jueves, 16 de febrero de 2023

Reseña de Greta Montero Barra: ‘La poesía acabó con nosotras’. Liliputienses. 2022. Soria, Ciudad de poesía

Greta Montero Barra: La poesía acabó con nosotras

Greta Montero Barra nació en Chile. Actualmente es profesora y doctora de Literatura Chilena e Hispanoamericana. Lleva ya publicados Dummies (2013), Balada del señor Cuervo (2016), Un día quemaré sus castillos (2022). Podríamos considerar este nuevo volumen que nos trae Liliputienses como una especie de balance poético a través de las miradas de personajes femeninos, comenzando con los que denomina Los bellos demonios: “Han dicho de mí que soy alta y greñuda / con la fuerza de las bestias del campo / que no tengo voz / que soy una loca violenta y peligrosa /…/ Un día quemaré sus castillos / y derretiré con mis aullidos / todo / los áticos del hombre” (Berta Mason). En esos personajes caben desde Antoniette Cosway, Desdémona, Lauren Bacall, Lilith, Caperucita o la mujer de Lot: “No soy un hombre, le dijo, / soy una sombra / que te habita y te persigue” (La mujer de Lot). Sombras todas ellas de una serie de dramas, de tragedias que visten de forma singular lo que ha sido la condición impuesta: “Yo me reí entonces / porque hay que reírse de las desgracias / como en las películas de Chaplin” (Sus estómagos).

Es importante la revisitación de mitos y de cuentos: “Saltarás, mi vida, con tus alas / de pelo enmarañado / y aterrizarás en mi boca / mi boca sin labios / mi boca húmeda de amor” (Canto de amor del esposo lobo a su esposa Caperucita); “La bruja de la capa roja”, / así nombraron en el pueblo a mi mujer” (La espera del lobo o la era de Caperucita); “Me escribiré de nuevo y no tendré fin” (La bruja Caperucita se interna en el bosque). Porque de esa forma se desvirtúa el mensaje original y se da la vuelta a las estrategias patriarcales poniendo en evidencia las contradicciones y la imposición de un relato único: “Mi abuela Victoria tenía un solo ojo / y no le importaba renguear sus piernas velludas, / porque eso daba terror a los hombres. // Pensaba que tenía dientes en la vagina, / porque no había conocido hombre. / Eso decían los hombres que no la habían conocido” (La bruja del golfo de Arauco).

Greta Montero está reivindicando de manera poética la figura que nunca aparece: “A veces desaparecemos / y solo nos vemos de costado, / a veces, / en los sueños de la madre” (Los cazadores). Reivindica las figuras despreciadas: “En su vergüenza decidió matar a sus hijos / cada noche y alimentar a sus perros. // Y es que Lilith se ha ido / pero no puede dejar de existir. // Lilith está muerta /pero no puede dejar de respirar” (Lilith). Toma la voz de Medea contra la “caballerosidad asfixiante” de Jasón: “Cada cual carga su cruz, / como dicen los cristianos. / Yo cargué la mía a costa de historias inventadas / sobre mis hijos. // Qué puedo decir, / pensión de alimento / régimen de visitas, / en todo lo que quería, / vaya una a saber lo que dicen de mí / en los mares de occidente” (Medea y las motivaciones). También aprovecha las posibilidades de personajes reales en largos poemas que exploran diferentes aristas de personajes complejos y situaciones asfixiantes: “Pienso que el dolor es insoportable, / que debería desmayarme y / no sabes nada más hasta mañana, / cuando estuviera mi madre, / pero no me desmayo, / no me desmayo” (Jane Austen se rompe los dientes).

Esta metodología es especialmente notable en Conversaciones entre hermanas, la segunda parte del poemario, que incluye, por ejemplo, la Conversación casual al caer la tarde entre Emilia y Carlota Brontë: “–La poesía acabó con nosotras, Emilia, / nos llenó de falsa promesas  / y cantos de sirena”; “–te dije que mejor vieras series coreanas, / pero me porfiaste / con teleseries venezolanas y brasileñas: / El rey del ganado, La Potra Zaina / Café con aroma de mujer / y ya ves, / pura poesía del siglo XIX”. O la de María y Elisabeth Brontë conversan a mediodía a las playas de su tierra natal (“Descansar el cuerpo es siempre / la mayor recompensa / cuando estamos muertos”; “¿Qué es lo que vemos, hermano, / cuando se nos cuela el viento / por la hendedora de la puerta? /…/ Yo y el carboncillo en los pliegues / de la piel morena del abuelo. // Tú y la espuma del mar / en los ojos verdes de la abuela”).

En Estrellas muertas son cartas de grandes romances del mundo del cine: la Carta de Loretta Young y Cark Gable (“Lamento los inconvenientes causados por el errático comportamiento de Tom al acusarte así en su estado de Facebook, pero ya no puedo controlarlo”); la de Mickey Rooney a Ava Gadner (“Hola, preciosa, cómo estás, espero haberte dejado loca de amor, estabas muy colorada después de que lo hicimos. Parece que te di muy duro, espero no haberte dejado dolorida”) y la de Frank Sinatra a la misma diva (Frank Sinatra y Ava Gadner: “Me han preguntado cómo me siento después de nuestra última separación. Me siento como un pueblo, soy un pueblo saqueado”) y Vivien Leigh y Laurence Oliver (“Te escribo este mail para felicitarte por tu matrimonio con Joan, estoy seguro que con ella podrás llevar una vida más plena que la que tuviste conmigo”; “Somos un matrimonio de actores, ambos fingimos ser quienes no éramos para adoptarnos y sobrevivir”). Todas ellas ponen de manifiesto una masculinidad herida y una rebeldía incomprendida que, al fin y al cabo, siguen siento sintomáticas.

Las dos últimas secciones de La poesía acabará con nosotras son Remakes. Son confesiones de los temores y las inquietudes vitales, de la manera en la que estar en el mundo: “El terror comencé a sentirlo también en esas tardes” (A la vera del río Marañón); “Un rescate, pensé, ilusamente, / sin saber que seas rastreado, / enrolado por algunos hombres / parecidos a beduinos / y cautivado / por la inexorable tristeza / de los amantes fallidos, / que la historia tras historia / se encaminan hacia su propia destrucción” (Duna). Se hace patente una necesidad de reinicio, de fatalidad que imperiosamente debe ser cortada: “Y yo, / a pesar de la inconveniencia de mis actos, / respiré con alivio sin saber / que teníamos los años contados / para la próxima vida” (Teníamos los años contados, Butterfly). Más evidente, si cabe, en el Interrogatorio al último habitante de la tierra: “La fantasía venía a cualquier momento que lo necesites / en el auto en medio de la autopista, en la ducha, / en el coito mientras penetraba a mi mujer” (Interrogatorio 12 a Kris Kelvin, el último de su especie, / encontrado en el tercer planeta desde el sol); “He pensado toda suerte de cosas, como que era verdad / estoy muerto y he llegado al infierno, estoy pagado pecados /…/ Ser el último de cualquier especie / en el trabajo más aburrido de la historia, / sobre todo si estás bien de salud” (Interrogatorio 3…).

Greta Montero Barra nos sumerge en el universo de voces vapuleadas, heridas, pero sobre todo, invictas, a pesar de que todos los mitos son maneras de conocer el mundo y pueden, deben ser cambiados.

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