Este es el primer poemario de Mercedes Márquez Bernal, psicóloga, escritora y artista plástica bajo la etiqueta Merlovier. Fue miembro fundador de la revista Voladas. Sus relatos están incluidos en antologías como la del Colegio Oficial de Psicólogos de Andalucía Occidental, las antologías de Autores Roteños y los proyectos multidisciplinares Intrusos y El Muelle junto a Gallera Bernal. Poemas suyos aparecen en la antología No es país para viejóvenes (Versátiles, 2020); en el proyecto Palabras con esencia, organizado por Francisco Sánchez Alonso en el Centro permanente de educación de adultos de la prisión Puerto 2; en revistas como Cuadernos de Roldán y por supuesto, Voladas, pero principalmente a través de sus blogs (paisajedecalendario.blogspot.com y soyuntranseunte.blogspot.com). Siempre se ha mostrado reacia a la aventura editorial por su actitud modesta y el compromiso con el estoicismo, así que estamos de enhorabuena de contar con un volumen que recoge parte de su obra. Confiemos en que no sea el último. De hecho, en numerosas ocasiones se refleja esta prudencia en los versos: “Yo soy, / ¡ay de mí!, / un ser anónimo que dibuja ideas con palabras /y sueña con ser habitante de un país de calendario”. Si la palabra nos acerca al pensamiento y éste a lo trascendental (“ser eternos como dioses, / dejar escrito, dar fe / de nuestro existir”), la poeta prefiere estar a ras de suelo: “No pretenden estas palabras / la vanidad / de ser sostenidas por el tiempo. /…/ Aspiran, como mucho, / a volar sobre una hoja / que pronto secará el otoño”.
La poesía de Mercedes Márquez es un viaje a través de la introspección y la profundidad emocional. Sus versos son como reflejos de la búsqueda del significado de la existencia humana, explorando la conexión entre el individuo y el mundo que lo rodea a través del humano invento que es la palabra. Si bien su obra se sumerge en temas universales como el tiempo, la identidad, la trascendencia y la naturaleza efímera de la vida, Humano invento se centra en un campo muy específico. La reflexión sobre la naturaleza humana en cuanto un mundo interior inseguro desde donde abrirse a una supuesta realidad. Su estilo poético es introspectivo y denso, con una riqueza lingüística que invita a la reflexión y al análisis minucioso de cada término: “palabras para unir pensamientos,/ susurros de deseo, /gritos de desamparo, /... / y una oración / para la desesperanza y el milagro”; “Con las palabras sellamos la memoria / de un yo y del prójimo”.
Humano invento es una exploración constante de la interioridad humana, utilizando metáforas y símbolos que capturan la complejidad de las emociones y pensamientos. Su capacidad para evocar imágenes poderosas y su profundo compromiso con la exploración del ser hacen que su poesía sea una experiencia enriquecedora y desafiante para el lector. Por ejemplo, retoma el tema del theatrum mundi: “Esto es un teatrillo sin guion, / ni formal ni profundo,/ una mediocre tragicomedia con actores sobreactuados, / sainete ridículo y soez./ Deambulan los actores de un lado a otro. / Diálogos absurdos, vacíos y banales, / gritan sobre el escenario que tiene mala acústica / y no llegan claros a la platea”.
Además, su meta juego con el lenguaje y su habilidad para jugar con el verso hacen que cada poema sea una pieza capaz de transmitir un amplio espectro de sensaciones y significados, de desconfianza e ilusión. Es una invitación a sumergirse en los abismos de la existencia humana, donde las palabras se convierten en herramientas para explorar los límites de la comprensión y la belleza de lo desconocido. En el acto de escribir hay también una huida del mundo: “Cuando escribo olvido / que hay relojes en la casa / y no veo que el cielo se oscurezca. / Cuando escribo no soy cuerpo, / ni alma, ni espíritu, / soy un ente sin nombre, / un personaje indefinido”. La influencia de la tradición mística, cristiana y sufí se hace evidente en su poesía. Tiende a explorar conceptos como la trascendencia, el silencio y la relación entre el individuo y lo divino, entendiendo lo numinoso más como una energía que como un Ser. Su habilidad para fusionar lo cotidiano con lo trascendental crea una atmósfera única, casi ritualístico.
Quizás el otro extremo donde se apoya el pensamiento de Mercedes Márquez es la reivindicación del silencio como epistemología (“La duda nunca es ajena”). La desconfianza de la capacidad del lenguaje para expresar y la conciencia de cómo el pensamiento se doblega a partir del lenguaje utilizado tiene mucho que ver con la escuela performativa que hunde sus raíces en la hipótesis Sapir-Wolf que, como Wittgenstein, denuncian de que los límites de nuestro lenguaje son los límites del mundo. Debemos, pues, someternos a la herencia de las palabras y los conceptos: “No soy dueña de estas letras que con asombro anudo”; “Las palabras no nos pertenecen, llegan y salen de nuestra boca. /…/ Las palabras se apoderan de nuestros hábitos, / de miedos y deseos”. Esto no quiere decir que sea un lenguaje críptico, frío o calculador, la autora hace gala de una emoción, unas veces contenida, otras desgarrada, que dotan de sentido estas reflexiones filosóficas.
La poesía de Mercedes Márquez aboga por el silencio frente al alborotar de las palabras heredadas, de los discursos convencionales, llega a tensar las preposiciones, las frases hechas, las metáforas convenciones, apuesta por neologismos, explorando temas como la identidad, la memoria, la política y la intimidad: “Mantengamos el lenguaje a raya, /…/ Solo así se iluminará la mirada / y cambiará el rostro del mundo”; “Dejemos que hable el espacio, / que callen nuestras palabras / y el laberinto de sus destellos ilumine nuestro pensar, / el deleite del instante, /el frenesí de los sentidos, / la contemplación en reposo”; “En los espacios silentes hace falta el crujido, / a ratos olvidar el mundo”; “No hay silencio en el silencio./…/ Ay, silencio mío / que se interroga y no admite / un silencio / por respuesta” (Plegaria al silencio).
A menudo sus poemas se centran, como la pintura paisajística, en elementos cercanos, un tejado, un árbol, la playa, el vuelo de las aves, no tanto con intención descriptiva, sino como referencia a un contexto concreto que rodea la experiencia poética y que explica, como explicarían los barrotes de una cárcel, la dificultad para percibir la totalidad y la aún mayor, para describirla: “Usemos poco la palabra, / la palabra imprescindible, / la palabra resuelta./ Usemos más el silencio, / la mirada, el gesto, / la palabra susurrada”. Estos humanos inventos, los ángeles fríos de Sylvia Plath deben ser domados por mucho que hayan sido paridos desde la razón de los hombres.
Con la angustia de un Juan Ramón Jiménez, la poeta suplica, “Dios mío, dame las palabras mejores / o el silencio más acertado / cuando me hable de su dolor”. Porque no solo se trata del acercamiento abstracto, sino de la fuente del lenguaje como conexión entre personas, entre seres que sufren en el mundo: “Es nuestra voz hilo que tira de las palabras, / rotundo eco / que sale de la cueva de la boca. /Sonora melodía, / infernal grito”. El final de uno de los poemas es conmovedor: “Mas mi palabra es eco vacío / si no es voz en otra boca”.
Y si en un momento declara que son “Fuente clara mis palabras, / vuelo ligero de golondrina. /Mi voz, rumor de agua sobre las piedras, / su sentido, dejar el nido para el invierno”; poco después concede que “Estos poemas no son agua clara, / chorro que venga / de la boca de una fuente, / son borbotones que salen de un estrecho caño, / el abrupto fluir / que no calma la sed”; “Escribo, / junto palabras con ufano esfuerzo / por atrapar la belleza / que, al final, se escapa de mi abrazo”. No es más que la reflexión circular sobre las trampas del lenguaje que arrastra al pensamiento y que nos impide atender a las esencias: “Nos habla la vida y vamos sordos repitiendo un eco”. Mercedes Márquez descubre lo que de real hay detrás de la máscara del lenguaje, los impulsos, el animal, el deseo primordial: “Son primitivos ecos, / anclados en lo profundo de nuestro ser animal / y muerden la consciencia humana”. Pero sabe que “Al cuerpo hambriento no le basta / el pan que lo alimenta” y por eso no hay sino convivir y trampear con las herramientas que tenemos: “Perdida la batalla, / entregamos las armas / de una voz sin ecos, /sin luz, sin forma, / todo vacío”. Los poemas se erigen como un territorio exploratorio donde la palabra se convierte en un instrumento de indagación y revelación. Su obra destaca por experimentar una constante búsqueda de formas de expresión poética. Sus versos fusionan lo cotidiano del mirar a través de una ventana con lo surrealista, lo íntimo con lo universal. Invita Mercedes Márquez a descubrir significados más allá de las palabras mismas.
Mercedes Márquez traza con amplitud un panorama que gira alrededor de la palabra. El lenguaje humano –y no humano– se presenta como un enigma que ordena el mundo, a veces, de manera azarosa, que oculta y resalta a capricho sentires y existires. La palabra no es un inocente instrumento, ni es transparente ni viene libre de cargas, las connotaciones heredadas perfilan, como la mano firme de un escultor travieso, las mentalidades y la visión que fabricamos de la realidad. Las palabras y sus silencios prometen esperanzas y decepciones, nos conforman –en los dos sentidos de la palabra–. La autora resistirá, y este libro es un hermoso ejemplo, la imposición de conformarse, persiguiendo siempre el horizonte donde la palabra sea, además de belleza, la sutil comunión del alma con el cosmos.
Las palabras, humano invento,
vienen a mí desde una oscura nube
que descarga sus gotas
sobre esta cabeza
que empieza a ser cana
sin disimulo.