martes, 26 de marzo de 2019

Reseña de Ana Pérez Cañamares: ‘A vista de ave’. Ejemplar único. Colección Poética y peatonal. 2018


El pintor Gabriel Viñals vuelve a preparar un presente muy especial para los versos de Ana Pérez Cañamares. Ejemplar único es un proyecto que se rodea de la singularidad de las obras de arte. Se trata de tiradas muy limitadas (25 ejemplares), firmados y numerados por cada autor. La pequeña edición viene acompañada de una serie de telas únicas que recrean simbólicamente el universo plasmado en los poemas sobre camisetas. Un verdadero privilegio para los sentidos. Rosario Troncoso, Sara Castelar, Carmen Camacho, Tulia Guisado, Iván Mariscal son algunos de los elegidos en las diferentes series de Ejemplar Único.
                “Soy la mujer de las bellas palabras” es el primer verso. Ana Pérez Cañamares es una poeta combatiente, lúcida que comparte la valentía con el júbilo, la indignación con la ternura. Su compromiso con la lucha, con la alegría, con el amor, con la poesía y la belleza se enraíza en el tiempo presente, en las condiciones concretas que vivimos  y compartimos poeta y lector: “Nunca quise escribir para el vacío”.
                Aunque se presenta en la dicotomía naturaleza/humanidad, no es una dicotomía simplista que enfrente lo salvaje y lo artificial. Dentro de la naturaleza hay quietud y hay flujo. Dentro de lo artificial hay hormigón y hay humanidad. Se construye la belleza en tanta medida como se encuentra en el paisaje. Para la naturaleza Ana Pérez Cañamares prefiriere su carácter más mutable, se imbuye en el devenir del tiempo: “Pero por qué elegir ser un árbol / caminar con dolor en las raíces / si pude ser agua y su deriva / río que humilde desemboca”.
“Como una nube
cruza las mañanas.
Ser llovizna a la tarde.
En la noche entrar ya charco.
Quieto, reflejo de todo.
Vivir es lo que se mueve”
Dentro de la realidad, algunos escogen por la cuadrícula: “Antes que al mundo el hombre amó los mapas”. Frente a lo estático, lo conceptual, lo construido, eligiendo claramente por lo primero. “Vivir una ciudad que solo agota /… /. Todo se vende aquí, yo me regalo / porque ponerse precio es un talento / y arder gratuitamente, vocación. /… / Quiero ser el solar en las afueras / la osamenta desnuda de las ruinas / la ortiga que solo cuando alimenta no hiere”.
                Opta también por la concreción, por el objeto: “Somos persianas un día de tormenta. / No hablamos, con crujidos asentimos / a las embestidas del temporal. // donde digo viento digo casi cualquier cosa”. Es especial el simbolismo que otorga al agua. Y es especial también la concepción que tiene la memoria y la nostalgia: “Recuerda tú, recuerda: un día fuiste ángel, / ser perro en su memoria de ese tiempo”. Lo expresa con una claridad meridiana “La nostalgia no es más que otro combustible”.
                Quiere, además, recalcar la conciencia de la constante transformación de las cosas y la necesidad que debemos tener para adecuarnos a ellas. El aprendizaje de la pasión, la apreciación de lo efímero son batallas que exigen la responsabilidad de ser testigos del asombro y la ruina, de lo que produce la alegría y provoca la degradación. “Todo es baile” nos dice, todo se conjuga, todo se interrelaciona: “El aprendizaje más largo es / no dejar que los ojos se cierren. / Ni al duradero dolor / ni a la belleza efímera. / Miro tu cuerpo, / la fragilidad / de su maquinaria interna”.
                La enfermedad y el sufrimiento no son, no deben ser, un motivo de celebración porque ayude a purgar unos supuestos pecados –imperativos morales, religiosos o médicos–. Desde ella se pretende continuar el encargo con la vida y la poesía: “Insomnio: dame / la tierna lucidez / del vulnerable”. La conciencia de la enfermedad forma parte de la vida y así se abraza: “En esta cama habré de sentirme entera / luz vuelta a su principio / tan voluntariamente / que dentro algo dolerá / frío y suave como la piel del agua / justo antes de desaparecer en hielo”.
                Buena parte de estos poemas son una metarreflexión sobre la poesía y su función social y personal. Compromiso es la palabra. Poesía fuera del Parnaso y la torre de marfil, de poeta a pie de calle, de piel y manifestación.
 “La poesía es mi pancarta
es mi celda y es mi procesión.
La poesía es la casa de los locos
donde se encierran las palabras que importan.
La poesía es trinchera y geranio
un periódico de hoja perenne
el delantal de pescadero y las bragas de seda.
La poesía es lo que sangran los poetas
cuando se hartan de morderse la lengua”.
La palabra, no sólo poética, es la necesaria cura contra la  barbarie, el arma que tenemos para contener el desastre. Es el arma de quienes no tenemos otra: “Si no deletreamos todos agua / el fuego será el último lector”. Consciente del peligro del vacío de los discursos, añade: “El mismo heroísmo fácil de las palabras / y la misma espera trágica de los reptiles”. Por eso hay que aceptar que no somos seres monolíticos y nuestras palabras  nos definen: “Poesía, ya no te pido perdón. / Ahora sólo te ruego / que adoptes mis contradicciones / como a un vivísimo bestiario”. La concepción de la poesía de Ana Pérez Cañamares es una autodefensa: “Me enjaularon los pájaros y ahora / se me ha llenado el cielo de palabras. /… / cómo anida lo humilde en los milagros / que se camuflan de normalidad”.
                Por último vuelve, el yo poético, a poner los pies en la tierra, en la Tierra:
“Ejercicio de humildad:
 sube una montaña,
intenta describir
todo lo que ves.
a cada cambio de luz
vuelve a empezar.
Ríndete.”
 

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