jueves, 13 de junio de 2019

Reseña de Pedro Sevilla: ‘El pueblo, ya sabéis’. Libros de Canto y cuento. 2017


Portada del libro de Pedro Sevilla.
Este volumen es complementario a las memorias que comenzó el poeta arcense Pedro Sevilla con la editorial Renacimiento bajo el título La fuente y la muerte. En esta ocasión se trata de una colección de estampas referidas a Arcos, desde el punto de vista de la memoria esencialmente personal. Un buceo en la memoria que nos transporta de la mano de lo subjetivo a la intrahistoria de un pueblo. El tema principal de estas páginas es una indagación sobre el paso del tiempo y, sobre todo, la diferente percepción del paso del tiempo en la infancia, sus diferentes ritmos a través de una serie de hitos y sus rituales. Cada capítulo hace referencia a una de las fechas señaladas, la Navidad, la Semana Santa, el verano, la Feria. Más que intentar una crónica del pasado, éste se revuelve en una indeterminación, como si la infancia estuviera exenta de intervalos temporales y fuera el mismo verano cuando se tenían siete o doce años.
                Pedro Sevilla consigue en estas páginas, y desde la mirada de un adulto que vuelve la memoria hacia atrás, es recuperar el entusiasmo de un niño. Todo esto acompañado con el oficio de un poeta y la percepción serena de quien sabe perfectamente encajar un poco de antropología y mucho de nostalgia.
“Este es el belén que yo imaginé hace cerca de cincuenta años. Pero esto no es toda la Navidad, por supuesto. La Navidad no es solo costumbrismo, folklore, festividad. No es, ni mucho menos, el consumismo compulsivo y el derroche vacío en que algunos quieren convertirla. La Navidad es, ante todo, un acto de amor. Y quizás por eso, porque en ellos se canta al amor, es por lo que sea tan hogareña, tan marcadamente familiar” (p. 33- 34)
Se vale del vocabulario y expresiones locales sin caer en el derroche casi enfermedad academicista de hacer gala de los localismos como símbolo de identidad –que suele ser la manera en la que se forjan las glorias locales de los pregones y los reconocimientos locales. Pedro Sevilla no reniega de su habla peculiar y recurre al término exacto, para el que tampoco abandona su sentido crítico. Por ejemplo, describiendo la vida en la feria, nos habla de “El 29 era el día de los mayetos” (p. 115), como un insulto pasado de moda.
“Los mayetos, que eran los hijos de rancheros y huerteros que vivían en el campo, solían venir a la feria todos los días y, además, con más dinero que nosotros, aunque es verdad que su aliño indumentario demostraba que sus madres no estaban a la última moda infantil. Con todo, no entiendo a qué venía esa cruel, denigrante y casi xenófoba actitud ante unas criaturas que nos daban cuarenta vueltas en destreza y en educación, como demostraban los mayetos internos en La Salle” (p. 116)
La nostalgia da un tono encantador a todos los recuerdo y es el adulto quien barniza con cuidado las sensaciones que ha ido guardando y repitiendo durante los años como seña de identidad: “Como los niños no viven en el tiempo toda una sorpresa para ellos. Todo llega sin esperarlo, sin buscarlo, sin desearlo, y a nosotros nos llegaban las vacaciones de Semana Santa sin saber que era Semana Santa” (p. 39); “Fue verdad la eternidad de mi infancia; son verdad y lo serán siempre la eternidad de aquellos veranos” (p. 78). Esta afirmación quizás no sea la compartida por los niños de nuevas generaciones que dividen su tiempo en cursos, vacaciones y tiempo libre dedicado a múltiples tareas de entrenamiento escolar, académico y deportivo como si de un campamento militar se tratase. Aquel parecía ser el período para el paso circular del tiempo detenido en la memoria.
                El pueblo en verano le sirve para ahondar en la diferente forma de vivir la experiencia, de cómo la razón y la reflexión van sustituyendo a lo más sensorial:
 “La niñez es la única etapa de la vida eminentemente carnal: el niño siente con el cuerpo, mira, oye, huele, gusta y toca sin ningún aditamento psicológico o ético. Solo después la vida se nos llena de metáforas, de correspondencias, de trabas culturales” (p. 78-79)
                En la mirada de Pedro Sevilla podemos advertir que la nostalgia no siempre es complaciente y que comparte algo de los cuadros de Solana, de la sencilla y, a veces brutal, vivencias de aquellos años: “Si Joselito era un personaje de El Greco, mi primo El Negro puede serlo de Botero o casi” (p. 55). Evita, por supuesto el tremendismo que tanto asociamos al mundo rural, es una prosa muy poética, pero no recargada, posee la elegancia expresiva de quien domina el lenguaje y no necesita dignificar sus palabras con recargamientos innecesarios.
                Aún tomando el punto de vista subjetivo de su memoria, el protagonista de la acción es el pueblo en su conjunto, apareciendo y desapareciendo personajes con nombre, apellidos y motes como tipos sociales y experiencias compartidas:
“El pueblo –y cuando digo pueblo no estoy hablando de un conglomerado dirigido a distancia y uniformado, sino un grupo humano con su diversidad pero con una intrahistoria común– sabe apreciar el dolor auténtico, el dolor de verdad, y por eso se conduele con el sufrimiento de los curas” (p 64-5)
El volumen se completa con una serie de fotografías que ilustran muchos de los asuntos tratados entre estas hermosas páginas. No se recrea exclusivamente en la colección de estampas, huye del pintoresquismo. Es una memoria que reflexiona y que critica:
“Desde las Semanas Santas de mi infancia que he tratado de contar antes, se han sucedido en nuestro país Gobiernos, regímenes políticos, ideologías. Pero nada ha podido contra esta celebración popular. Porque el pueblo, y aquí sigo a Ortega y Gasset, diferencia claramente la ideología de la creencia. La ideología es movible, líquida podríamos decir utilizando un término filosófico ahora en boga. La ideología es un viento que nada puede hacer, salvo pulirla levemente, contra la piedra, asentada por la tradición y por la esencia, que es algo más hondo, más íntimo, más entrañado” (p. 68-69)
Las ideologías se tienen, en las creencias se está. Quedémonos, siquiera durante el tiempo del viaje a través de sus páginas, en este mundo que ya se ha perdido transformado lenta, pero inexorablemente en estos años que seguirán siendo los nuestros.

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