miércoles, 26 de junio de 2019

Reseña de Ilse Starkenburg: ‘La muchacha tras el cristal”. Ravenswood Books Editorial. Edición de Antonio Cruz Romero. 2019.


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Hay que agradecer la labor de Antonio Cruz Romero en la difusión de la poesía holandesa en nuestro país, gracias a su tesón y el apoyo de la Fundación neerlandesa de letras, a través de esa joya que es Ravenswood Books Editorial.
Ilse Starkenburg es una poeta y narradora holandesa (Dieren, 1963). Estudió Lengua y literatura holandesa, filosofía analítica e historia cultural en la universidad de Groningen. Comenzó a escribir desde finales de los 80 en la revista literaria Maatstaf. Desde entonces tiene publicados cinco libros de poemas y uno de relatos. Según Antonio Cruz, es “hermética y enigmática” en ocasiones, “sobre todo profundamente surrealista”, conectada al experimentalismo. ‘Antología minimalista’ es el subtítulo de esta selección.
Transmitir la incertidumbre es uno de los elementos centrales sobre los que giran los poemas aquí representados: “La luna no sabe / que mañana será / roja, como yo todavía / no sé si el viernes / caminaré alrededor / del árbol, para poder / mirar la luna roja” (Grandeza). Se acompaña de una radical perplejidad que cuestiona los elementos que se nos presentan como cotidianos y que no dejan de ser un misterio al que nos acostumbramos a duras penas: “El que exista una pelota / tan redonda como el sol / tan quieta como el camino // no quiero ser la única que se mueva” (Juzgado junto al mar).
Como gran parte de la poesía contemporánea, el recurso a referencias propias de otras artes, de artistas del mundo de la música más o menos conocidos trasciende el mero postureo cool. De Tom Waits, por ejemplo, toma el título para uno de sus poemas, Tiempo extraño: “Los colores de tus flores / no pegan entre sí hombre / ¿no puedo decir eso? / no puedo salvar tu jardín” (Tiempo extraño).  Glen Gould, busca la belleza en cada detalle detrás de la Pared. En Money, money, money aparecen Agnetha y Frida, de Abba, quintaesencia de la pop culture.
Los procedimientos, que como decía el antólogo y traductor, tienen una raíz claramente surrealista no hacen sino ahondar en la sensación de incertidumbre y de absurdo que se plantea en los poemas: “Sin embargo las piedras deben permitir / un ligero contacto / el polvo no desaparecerá, así como así” (Edificio Okupado). Perturbación habla de lo que planea de manera subterránea ante la placidez de la vida, el río profundo que maneja los acontecimientos y los sentimientos por más que los rostros y las apariencias dejen testimonio de lo contrario:
“en mi cama
del mercadillo
 dentro susurran voces permanentes
sobre lo que no fue abandonado
/… /
yo me arrastro dentro
ni vieja, nueva cama
las almohadas susurran suavemente
cálido aliento en mis oídos
estoy cerca” (Cama)
Descripciones oníricas, percepciones contradictorias, estupefacción son las herramientas para conectar con un lector que no requiere de artificios sino de verdad en las imágenes y en las palabras: “tiene / dieciocho, ahora, debe salir de la crisálida” (Muchacha tras el cristal en el Hortus Botanicus).
                La certeza en el conocimiento humano golpea como intuiciones más allá de la lógica, así, de Martijn descubre que: “él ha hecho de sí mismo un muerto” (Martijn). Esa misma conciencia, con las mismas dudas, se vuelca en Ilse Stakenburg hacia la poeta misma: “hubo días / que tuve una opinión / vivía en una casa / amé a alguien” (Para el habitante después de mí); “me hice cada vez más joven / hasta que doblados los esqueletos / en forma de flechitas / me alcanzaron mortalmente” (Tumba de ángel). Cuando es la propia autora quien se disecciona, no tiene piedad, es certera y trasparente: “huyo, me escondo, fantaseo / la escuela es de lego / la construí yo misma” (Maestro Pennewip). Así sean sus contradicciones (“están en el centro de la ciudad / deseas estar en las montañas”, Montañas) como en sus confesiones: “– ¿alguna vez por la noche tienes miedo? /– no, no especialmente por la noche” (Miedesterrado)
El recurso al procedimiento de la elipsis es certero y doloroso (“esperaba que el mar / no llegase tan alto / sus botas ya estaban llenas”, Mar y botas) y, en ocasiones es presentado abiertamente, la autora no es omnisciente, duda, es reflexiva y conoce sus zonas de penumbra y las zonas ocultas de los demás: “Solo la esencia ha existido realmente / habitación propia” (Ciudad con efecto retroactivo); “escucho a un vecino invisible / y a uno visible /…. / el visible no haciendo ningún ruido / lo veo trabajar y trabajar / bajo la lámpara” (Lo que de ella sé).
Caben entre sus versos un profundo sentido del humor (Haciendo cosas, Izze bonita), así como un recrearse en los sentidos (Dos fresas) y el amor por los libros: (Una locura de verano). A veces llega a un cripticismo que serpentea entre la filosofía y el gran absurdo (La gente dice). A veces se detiene en la eternidad de un instante: “otra vez una hoja se ha / caído del árbol, se / lamenta, sopla / por qué, por qué / … / prometo: existen más estaciones / luego el árbol escucha la verdad / al otoño, te salen / otra vez hojas de verdad”. Y como terminamos de leer en la contraportada: “ayer fue un día festivo / hoy es / un día normal / que comparte su nombre / con muchos otros días” (Ejercicio de ideas).
“un soplo de aire, bajo chirriante grava
un dedo del pie y alguien de nosotros se giró
hacía más frío
nos bañamos más viejos
un día nuestra amistad
tuvo que quedarse atrás sobre un tejado
en un poema” (Erótico)

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