domingo, 25 de febrero de 2024

Reseña de Marisol Santiago: ‘Ahora que me llamas bruja’. Aliar ediciones. 2023

Ahora que me llamas bruja | Marisol Santiago | Aliar Ediciones


Después de Poemas de una polilla (Vitrubio, 2021), la actriz y poeta Marisol Santiago nos llega con un poemario más duro Ahora que me llaman bruja. Está dividido en tres partes, con un interludio emotivo, Flores para Olga. La primera parte, que lleva el mismo título que el volumen es un ajuste de cuentas después de la ruptura de una relación. Un balance trágico de cómo se deterioran los afectos y comienzan las hostilidades. Es una historia que hunde sus inicios en la propia pareja: “Mientras me hablas / pertenezco a tu aquí” (Reloj).

Marisol Santiago habla de la entrega y de cómo se van enturbiando las emociones en la relación, son los demonios, los espíritus, los fantasmas: “Por amarte / me enterraron tus demonios” (Aún); “Ninguna voz acariciaba así mi espíritu” (Encía); “Los fantasmas regresan al oírnos llorar” (El mar nos escucha). La ruptura lleva toda la agresividad del título: “Ahora que me llamas bruja, / ahora que te cubre el lodo de la derrota /…/ pensaste no me desvela” (Ahora que me llamas bruja).

El punto de vista de los poemas huye de la sensiblería y procura con decisión y arrojo describir el infierno y la lucha, la resurrección: “Me desmayé. / No como una heroína del diecinueve, / me desmayé / con el estruendo que aquello supuso / con el pelo sobre la cara, / con las piernas retorcidas, /…/ con la ropa rasgada, / sobre la mugre de la acera” (Desmayo). Presenta, en cierta forma, una esperanza, una voluntad de renacer, de “Germinar entre esperanza y luz” (Dormir); “Canta, esperanza, / siento tus plumas atravesar mis pupilas” (Esperanza); “Por los pasos que no di / me levanto” (Asumir).

La minuciosa descripción del proceso destructivo ocupa una parte de los poemas, solo una parte: “Saliva de savia te rompe” (Tormenta); “dentelladas de esta soledad / que amenaza con olvidarme” (Penumbra). Las contradicciones propias de quien ama y recibe el desprecio: “Yo, un mar de palabras / solo dos de ellas, / con empeño, atesoro” (Te amo). Para, con el paso del tiempo, llegar a la insensibilidad: “para no regalarlos / a quien desconoce el mordisco del insomnio” (Mensaje leído); “y se cansaron mis ojos de leerte” (Bloqueo). Y, después, la fase lenta del olvido: “En ocasiones, presencia; / a menudo, un recuerdo” (Soga de plata); “Tan solo te menciono para olvidarte” (Letra pequeña). Es un olvido premeditado, “Corté el hijo rojo que nos unía. / Tejeré con él un corazón nuevo” (El hastío); “Apaga el recuerdo / su cigarro sobre mi pecho” (Presente eterno); “La afonía del miedo curará el volver, / volveré a existir en mí” (Mordaz).

 “¿Por qué, pudiendo haberme cuidado,

preferiste transformarte en cicatriz?” (Daga)

Flores por Olga es una suerte de elegía en forma de ramos para la memoria de Olga Luna San José. Cada poema está alrededor de una flor del ramo: “Ni un aspaviento interrumpa / tu silencio” (Nomeolvides); “Pero el luto no se permite / más allá de un mes” (Crisantemos); “Olga, qué noche de doble filo / sin ti es esta vida” (Azucena). Son poemas dolientes, que también huyen del sentimentalismo barato, con la dificultad de lidiar con el dolor auténtico: “¿Por qué se enamora el dolor / de almas nobles como la tuya?” (Lirio); “Pero miro y nunca el vacío de un mensaje / me dolió tanto” (Iris). Y con la ausencia: “Emprende el viaje hacia tu ausencia” (Achillea).

La tercera parte, Infancias que tropiezan y que alumbran, es una descripción de los orígenes, de las luces y sombras de la infancia. Sin idealizar ni maquillar el pasado, Marisol Santiago vuelve a las sensaciones primordiales que moldean la esencia de la mujer que ahora es: “Entre bohemia y humo, / una niña sueña con ser mariposa / al son de poemas que cinco adultos recitan” (Mariposa poeta); “A esa niña que me mira detrás de sus gafas, / que sonríe con mueca de ratoncillo, / le debo tantas disculpas” (Niña). Pone en contexto de las relaciones familiares implicadas: “Tu mujer, recostada sobre el sofá, / ríe divertida, niega con la cabeza: / ¡Ay, señor, este hombre todo se lo inventa!” (Visita). Hay poemas dedicados a su madre, la abuela… “Y ríe, la ternura / del que ofrecía la luna a un hijo” (La madre estudiante).

Las sombras vienen de la figura oscura que presiente lo que hemos presenciado en la primera parte: “Tú que me gritas mala hija, / que me acusas de insensible, / ¿Cuántas veces secaste mis lágrimas, / llamándome? / Despertaba cada día, cada año, / con el vacío entre los brazos” (La boda de la bruja).

A momentos concretos y sufrimiento: “Hoy alguien trajo poemas al hospital. / Memorizo cada verso, / olvido el ruido de la máquina” (Doce años). Especialmente emotivo es recuperar el momento del parto: “Si me hubieses prevenido / de que no funciona el goteo de la anestesia / de que pariría con aquel sufrimiento desgarrado /…/ diría que sí, / que viviría todo de nuevo / porque el mundo necesita más personas como tú” (Madre primeriza). Una visión luminosa, a pesar de todo, porque “Ellos adornan mi habitación, / tú llenas cada día” (Tarro de sal).

La conclusión es recuperar lo real, como solo los gatos pueden hacer: “Quiero ser tan feliz / como lo es mi gato / con el olor de las aceitunas. / Impregnarme del aroma a la vida / saciarme con tan solo respirarlo” (Aceitunas). Un propósito, un horizonte, una promesa.

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