro-poético-musical, ‘caja baja’, junto a Rodrigo Martínez. Entre su producción poética se destacan: Evaporado va, Oído en tierra, Ser no representable, Voz fuera de campo, Funeral celeste, Discurso privado, Todo lo zurdo, Maldito baile obligatorio, que es una antología publicada también en Liliputienses.

Esta entrega se divide en varias secciones bien diferenciadas. La primera, encabezada por una cita de Kafka (“con cada bocado visible, se recibe también un bocado invisible, con cada vestido visible, también un vestido invisible”), se denomina precisamente El bocado invisible. En ella el paisaje adquiere una dimensión protagonista, no tanto como un decorado, sino en la interacción con las personas y los ancestros que precedieron: “Por muy lejos que digas, nunca dirías / ese lugar que le convierte / en un vecino sin casa. / Alguien que desconoce su lejanía / y se empeña en volver /…/ La bahía es un cuenco imaginario que gorjea / alcohol de alambique en la boca de los marineros /…/ Aquí hay un idioma salvaje que no se ha de decir, / se ha haciendo” (El bocado invisible). Una relación peculiar en la que se mezcla lo puramente material con el significado profundo y casi mítico de las acciones y los objetos (“Lo que algunos tren de la aldea como una ofrenda / se vacía ante el portal en un mientras tanto. / Ni incienso ni mirra, solo hortalizas / y matanza de los antepasados /…/ Todo es de un barro invisible”, El Ejido), conformando todo ello un magma no tangible pero muy presente.

Más que hablar de un imaginario que acompañe al terruño, Víctor M. Díez, prefiere trabajar la página como una parcela, esperando a que entre los surcos vaya surgiendo la palabra y el poema: “Alguien que estará dibujándote ahora, / tan despacio, tan lejos, tan mal / que te reconocerías a primera vista /…/ El poema es un agujero raquítico, pero / al que gusta venir a mirar. Como un pozo / de aquellos, como una caseta derruida” (Falso culpable). Los materiales cobran vida en cuanto encarnan lo más primitivo, lo más esencial: “La madre debería ser de arcilla/…/ Madre necesito salir un momento / del maniquí. El ojo, glup, del padre / se hace más constante. / Una mano amorosa le acaricia el agua / alrededor. Él flota elegante / en su barquilla” (Madre madera). Materia y alma se complementan y muestran una relación muy física, como en el elocuente verso “A quién desdice el mar, a quién engulle” (Había una voz).

En estos paisajes rurales ancestrales se desenvuelven los personajes, con una bruma de deterioro: “Yo sé que te sientes como el despojo / de un ingenuo antiguo que detestas. / Perseguido por una lengua deslavazada, / hecha girones; sin capacidad de amar / lo que tú amas” (Sombra de ti); “Quizá solo seamos ya / esas monedas abandonadas que se ven al fondo / de la vasija sellada, / cuando picas en el cristal grasiento” (Aún suena). Es entre este horizonte, está la figura del poeta y “Quien zurce el poema sabe ir a buscar / alambre entre las zarzas y madera en el escombro” (Cabaña rara).

“Todo está casi nuevo a ojos tiernos, pero no” (Miedo motor)

En la segunda parte, Disfraces, adopta la personalidad de otros poetas, Juan de Yepes, Lezama Lima, Pizarnik, Emily Dickinson, Vladimir Holan, Else Laska Schüller, Ceba, Schüller  o Blas de Otero. A Juan de Yepes le dedica Noche ninguna: “Ayer tarde me hice anciano /…/ Mi bondad está en los huesos y son escombro, / si lo frenas, mi justicia y mi belleza”.  Lezama Lima es el protagonista de (Caleidoscopio): “El fulgor amarillo de la siesta / remonta en el arcoíris frutal / de nuestras sienes”. Víctor M. Díaz consigue enfundarse en la piel de cada poeta como si fuera un heterónimo.  Emily Dickinson está perfectamente recreada (“Amarillea el sol ––no se detiene la quietud–– de todo –– /…/ Todos a una –– hordas indómita–– Aquí, Aquí); como Pizarnik (“Ardiente, pecadora eterna / me lancé al agua del poema constante / pero sigo flotando contra mi voluntad”, Orfandad). El interés de estos poemas no es solo la revisitación de los poetas, también son interesantes por sí mismos: “El hilo de coser de la morfina sube a los labios / como sierpe que anudase los jardines prohibidos” (Encaje); “La paz es un juego de niños / que se te mete en los huesos” (Tabas).

La mano cortada es la última parte y puede considerarse como un poema poliédrico, con múltiples referencias y jugando con el lenguaje y sus connotaciones: “Escribe solo la mano cortada /…/ La mano tonta escribe la palabra obvia”; “La mano lenta del mago manco / te va esculpiendo contra la culpa”. Entre los procedimientos utilizados hay algunos más cerca del surrealismo (“Escribe sola la mano cortada / A mano vuelta escribe su coartada”; “si se dejase besar la mano dormida”),  tanto como juegos de palabras (“La manecilla, el manubrio. / Manojo y manilla. Los maniluvios / de quien tira la piedra y esconde / el pasamanos”), como los de barroco (“La mano que mide, la mano mediana. / La que pasa por Tassis y Peralta / será, de Corte, Villamediana”; “La mano muda que habla / con la boca pequeña”).

“Revolotea para decirte: casi, casi…

A fin de cuentas,

bien se lame, la mano cortada”

Un breve pero intensísimo poemario de un poeta siempre interesante.

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