miércoles, 19 de junio de 2019

Reseña de Fernando Cabrita: ‘El poema triste de Dios / O poema tris de Deus’. Poesía Garum. 2019, Traducción de Gema Estudillo y Uberto Stabile





Este es un largo poema en el que el poeta portugués Fernando Cabrita se pregunta por la soledad de Dios: “De la soledad de dios. / Y dijo dios: ¡dios mío, dios mío, dios mío! ¿A qué abrazaré en Invierno?” (Poema Cero). La edición y traducción corren a cargo de Gema Estudillo y Uberto Stabile. A pesar de no estar exento de ironía, este es un lamento que induce a la compasión hacia el Creador. Un Creador también compasivo y un poco guasón: Dios en el café de Mike (III, p. 25)
“Por eso os digo que mi vida es muy tranquila,
a pesar de este castigo mío de ser omnipresente
por ello, no poder ir jamás
a un lugar sin ir a todos,
a cualquier rincón tranquilo
/ … /
Mi vida es muy tranquila;
que sigo a la espera,
continuamente esperando,
perpetuamente a la espera de
un renacimiento de lo maravilloso.
Por eso es, quizás, porque me siento un
poco ferlinghetti” (I)
No es un poema descreído, al contrario, es tierno con dios. Y como es lógico, utiliza para comunicarse los versículos propios de tan ilustres iluminaciones de los textos sagrados. El contrapunto lo ponen los vocablos cotidianos, las referencias actuales, los exabruptos: “¡A tomar por culo la eternidad y quien en ella ande!” (“Raios partam a eternidade e quem nela ande!”). Un Dios muy humano, que pide el voto prometiendo bajada de impuestos y camas de hospitales (V) y sufre, “En aquel tiempo, dijo dios, afligido por / violentos cólicos” (VI).
“Y no ceséis de preguntar,
siempre preguntas y más preguntas.
Para que sepáis lo que ni yo mismo sé ahora de este
impresionante desconocido en el que va
el mundo que dicen que yo he creado” (IV)
Este es un Dios que anima a cuestionarse a todos aquellos que utilizan su nombre para justificar sus guerras y sus posiciones sociales, aquellos que han tergiversado y tergiversan su nombre.
“Qué reyes absurdos gobiernan por mí,
preguntadles, qué castillos y menajes hablan
bajo mis colores, preguntadles,
y preguntad por la lista de sacrificios que exigí,
y por las hecatombes que ordené,
y por las veneraciones que yo pedí, preguntadles,
y no permitáis que la respuesta se abrase sin
que en ella esté toda mi caligrafía entera, notarial y cierta
mi letra de forma clara y exacta,
mi firma divina, o más elaborada y distinta.
Nunca dejéis de preguntar” (IV)
Desde las alturas, “Dios Supremo y sin compañía” (VI) se confiesa: “¿Me siento orgulloso? Claro. / Y vanidoso, cómo no. / Y contento y agradecido, por supuesto, / por atribuidme vosotros, creadores de mi divina criatura, / que sea yo el autor del mundo y de las reglas que lo conforman” (VII). Y se queja de que usen su nombre “Y que todo se atribuya a mí para bien o para mal”.
El mensaje lúcido que Dios nos manda es mirar hacia nosotros mismos y realizar aquello que Feuerbach anunció, la inversión de valores: “Y que un increíblemente vasto universo se equilibra en / sí mismo sin cuidar mi nombre o mi casa. / y los abismos del mar persisten / y las fuentes manan y la vida insiste. / Y un día todos vosotros entenderéis quien es la criatura. / Y quién es el creador. ¡Así sea! Ite, missa est!” (VIII)
Compone el volumen un segundo poema largo, Porque se apagaron las luces, que ya había sido publicado en Las Hojas del Baobab. Parte de la anécdota de un apagón. A partir de ese impasse, la imaginación, los recuerdos (“La oscuridad me devolvió el cielo de la infancia; pero no solo me devolvió el cielo de la infancia / también el cielo de todas las infancias / incluso las infancias del mundo”) y la reflexión se hacen más claros: “Porque se apagaron las luces / ahora vemos claramente, vemos lo que jamás podríamos ver”
Mezclando idiomas y referencias (griegas, mesopotámicas, francesas, inglesas o la del hereje Jan Hus, fundador de la secta husita, auténtica revolución social y antecedente claro de la Reforma luterana…) va saltando de un tema a otro en un flujo de conciencia que también se ancla en el uso de versículos y el tono casi bíblico de los versos: “Yo aquí mando ante la perfección de Todo”. La reflexión sobre el tiempo, sobre la eternidad y el instante en la que no hay imágenes ni formas que distraigan:
“Porque se apagaron las luces
solo porque se apagaron las luces un frágil instante de Tiempo,
mi espíritu se deslumbró para siempre
como nunca antes,
como nunca y me convertí en el temporal señor de todos los zodíacos”
El lamento, el triste lamento se convierte en la infinita esperanza: “Porque se apagaron las luces. / Solo porque se apagaron las luces, / vuelvo a veros ante mis ojos / y en mi corazón abatido por la edad todo renace / y revive como si nunca hubiera muerto”.

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