domingo, 31 de marzo de 2019

Pedir perdón


López Obrador ha revolucionado estos días a la opinión pública con su carta solicitando al rey de España que pida perdón por los desmanes ocurridos durante la conquista de América. Muchos, muchísimos se han apresurado a contestar desde diferentes tribunas con burlas, negaciones o exabruptos. Aprovechan también para denigrar a los pocos que se atreven a simpatizar con la petición de AMLO. ¡Faltaría más!
                Los argumentos, por supuesto, incluyen el omnipresente ‘puestúmás’, el ‘andaquetú’ y el ‘yonohesido’. Recordar, que no está mal, que otras potencias coloniales hayan masacrado poblaciones indígenas y saqueado otras tierras no elimina, por supuesto, la responsabilidad de unos. El robo generalizado no exime de cumplimiento penal. Probablemente otras naciones hayan sido más crueles, pero sería absurdo negar la esclavización de nativos y el expolio de las minas de plata y oro, los sistemas de mita y encomiendas que tan crueles debieron ser como para recomendarse la traída de esclavos africanos. No significa que menospreciemos la labor de muchos misioneros defendiendo los pueblos indígenas o incluso recogiendo parte de sus tradiciones.
                Una de las cuestiones más sorprendentes de la conquista de Cortés es que se realizara con tan poquísimos efectivos españoles. Influyó, claro está, la superioridad armamentística y el periodo de decadencia del Imperio. Y, por supuesto, Cortés contó con la ayuda de diferentes pueblos que se enfrentaron a Moctezuma y posibilitaron su caída. No deberíamos tampoco idealizar los comportamientos de los pueblos llamados “pre-colombinos”. No estaban exentos de crueldad. Con todo ello seguimos siendo responsables de un saqueo continuado de las riquezas de las tierras conquistadas y la imposición de un sistema social que rompió las estructuras tradicionales. Para bien y para mal.
                Otros hacen hincapié en los apellidos y la estirpe del presidente mexicano. Ese argumento se lo leí a Ramón J. Sender cuando un estudiante le increpó durante unas clases por ser descendiente de los conquistadores. El escritor le replicó que sus antepasados fueron los que quedaron en España y, en todo caso, serían los antepasados de los actuales habitantes de Iberoamérica los responsables de las masacres y los desmanes. Desde el punto de vista de la responsabilidad histórica se está hablando más bien de quién se siente heredero de aquel imperio. Por ejemplo, la moderna Italia está muy orgullosa de haber sido un gran imperio con los césares y de haber contribuido al progreso de la humanidad con la extensión del latín, las calzadas o el derecho. Sin embargo, la estructura política del Estado italiano no es, en absoluto una continuidad con los tiempos de Augusto.
                Creo que ahí está la clave. La comunidad imaginada de España se ha forjado a través de una continuidad mítica desde prácticamente Atapuerca. Tartessos, los pueblos celtas o los iberos son considerados como una especie de semilla substancial sobre la que se van superponiendo diferentes barnices. Los romanos y los visigodos terminaron por asimilarse al ADN de “lo español”. Los musulmanes siempre serán unos extraños que aportaron unos pequeños detalles pintorescos, pero que  no pertenecen a la esencia seminal. Fue una conquista y luego, tras siglos de guerra contra el infiel, fueron expulsados. El mito de la Reconquista, que, desgraciadamente, sigue estando de moda, es una de las falacias más graves en la narración histórica de este país. Desde el punto de vista histórico, tan español fueron Isabel y Fernando como Boabdil. Ninguno, en realidad, era español. España, entiéndase como nación y, por supuesto, como Estado, no se identifica con la Península Ibérica hasta mucho más tarde, pero eso no es ningún obstáculo para que sigamos hablando de la España romana o la prehistoria de España.
                Si pretendemos sentirnos orgullosos de los logros de los que habitaron en el suelo del actual Estado español, y así sentir la participación en una tradición, una cultura, unos valores comunes, debemos asumir los errores también. Podemos recordar con orgullo la Constitución de Cádiz, pero recordar, a la vez, que no se había abolido la esclavitud. Nos sentiremos sorprendidos con la magnitud del proyecto del Catastro de Ensenada, pero debemos recordar también su plan de expulsar a los gitanos. La labor, desde el punto de vista político, de los Reyes Católicos fue inmensa, pero también fue muy injusta la expulsión de los judíos y musulmanes.
                La ceguera ante nuestra historia es síntoma de que la idea imperial que los antiguos, y más el antiguo régimen, intentaron fabricar todavía sigue vigente. Tenemos la ceguera ante las violaciones y las muertes porque preferimos mirar sólo la lengua que nos une, las universidades que se fundaron o la labor misionera que se realizó. Para justificar nuestro orgullo patrio recurrimos a la investigación de gestos filantrópicos, de llevar cultura, de descubrimiento, de buena voluntad, de pequeñas Glorias Imperiales.
                Cabrá pensar sobre cuál es el punto de inflexión histórico en que un Estado no se sienta responsable. Curiosamente aquellos que reivindican la gloriosa tradición de España (que en sus labios suena EsPaña) son los más proclives a olvidar las barbaridades de la dictadura franquista, las atrocidades en Marruecos o el sistema de trochas en Cuba. Muy pocos están informados de que fueron tropas españolas las primeras en utilizar la guerra química. Conocer la historia de un pueblo, sea lo que sea esa expresión, deberá incluir las aportaciones positivas tanto como las catástrofes que haya podido producir. Sin embargo, damos pie a que se airee el concepto de Imperiofobia para quitarnos el complejo de culpa de una manera retorcida. Recuerda aquello que repetía el Caudillo de que las demás naciones nos tenían envidia.
                Agua pasada no mueve molinos, suele decirse. Y es cierto que fustigarse no será seguramente la solución, pero no estaría mal dejar claro que este país, este Estado no se siente heredero del Imperio que cometió el genocidio hace más de cuatro siglos. Las airadas respuestas a López Obrador dan cuenta de una nostalgia del imperialismo, que es precisamente de lo que debemos renegar. No se humilla uno por reconocer que sus antepasados, o el estado que pretende ser antepasado, cometieran barbaridades. Quizás así no nos sintamos excluidos los que somos críticos con la historia de España.

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