jueves, 7 de marzo de 2019

Reseña de Itziar Mínguez Arnáiz: ‘Idea intuitiva de un cuerpo geométrico’. L.U.P.I. 2017


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“Dentro de cien años, todos seremos nadie” (Sibila)


Segunda entrega del 2017, tras el aclamado Qwerty (La Isla de Siltolá). Itziar Mínguez sigue desarrollando una poética personal explorando nuevos campos expresivos y aprovecha la ocasión para insistir en los temas que marcan su universo poético. Esta Idea intuitiva marca un acento poético muy diferente de La vuelta al mundo en 80 jaikus, publicados por Takara en su colección Wasabi. Continúa Itziar Mínguez con el uso del verso libre y la querencia por los poemas más o menos breves.
Gaston Bachelard nos regalaba uno de sus ensayos más sugerentes, Poética del espacio. En diferentes capítulos nos adentraba en los espacios y la percepción metafórica y fenomenológica de la casa, los rincones secretos, lo visible y lo invisible, el dentro y el afuera. Lo insondable de la intimidad se hace sólido entre la materia que marcan los límites del espacio de una manera análoga a la que Itziar Mínguez desarrolla simbólicamente en el cuerpo geométrico.
El precioso título utiliza la metáfora de lo “geométrico” para dar fuerza al “cuerpo” y a la falta de certeza racional para lo que sabemos de manera intensa e instantánea. Para empezar, no es “cuerpo” sino “cuerpo par”, o del fracaso de un par de cuerpo deviene un cuerpo integral. En esta ocasión el hilo conductor es la materia que compone un cuerpo, que no solo es geométrico, sino la metáfora idónea para tratar las relaciones humanas. Comenzamos la primera parte, De un cuerpo par, con la rutina que escarba las estas relaciones: “Te quiero / Yo también. // Se dijeron, / por decir algo, / en el intermedio / de esa película / que emitían por televisión / por enésima vez.” (Par).
No se le escapa la complejidad de las querencias humanas, la necesidad de lo corporal (“Después de aplacar el hambre / con un intercambio de bocas rápido y eficaz”, Humo).
 “Te amo
Que tierna
                caricia,
qué pan blanco
                de cada día” (Declaración)
Como tampoco se le escapan las contradicciones de la vida en pareja: “Ven // Quiero estar sola / y necesito un testigo” (Invitación); “Nunca dos quieren ser uno / al mismo tiempo / … / Lo demás es cuento. // Pero no pasa nada” (Compromiso).
Comparte con el filósofo José Luis Pardo insiste en la concepción de la intimidad como lenguaje cómplice: “Tú y yo, para siempre / bajo llave / en esta caja fuerte / sin compartir la clave / con nadie” (Acceso restringido); “Esta noche / he debido de soñar contigo, / otra vez, / en esa clave indescifrable / que sólo tú y yo / sabemos” (Duermevela). La intimidad no necesariamente implica una distancia física (“Viajes de quince días / a dos centímetros de ti. / … / rutina maltrecha /… / Esto / somos”, Autobiografía) sino más bien la dificultad de conjugar en el espacio dos intimidades.
Itziar Mínguez propone la voluntad como el intuitivo punto de apoyo en la historia en común de estos cuerpos geométricos: “Todo lo quemamos / en una improvisada hoguera / hasta que no quedó ni rastro / de los malos augurios” (Noche de San Juan).
La segunda parte es un Intervalo en el que se sigue explorando la capacidad expresiva del espacio corporal como símbolo de las soledades que se entrecruzan: “–¿Qué te pasa? / – Estoy solo en el mundo. / Yo estoy contigo. / –También tú estás solo” (Entreacto). Y es la tercera parte del poemario, De un cuerpo impar, la que intenta resolver la paradoja de lo impar que deviene par: “No estoy solo. / Soy impar. // A pesar / del intercambio / de información / al que llamamos / amistad / y de los besos y abrazos / que por un instante / nos vuelve pares” (Poema de soledad y de cordura). De nuevo el lenguaje y su ausencia, el silencio, son las herramientas para el acercamiento: “La distancia se salva / con silencios prodigiosos / que sabemos dónde intercalan” (Impar).
 “Tengo
                la mente llena
                               de ausencias
                                               y en alguna parte estará
                               mi propia ausencia
                hecha memoria
por ti” (Intercambio)
Un halo de tristeza va atravesando las reflexiones del poema, con las descripciones de la rutina y de la cotidianeidad más impersonal:
“Hay vidas que ni siquiera puedo imaginar

                Consuela conocer horarios de oficina
y de clases de danza,
saber que hay una agonía lenta
                                                               y doliente
que afecta a seres amados por otros.

Es jueves
                y al mezclarme entre extraños, esta misma mañana,
he visto el gesto que nos hace idénticos
a pesar de reclamar un ser de oro,
                único e incomparable.

Ese balancearse los brazos muertos
                                                               a lo largo del cuerpo,
con un tic tac apenas perceptible
que es tiempo real,
                tiempo de descuento también.

Pasos ciegos sobre un asfalto de aire,
                oxígeno para las uñas rotas. (Péndulos)
El cuerpo, sin embargo, tiene una caducidad como pareja tanto como de unidad. La muerte toma protagonismo en el poemario tomando un carácter más sombrío y lúcido: “Que no sospeche / la muerte / que ni estoy preparada / ni tengo intención / de no hacer lo que / viene a hacer en la vida” (La hora); “Morir es / dejar los párpados en manos de otro” (Constante vital). La muerte descrita se aplica en el sentido más literal y en la descripción de las relaciones: “No estaremos donde lo dejamos / pero yo retomaré aquel deseo / de que seas tú quien baje mis párpados / y aplaudo / al terminar la función” (Telón).
La última parte, De un cuerpo geométrico, está compuesta por poemas más largos y se enfoca hacia la actividad poética. De nuevo es la palabra el asidero en este viaje intuitivo: “El poeta / renunció a seguir / escribiendo” (Conceptos fundamentales o primitivos). La lucidez alcanza ahora puertos de cierta amargura, que no de rendición: “Ni uno solo de sus versos / había logrado cambiar nada en el mundo /… / La Ciencia, sin embargo, / con frecuencia obtenía algún éxito”. La ironía de considerar el lenguaje matemático como sustituto poético es uno de los grandes aciertos en este poemario para resolver de una manera cíclica, volviendo a las premisas geométricas, las reflexiones sobre las relaciones humanas: “Cambió la escritura de sonetos / por la resolución de problemas”; “Nadie había pensado / que las fórmulas / pudieran hablar de amor / mejor que las palabras”; “Descubrió que las palabras no saben por qué están aquí, / desconocen su destino tanto como los hombres / y que las crearon para explicarse a sí mismos”. No anda muy lejos Itziar Mínguez de la consideración de los axiomas científicos y las demostraciones matemáticas como poesía, lenguaje y poiesis.

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