miércoles, 27 de noviembre de 2024

Reseña de Miguel Agudo Orozco: ‘El Tergiverso. (Parapensares)’. La Isla de Siltolá, 2024

El Tergiverso [Parapensares]


Esta nueva entrega de los Parapensares (2017), que incluyen Impertérrito Pluscuamperfecto (2020) y Juegos malablares (2022) se presenta como una nueva destilación sagaz de pensamiento, donde cada aforismo se erige como una miniatura autosuficiente, cargada de humor, ironía y una profunda conciencia del lenguaje. Miguel Agudo demuestra ser un autor que entiende la brevedad no como una limitación, sino como un recurso poderoso para captar ideas complejas, desmontar paradigmas o jugar con las palabras hasta retorcerlas hacia significados inesperados, también para transmitir una cierta desazón.

El estilo de Agudo se destaca por su economía verbal: cada aforismo está desprovisto de adornos superfluos, dejando únicamente lo esencial. Este minimalismo estructural no implica frialdad; por el contrario, se percibe una calidez lúdica, un gozo casi artesanal en la forma en que las palabras se ensamblan para sorprender o invitar a la reflexión. La ironía, el doble sentido y el ingenio son constantes, y el autor demuestra una habilidad excepcional para combinar significados aparentemente inconexos en observaciones reveladoras, como en “La mentira no es que tenga las patas muy cortas: no tiene patas, es redonda y rueda muy rápido” o “Minimalismo barroco: menos es demasiado”.

El lenguaje que emplea es nítido y preciso, pero nunca simple, es característica, además de la economía expresiva y la agudeza conceptual el sentido de la ironía y el humor más corrosivo. Agudo tiene la virtud de construir aforismos que invitan a lecturas múltiples, dejando al lector con la sensación de que lo más importante siempre está implícito. La sonoridad y el ritmo juegan un papel fundamental, reforzando la idea de que el aforismo es tanto pensamiento como música verbal.

Los temas que atraviesan este libro son diversos, aunque se puede identificar un eje común en su interés por las contradicciones humanas. La existencia misma, con su mezcla de egoísmo y vulnerabilidad, se plasma en aforismos como la serie de la composición del cuerpo humano: “Somos 30% ego y 70% agua” o “Los errores se pagan, pero ¿a quién se compran?”. También encontramos reflexiones sobre la sociedad y sus hipocresías: “La solemnidad es postureo a cámara lenta” y “Muchos llamados gestores lo que realmente hacen son aspavientos” desnudan con fina ironía las imposturas contemporáneas. A veces incluso se vuelcan hacia contenido más político: “El sueño de la nación produce monstruos”; “Todos somos iguales, indiferentes”;  “Quien se mantiene al margen de la política ha de elegir entre el margen izquierdo y el margen derecho”; “El candidato y sus cándidos”; “Los iluminados van de farol”… Otras, ataca la hipocresía de tantos: “Quienes guardan la fe para los festivos”; “Según la Biblia, ser buen o mal ladrón no depende de la pericia con la que se robe”; “La parábola del hijo prólogo”; “Cuando la verdad se condecora, cuidado, pues la verdad desnuda lo es sin decoro”…

El lenguaje como tema es otra línea recurrente. Agudo no solo escribe aforismos, sino que reflexiona sobre las herramientas con las que los construye. Ejemplos como “La tilde de fé es una espina clavada” o “Para inspirarme, observo las palabras como si fuesen paisajes” revelan una mirada metalingüística que dota al libro de una capa adicional de profundidad. A menudo, esta reflexión se vincula con el acto de creación o interpretación, como en “El diccionario es un libro mágico que consigue que dentro de cada letra quepan muchas palabras”; o en tono de una broma muy seria: “El lenguaje no es inocente y yo no he dicho nada”.

La fuerza lírica de Miguel Agudo sobresale en no pocos aforismos que podrían mutar en auténticos poemas como los de su añorado Cuando Herodes la tierra (2009) o Amorexia (2015): “En lo ínfimo hallarás lo infinito”; “El rocío es el poso que dejan quienes se beben la noche”. No son tan distintos los mecanismos para montar una imagen poética con las figuras literarias que asoman en la construcción de los aforismos: “Jaén es una ciudad extranviada”; “Encontrar: poner en contra”; “Mentira y afloja”; “El punto de vista y el hilo de voz”; “El egocentrismo del descentrado”; “La confianza da fiasco”; “Único: diminutivo de uno. Unión: aumentativo de uno”;  “Divisar: ver dinero”; “Ir es prevenir”. Hay figuras fónicas tanto como conceptuales, así como un recurso a las frases hechas dándoles otra vuelta de tuerca: “Es de mala educación escarmentar en cabeza ajena”.

El humor, a menudo negro o sarcástico, es una característica distintiva del libro: “Lo malo del pesimista es él”; “El futuro para algunos es el pobrenir”; “Autopsia: final abierto”. Agudo emplea juegos de palabras, deformaciones lingüísticas y asociaciones inesperadas para provocar tanto risa como asombro. Ejemplos como “Paleolítico, neolítico, ansiolítico” y “Postrado: que se ha comido el postre” demuestran un dominio casi irreverente de los recursos lingüísticos. No obstante, este humor no es superficial; muchas de estas frases encierran una crítica velada o un comentario mordaz sobre la condición humana y social: “Hoy el silencio es solo afonía”; “Un censor sin tacha no es un censor”; “La tradición, precisamente por ser tradición, es eso que te echa para atrás”; “Los médicos saben que la belleza no está en el interior”.  Y, cómo no, autocrítica: “Tengo dos vehículos: autoestima y autoengaño”; “Si para gustos los colores, para disgustos los dolores”.

El juego de palabras es otro de los mecanismos clave. La polisemia y la homonimia son recursos recurrentes, y Agudo los explota para crear aforismos cargados de significado doble o múltiple. Frases como “El buen quiromante, ¿lee las líneas de la mano o lee entre ellas?” y “Quien lee un libro de viajes es un lector pasajero” demuestran cómo una observación aparentemente trivial puede convertirse en una reflexión mucho más profunda gracias al lenguaje. Eso sí, “En los juegos de palabras no se admiten apuestas”. Miguel Agudo demuestra en cada página una capacidad para demostrar la plasticidad del lenguaje y un grado de complicidad con el lector: “Sigue sin saberse qué neuronas son las encargadas de guardar los secretos”.

¿Se perciben rastros de corrientes filosóficas como el existencialismo, el escepticismo o incluso el posmodernismo en su obra? Algunos aforismos parecen indicarlo, como “El pasado cambia cada vez más rápido” o los remedo cartesiano “Repienso, luego resisto” y heideggeriano “Y ya, si eso, entonces” (Ser y tiempo) sugieren una reflexión sobre la percepción contemporánea del tiempo y la historia, aspectos que pueden vincularse con teorías posmodernas. Como en muchos autores de estas tendencias, el uso irónico y hacer explícito lo evidente tiene, en realidad, mucha más profundidad, como “Pinocho es de mentira”.

Tergiverso de Miguel Agudo se alza como una obra rica en matices y posibilidades interpretativas. A través de un estilo compacto, humorístico y profundamente irónico, el autor nos ofrece una mirada a primera vista desenfadada, pero muy lúcida, sobre temas universales y contemporáneos. Sus aforismos no solo son para leer, sino para releer, pues cada frase se despliega como una pequeña semilla de pensamiento que germina con el tiempo. Agudo logra transformar lo cotidiano en extraordinario, y lo hace con una gracia y una inteligencia que lo colocan entre los grandes cultivadores de este género literario.

 

domingo, 24 de noviembre de 2024

Reseña de Ramón Bascuñana: ‘La trama de los días’. Renacimiento. 2024

La trama de los días - Editorial Renacimiento


La trama de los días ha merecido el X Premio de Poesía Juana Castro y comienza con una cita de Ángel González. Con la solvencia habitual, Ramón Bascuñana nos lleva a “Un viaje a parte alguna o a ninguna parte,  / el ver cómo envejecen nuestros pasos /…/ y que conforman el confuso tapiz / que llamamos la trama de la vida” (La trama de los días). Un libro sobre el paso del tiempo a partir de un uso magistral de lo que se dio en llamar monólogo dramático, o, como decía Antonio Gala, un paisaje con figuras. En este caso, comenzamos con un interior, después serán lugares de paso para terminar con la última sección propiamente de paisaje con figuras. Este es un recorrido introspectivo que aborda la vida a través de las pequeñas y grandes paradojas del ser humano, marcando una travesía tanto geográfica como existencial. Desde una voz reflexiva y consciente de su papel, Ramón Bascuñana nos invita a explorar temas profundos como la muerte, la nostalgia, la belleza y el paso del tiempo, apoyándose generosamente en referencias culturales, literarias e históricas.

En la primera sección, Interior con figuras, la poesía se convierte en un lienzo donde Bascuñana retrata personajes en sus momentos de soledad, duda o reflexión. Desde figuras como Nefertiti (“el busto de Nefertiti / con la misma elegante belleza / de las fotografías de los libros / de historia de aquella infancia mía / que recuperar ahora en piedra viva /…/ que hace que me sienta como entonces: / el héroe solitario de un enigma”, Nefertiti en el museo egipcio de Berlin), hasta pensadores como Andrei Biely o Cioran (“con el pensamiento midió los siglos / pero no supo vivir la vida”, Andrei Biely; “Qué lejos, pues no es melancolía lo que siento / sino este sufrimiento que me mantiene activo / haciendo apenas nada /…/ Uno habita una lengua / y la lengua es la patria de los desesperados. / Ni soy refugiado ni un desertor del mundo”, Desde una buhardilla de París, Cioran medita). El autor evoca la esencia de estos personajes y los convierte en símbolos de la condición humana. Un ejemplo relevante es el poema dedicado a Nina Ivanova Petrovskaia: “Nunca escribió ni un solo poema, / pero siempre soñó, como los simbolistas, / con transformar la realidad en arte”. El poema como una forma de inmortalizar la realidad, a pesar de su fragilidad y su fugacidad, especialmente emotivo en el recuerdo al gran Julio Aumente: “No dejó traslucir nunca su llanto, / pues sostenida la clara certeza / de que el temor anida en la pereza / de los cuerpos paganos siendo santo” (En la muerte de Julio Aumente).

En Lugares de paso, la segunda sección del libro, Bascuñana describe escenarios que representan etapas de un viaje tanto físico como metafórico, por más que pretenda desmitificarlo: “¿Qué importa que la vida no sea trascendente?” (El viaje). Poemas como Preparativos de viaje nos recuerdan que “Nosotros también somos como nombres marcados en el mapa del sueño de un dios desconocido”, y reflejan la sensación de incertidumbre y transitoriedad que a menudo acompaña nuestras vidas. Las ciudades que menciona —Alejandría, Berlín, Lisboa, o la Grecia por los ojos de Enrique Badasoa en el entrañable libro de Plaza y Janés, y otros puntos literarios y culturales— evocan lugares llenos de historia, donde el poeta se convierte en un testigo silencioso de las huellas del pasado y de poetas tan relevantes como Pessoa (“Entre la lluvia y el humo contemplo / una ciudad invisible/ construida en mis versos: / tiendas, aceras, coches que pasan”, Lisbon revisited, Alvaro Campos) o momentos de amistad (“La extraña sensación de estar en casa / con amigos que me hablan de poesía”, Viaje a Morón de la Frontera con motivo de unas jornadas poéticas). En Retorno a Citerea, Bascuñana subraya la melancolía de aquel que busca la belleza sin realmente perseguirla: “Malos augurios para el sedentario: / solo encuentra belleza / aquel que no la busca; / solo regresa aquel que no se marcha”.

Además, el poeta se aproxima a las conexiones entre su identidad y el lenguaje, pues, como indica en un verso meditabundo: “Uno habita una lengua / y la lengua es la patria de los desesperados” (Desde una buhardilla de París, Cioran medita). En estos versos, el viaje, ya sea a través de lugares o de lenguajes, parece representar un intento de reconciliación entre la realidad y el deseo, entre el hogar y la intemperie: “Nunca quise moverme del poema” (Carreteras secundarias); “Y a pesar de mis miedos y temores, / cada día asumo la derrota / y cruzo la frontera de la culpa. / Territorio comanche en la poesía” (Territorio comanche).

La última sección, Paisaje con figuras, despliega una contemplación filosófica que trasciende lo individual. Bascuñana observa la vida como un río que fluye inexorablemente hacia la muerte, un tema recurrente en esta colección. En el poema El puente, el poeta invita a cruzar hacia el otro lado sin mirar atrás: “Estás cruzando el puente que separa / las dos mitades que han de ser tu vida. /…/ Si logras alcanzar el otro lado / podrás cantar victoria. De momento / no mires más atrás, por si las moscas, / que siempre arde Sodoma a nuestra espalda / y resulta difícil resistirse / al brillo portentoso de sus llamas / y vivir con la vista en el pasado” (El puente). Esta imagen potente sugiere la lucha constante entre avanzar y el peso de las memorias y los fracasos pasados.

La reflexión cuestiona la figura del extraño como forma de identidad: “Buscarle algún sentido a esta nada perpetua/…/ Sentirse un extranjero en todos los lugares” (El extranjero); “y comprender entonces que no gana quien gana / sino el que apuesta todo y gana algunas veces” (El vagabundo). Una tensión dramática, como decíamos, entre el espíritu errante y la necesidad de volver al hogar: “Acepta mi consejo, si lo quieres, / y vuelve a ser un hombre entre los hombres. / Puede que así consigas escribir / ese verso que merezca la pena / Y salve tu recuerdo en el futuro” (El eremita).

Toma un momento reflexivo sobre el azar de la vida, con pesadumbre y la lucidez pesimista que le fija la atención en poetas con una visión existencialista: “Nunca el amor, que reparte las cartas, / es justo con todos los jugadores” (Ted Hughes entre Silvya Plath y Assia Werill); “Es siempre negra noche la vida / para quien la concibe y la celebra / desde la oscuridad de una caverna” (Buenos Aires a principios de los años ochenta del siglo pasado); “¿Dónde, dónde la vida?, me pregunto. / Y la respuesta es el epitafio / de un poeta que supo que la vida / es el agua del río que nos lleva” (Ante la tumba de Keats en Roma). Y, conjugando la traducción española del clásico de Charlton Heston y Edward G. Robinson, se pregunta por abandonar la lucha contra la fortuna: “¿No será más fácil / esperar que el destino nos alcance?” (Vacaciones).

El libro culmina en una elegía que evoca a Antonio Machado, uno de los referentes de Bascuñana, quien al final de su vida escribió sobre “estos días azules y este sol de la infancia”. Con este homenaje, el poeta parece susurrar una reflexión sobre el destino y la fugacidad de la vida, recordándonos que la poesía puede capturar el “agua del río que nos lleva”: “para evocar al hombre vencido y derrotado / que presiente su muerte en un país extraño / y que a pesar de ello es capaz de escribir / un verso que resuma la trama de la vida, / estos días azules y este sol de la infancia” (Antonio Machado a orillas del Duero).

La trama de los días es un poemario con gran profundidad, en el que las referencias culturales sirven a un propósito más allá de lo estético para explorar los aspectos más esenciales de la existencia humana. Bascuñana construye un mapa poético donde cada ciudad, cada personaje y cada reflexión es una pieza de un rompecabezas que refleja la complejidad del vivir.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Reseña de ‘Los poetas no son gente de fiar”, Revista microscópica de poesía. Número siete. Liliputienses

Ana Seppi (@ana.seppi.prensa) · Instagram photos and Reels

 

 

La editorial Liliputienses ofrece una muestra de su producción en esta revista microscópica, que sirve tanto de gancho como un fin en sí misma. Bajo la dirección de Fabio Betancour, el diseño y maquetación de Paula Garrido, cuenta en el Consejo de dirección, con Irene Marrero, Manuel Arteaga, María José Reina y Rima Espada. Una vez aclarados los instrumentos institucionales resaltar el diseño en A3 tan identificable con la editorial de la Isla de San Borondón.

Los poetas de esta selección comparten un estilo minimalista, directo y fragmentado, donde las frases se presentan con economía de palabras, buscando un impacto inmediato en el lector. Predominan los versos breves y la disposición de las palabras en espacios amplios, no solo por ser extractos, a veces, ni siquiera poemas enteros (entendido en el sentido más amplio posible), lo cual genera un ritmo pausado y permite enfatizar conceptos clave. En toda la muestra se advierte la precisión de su lenguaje, efecto de reflexión. La elección de vocabulario es cotidiana y familiar, que contrasta con la profundidad de las reflexiones.

En cuanto al tono, se detecta una mezcla de ironía, desencanto y melancolía. En los versos de poetas como María Laura Guisen (Rosario, Argentina, 1973): “Los comprimidos / de liberación / prolongada / no cumplen / con la promesa / escrita / en el prospecto. /…/ Debo / reconocer / que me gusta / ese juego, / dejarme engañar / por la poesía”. En Olga Santos (Porto, Portugal, 1970), se percibe un tono de resignación que coexiste con un juego irónico: “montar en bicicleta / romperme el corazón / deportes que aprendes y nunca olvidas”. Este tono se hace evidente en versos como los de María Victoria Massaro (Buenos Aires, 1987): “como / ratón/ de laboratorio / entro a tinder/ y pulso / la palanca / solo por el gusto / del estímulo”. También en las palabras de Anaité Ancira (CDMX, 1980): “Vivimos juntos y su mamá / le manda comida / pero solo para él”, que evidencian un tipo de convivencia distanciada y, a la vez, inevitable. Este enfoque distante y algo desencantado se ve también en los versos del malogrado Ángel Ortuño (Guadalajara, México, 1969-2021) , donde se vislumbra un mundo hostil, un “juego” de supervivencia donde la vida pende de un hilo: “Ahora, / sea mujer. // Tiene 24 horas para regresar viva, / de lo contrario, / pierde”.

Los temas tratados en esta selección abarcan las contradicciones y tensiones de la vida moderna, desde la soledad y el desengaño hasta la búsqueda de sentido en lo cotidiano. La cotidianidad, de hecho, se vuelve un espacio de exploración poética, donde los pequeños momentos reflejan cuestionamientos existenciales más amplios. Estos poetas hablan sobre el amor y la relación con el otro, pero lo hacen desde una perspectiva de desencuentro y distancia emocional, como en los versos de Lena Díaz Pérez (Villa Regina, Río Negro, Argentina, 1994): “Estoy tan triste / quisiera estar menos sola / no menos triste, menos sola”, o los de Nanne Timmer (La Haya, 1971): “sin / texto / pero / con / disculpas”.

Además, estos poetas comparten un enfoque existencial, donde lo absurdo o lo contradictorio de la experiencia humana queda expuesto sin adornos. Ejemplos, Mana Muscarel Isla (Patagonia, 1987): “A vos no / a vos te quiero en una isla / que no sea yo”; o Juan Bello Sánchez (Santiago de Compostela, 1986): “Es extraña la razón, / cava muy hondo tratando de hallar claridad”.  La exploración del vacío o la incompletitud es constante. Los versos de Guillermo Fernández Rojano (Jaén, 1957: “Para pasar de una orilla a otra /…/ es necesario: / observación, percepción, abstracción, / …/ categorización, definición, análisis, síntesis, / evaluación. / Y nada de eso sirve”) son  reveladores al respecto: en su poema, la enumeración de herramientas conceptuales (observación, abstracción, etc.) se desmorona en la futilidad final.

Leyendo esta minúscula selección llegamos a atisbar la desilusión de las promesas incumplidas o la banalidad de las acciones que apreciamos en la intertexutalidad de María Belén Milla Altabás (Lima, 1991): “y la buena doctrina que tuve / para tu comportamiento de avispa rabiosa / mi homo ludens: ese es el más / perfecto goce circular de las parejas”. De nuevo, la ironía del destino y el azar en el poema de Álvaro Muñoz Robledano (Madrid, 1965): “no podrás negar luego que suceden”. La crítica sutil al sistema y roles sociales, evidente en los versos poema de Nuno Brito (Porto, Portugal, 1981): “Tengo estas manos / Para cambiar el mundo / O para sentirme el pelo / Lo cual es lo mismo”. Incluso, la admiración por contraste entre lo humano y lo salvaje, como en el poema de Fabricio Gutiérrez, donde el oso desafía su papel de presa: Fabricio Gutiérrez (CDMX, 1985): “El bosque se iluminó / En más de diez ocasiones / Por disparos de rifle. / Pero el oso que era perseguido / Era más luminoso”.

En conjunto, los poetas de este número, más que gente que inspiren poca confianza, trazan una poética del desencanto, donde la observación aguda y la cotidianidad cobran un peso existencial ineludible. Son ellos los que desconfían del mundo.

domingo, 17 de noviembre de 2024

Todo alumbra y es signo .Reseña de Isabel Marina: ‘Donde siempre es de día’. El sastre de Apollinaire. 2024.

Donde siempre es de día, de Isabel Marina - Zenda


Acierta en el prólogo Ángel Alonso al calificar esta última entrega de Isabel Marina de  ‘poesía celebratoria, a la par que intimista, sin por ello abandonar un esencialismo reflexivo sustentado en el símbolo” (p. 7). Y así es, como podemos comprobar en la primera parte del poemario, La última matrioska, donde predomina la primera persona: Mi forma de salvarme (“Solo conozco / una forma de salvarme, / de entrar en mí: / encarar la realidad y las pérdidas, / desterrar la mentira, / no disfrazar nunca la verdad/…/ Escribir el poema”); Sigo aquí (“Soy la niña / que hace cuarenta años”); Mi cuerpo (“Mi cuerpo, / esa nave abandonada, / esta estrella extraña y sola”). Además de la referencia a la escritura como una manera de sanar, de identidad (“Escribo para adivinarme, / para que los espejos, al fin, / me devuelvan mi imagen”, Escribo) y de salvación (“Escribir / la nada que me puebla, / construir mi historia, / colonizarme a mí misma”; Colonizarme a mí misma), hay una expresa voluntad de autocuidado: “Me daré la mano. / Y no volveré a dudar” (Recluida en mí);  “Me pintaré los labios / con el rojo más fuerte /…/ serás mi escudo y mi bandera /…/ Disfrazada, haré fuerte / a la impiedad del mundo” (Me pintaré los labios).

En segundo lugar, tenemos la patria de la infancia, de la familia: “Ellos son mi enigma, / la clave que me descifra. / Son mis padres” (Mi enigma).  Evoca Isabel Marina con ternura y lucidez esos momentos: “De mi adolescencia, / solo cenizas mezcladas con arena” (De la adolescencia).  Conecta con Pizarnik cuando mira hacia el futuro desde esa identidad forjada: “Para cuando caiga / la lluvia de cenizas sobre mi cuerpo, / sepa yo aceptar mi destino / con dignidad, / con mesura, sin lamentar” (Aprendizaje).

En este Donde siempre es de día encontramos arte, música, pintura, literatura… sirve de inspiración, de refugio. Obedece esta fascinación a la búsqueda de la belleza. Como el poema en prosa. Una tarde en La Alberca “La melancolía es una canción que nos apresa desde muy jóvenes”.

La segunda sección, Como pateras vacías, está más orientada hacia lo humano en el sentido casi género. Isabel Marina adopta una visión podríamos decir existencialista: “Hay corazones / como pateras vacías, / donde todos hacen muerte. Ausencia de Dios” (Como pateras vacías). Habla de “Desnacer”, de que “Nos apropiamos de un disfraz / que hemos de dejar en la orilla” (Nos apropiamos). Esa sensación filosófica de estar arrojados al mundo deviene en personal (“Nadie podrá ocuparse entonces / del pañuelo de mi madre que he conservado tras su muerte”, El pañuelo de mi madre), pero también es general, “Todo parece descolocado, / una continua lava / escapando por la grieta” (Lava). Son elementos de decepción y sinsentido: “Qué fácil es engañarse” (Qué fácil) o  “Todo es expresión de locura, / de la ceguera constante, / del desconocimiento, / por exceso de luz / o de oscuridad” (Tierra del Norte). Incluso lo más cercano: “La familia hoy es solo / una fotografía amarillenta /.l../ Todo nos engaña” (Todo nos engaña). Clama la poeta porque “No esperes piedad de la vida, / que va a seguir transcurriendo / a tus espaldas” (Non speri pietà).

Pero, como anunciaba en la primera parte, es la cualidad de poeta la que ofrece una salvación, aunque “La caligrafía no llega a expresar / más que un lenguaje íntimo, / anterior al nuestro, indescifrable” (En el fondo). Casi en forma de aforismo, sentencia, “Los poemas, / una forma de aplacar la sed” (Aplacar la sed); “Escribir un poema / es manejar esos restos, / permitir que un poco de agua de lluvia / nos moje los zapatos, / caliente nuestro aliento” (Cuevas prehistóricas). En conclusión, “A medida que la escribo / va dejando de doler” (Hijos de plata).

Un mundo ordenado ya se incluiría en lo social, en la preocupación sobre los problemas del mundo, que puede hacerse a partir de lo más concreto, como A una figura de Lladró (“Entra las manos van quedando / tan solo restos de cenizas, / y resulta del todo imposible / no tener de qué arrepentirse”). Puede también expresarse en la unión institucionalizada, como en Los amantes (“El rito con el que algunos amantes / quieren confirmar su unión / resulta al final ser solo humo. / Un humo denso y asfixiante / que no se va al abrir la ventana”). En los versos de Isabel Marina queda “La ciudad / como una gran mordedora” (La Habana, 2019), pero permanece la belleza como salvación: “Los versos de Rosalía / son una fuente de agua / en medio de la desolación” (Rosalía quería ver el mar);  “pero arde en la memoria, / como las cosas bellas / que no sirven para nada, / metáforas de mundos extinguidos” (Figura).

Remata, pues, con la vuelta al oficio casi chamánico de la poesía: “Al fin y al cabo, comprendo / que todo puede ser objeto de un poema. // Consuela extraer pequeños milagros / como pozos de agua en medio del desierto” (Todo puede ser objeto de un poema); “Todo alumbra y es signo” (Para que queda constada).

La última sección es mucho más doliente, Donde la muerte no llega. En ella nos habla de lo trascendente, “Tierra de nadie. / He ahí nuestros dominios” (Los pasos de mi perro). Una pregunta eterna sobre la capacidad de comprender y explicar la realidad: “La verdad siempre llega cuando es tarde” (La verdad…); “Tal vez comprenderé mejor el mundo / cuando ya no sean necesarias las palabras” (Eso era el amor). Hallamos bellísimos poemas como Describiremos.

La trascendencia, según vamos comprendiendo, comprende lo incognoscible y la fe (“Sobre lo que no existe / basamos nuestra vida”, A la sed infinita), pero sobre todo comprende el amor:  “Acuérdate, corazón, / de que hubo quien te quiso” (Acuérdate corazón); “Mientras nuestras manos ancianas / se tocan, se abrazan, se salvan / una y otra vez” (El amor anciano); “Volveremos a vernos /…/ donde el hastío no existe / y tu nombre y el mío / no llevan a cuestas este olvido” (Volveremos a vernos). Este amor del que habla Isabel Marina va más allá del furor pasional del adolescente, es el amor real, el que culmina una vida.

La reflexión sobre la muerte es esperanzadora en cierta forma. Si bien leemos que “La muerte victoriosa / derrotará a las sombras” (Un día) o que “Nuestro dolor se convertirá / en menos que volutas de humo / que un duende despreocupado / crea con sus labios” (Volutas de humo), también consuela saber que “Y el corazón que solo se libera / cuando el viento apoya las velas” (Hacia la muerte). Tiene mucha razón Isabel Marina en recordarnos que “Vivimos en una zona intermedia” (La mesa del reencuentro). Y, como Ángel Alonso advertía en el prólogo, es una poesía celebratoria a pesar de las dudas y el desasosiego: “Todo es la suerte / de poder habitar / los restos de esa hoguera, / de haber podido estar” (Poder estar).

Acaba el poemario con una unión entre esos núcleos temáticos, la identidad y la familia, la búsqueda de la belleza y la trascendencia. Con poemas que elogian, repetimos, lo cotidiano: “Siempre habrá un ático / donde escuchar cierta música / bajo una luz indirecta /…/ Todo muere fuera / pero dentro de nosotros renace / florece en la memoria” (Siempre habrá un ático). Conmovedor el cierre de Donde siempre es de día: “Hay un lugar / donde Scriabin y mi madre / nunca morirán” (Donde nunca llega la muerte).