domingo, 26 de enero de 2020

We don't need no education

Este fin de semana me ha pillado sobrecargado de actividad y de emociones y se me ha pasado el tiempo de contestar a una columna en la que el autor se despachaba a gusto alrededor del Pin Parental. A su juicio la polémica es una tontería porque efectivamente se adoctrina en la escuela. Se adoctrina en valores democráticos, en respetar a los gais o a “razas diferentes”. También constata que hay ocasiones en las que las charlas han resultado sectarias, y que abundan más las relacionadas con la violencia de género “y asuntos colindantes” que terminan por provocar un “efecto rebote”. Preferiría el autor que se impartieran más contenidos de educación vial, mucho más necesarios. Al final de lo que se trata es de denunciar el adocenamiento que provoca la educación formal, el igualamiento, la homogeneidad. Es importante recordar que el sr. columnista trabaja de profesor en un instituto de secundaria público.
El sr. columnista confunde adoctrinar (que tiene que ver con inculcar las ideas de manera forzada) con educar (que tiene que ver con inculcar las ideas). Los valores, cualesquiera que sean, pueden ser enseñados de manera doctrinal o de manera informal, puede utilizarse la violencia o puede seducir al educando. Hay una educación democrática y otra autoritaria. Cualquiera con experiencia en el ramo, como alumno o como profesor, sabe distinguirlas. En las escuelas se procura no adoctrinar, lo que no quita que nos encontremos con casos y casos. En las escuelas, siguiendo el mandato de la constitución y de las leyes educativas, se transmiten valores. Y así debe ser. Tratar esta enseñanza como adoctrinamiento es un despropósito, es decir, convierte en un despropósito cualquier tipo de enseñanza.
Da la impresión de que el sr. columnista tiene un sesgo acerca de las charlas. La mayoría tiene que ver con los hábitos de vida saludable (incluida los aspectos relacionados con la sexualidad) y si se repiten los relativos a la violencia de género es porque una charla es la manera más fácil que se tiene de tratar estos tipos de temas cuando llega la advertencia desde la consejería (ahora en manos de la derecha), de la misma forma que llega un concejal cuando se acerca el día de la Constitución. A veces, si estamos tratando el tema del bulling, presencial o virtual, también es normal que salga el tema del género y el colectivo LGTBI.  La oferta educativa municipal incluye la educación vial y así van los alumnos  al parque de educación vial.  Quizás sea insuficiente, por lo que animo al sr. columnista, dada su condición de docente, a que solicite o incluso organice alguno para sus alumnos.
Que el currículum oculto de la educación sea el adocenamiento es una falacia muy querida por los defensores de Ayn Rand. El síndrome de Procusto al que hacen referencia todos los que, principalmente desde la derecha, sirve como arma para atacar a la escuela pública. Sin embargo, mucho me temo que el problema de la educación no es que quiera igualar (eso es bueno en muchos sentidos, como el sentirse que uno no es el hijo de papá que le saque las castañas del fuego, sino alguien que tiene que cumplir con lo que se requiere), el problema, repito, es que quiere seleccionar. Los buenos para ciencias, los regulares para letras, los malos para ciclos. Los que pueden pagarse las clases particulares y sobrellevar las matemáticas con los que no tienen ninguna motivación en sus casas.
Muchas veces pregunto a mis alumnos qué es lo primero que se aprende en la escuela, unos dicen que a leer, o los números. La verdad es que lo primero que se aprende es a ponerse en fila. Los teóricos del currículum oculto han puesto de manifiesto algunos de los efectos colaterales de una enseñanza unidireccional y jerarquizada. Y es evidente que se puede incidir en una educación competitiva o se pueden introducir elementos para que se estimulen hábitos más de cooperación. Pueden parecer una majadería muchas de las innovaciones pedagógicas que hemos ido sufriendo en parte por la transición postfranquista y en parte por la vorágine postmoderna. Pero también sería una temeridad obviar muchos de los avances en la enseñanza que tienen que ver con la puesta en cuestión de un modelo clásico de educación.
Hace unos días se recordaba la figura de Gianni Rodari, un maestro que acercaba no solo la lectura, también la posibilidad de estimular la imaginación y la creatividad a través de experimentos y juegos con la lengua. En todas partes se las prometen muy felices con la gamificación y con el trabajo por proyectos. Y, a pesar de que hablemos los profesionales de “estándares” de evaluación, la variación de los alumnos es muy grande y eso es un gran potencial.
No podemos, por supuesto, olvidar que hay maestros a la vieja usanza, que tienen su alumno ideal en la cabeza y quien no se ajuste, es tildado de poco interés, de conformista, o de mal estudiante. Ahora bien, no son solo maestros tradicionales de memorización, también los hay muy modernos, muy colegas, muy provocativos, que ponen en aprietos a los alumnos y las alumnas que sean por su naturaleza más tímidos o que les guste más lo académico. Tan adocenador es quien pretende que todos respondan los nombres de los ríos como quien no atiende a los que prefieren el análisis sintáctico a la redacción creativa.
Afortunadamente hay muchos maestrillos y aún más librillos. Y lo que unos no te damos, otros te lo niegan o te atiborran. La escuela como institución no consigue doblegar los gustos ni las costumbres de sus alumnos. Eso solo está en mano de influencers como Netflix o Instagram. Más homogéneos están de puertas para afuera, en la calle, con las mismas zapatillas deportivas, con las mismas sudaderas, intentando triunfar en el mundo del rap, del reguetón o del trap, o soñando con La isla de las tentaciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario