domingo, 1 de marzo de 2020

Cuestionando feminismos (I)


La expulsión del Partido Feminista de la coalición de Izquierda Unida es una mala noticia. Cualquier división es algo negativo, no porque no merezca una reflexión o que no estuviese bien motivada, sino porque es siempre preferible unir y sumar.  Los motivos de desencuentro, al parecer, tienen varios focos. Por un lado está la actitud contraria a la transexualidad, lo que se suele denominar feminismo TERF. También, por lo visto, hay disparidad en relación a la legalización o abolición de la prostitución. Y, lo que subyace, por lo que he creído entender, es una concepción del feminismo que se articule en cuanto al sexo biológico o en cuanto al género. Me da la impresión de que algo se escapa y que las dinámicas, las microdinámicas personales también deben de estar implicadas en la decisión.
                La cuestión del género está íntimamente ligada a la de la transexualidad y, curiosamente une dos extremos ideológicos al respecto. Para el Partido Feminista, o por lo menos, para Lidia Falcón, una mujer es la que biológicamente es mujer, porque si aceptamos que lo que define a una persona es el género y éste es definido por el individuo, nadie puede argumentar contra un señor de 55 años que diga que es una niña de 12 y se produzca de esta forma una pederastia encubierta. El ejemplo es peregrino, pero merece la pena detenerse un poco. El PF acusa al gobierno de alinearse en la teoría queer sobre el género y negar la biología de la mujer. Entre los argumentos están las denominaciones políticamente correctas de persona gestante en lugar de mujer embarazada, por ejemplo. Son, dicen, un ejemplo del neoliberalismo que se apropia del cuerpo de la mujer negando incluso su existencia. No se trata de negar la importantísima labor de Lidia Falcón, pero su condición de víctima de torturas no le hace tener razón.
                Si no he entendido mal, creo que el género se refiere a las características sociales que definen la actitud y los comportamientos de un grupo social que se solapa al sexo, que serían las características definidas biológicamente. Uno puede nacer con vagina (sexo femenino) y sentirse mujer (género femenino) o sentirse hombre (género masculino), siendo la primera opción la mayoritaria o normal en el sentido estadístico. Comprender o no esta dicotomía está en la raíz de las acusaciones de la Iglesia o de los ultraconservadores de Hazte Oír contra lo que ellos denominan “ideología de género”, aprovechando las connotaciones negativas e impostadas que tiene la palabra ideología. Sin embargo creo que la distinción entre biología y roles sociales es necesaria para comprender la realidad social y personal de quienes vivimos en una sociedad determinada y no tienen por qué ser excluyentes. En términos generales asociamos un sexo (XX) a unos comportamientos y asumimos como pre-juicios, que va a desarrollar unas características biológicas, emocionales e incluso de actitud y valores ante la vida. El instinto maternal puede ser un buen ejemplo. Por el hecho de nacer con vagina se da por sentado que se desarrollará, tarde o temprano, un deseo por la maternidad y una capacidad para llevar a cabo los cuidados que ello requiere. Lo cierto es que lo biológico teóricamente no cambia de una sociedad a otra, de una época a otra, pero las asunciones sobre lo que una mujer o un hombre son, desean o se comportan, sí que lo hacen. Cuando comparamos lo que se espera de una mujer en las culturas más misóginas con las más igualitarias de los países nórdicos sí que constatamos que no es lo mismo el sexo que el género. Si todo es determinación biológica, “boys will be boys”, lo que impide cualquier cambio en el patriarcado.
                Por otra parte debemos admitir que la dicotomía de sexos, masculino y femenino, aunque abrumadoramente mayoritaria, no es exclusiva ni equívoca. Hay abundantes casos en los que biológicamente no podemos determinar claramente si un individuo pertenece a un caso, a otro, a los dos o a ninguno de ellos. Es cierto que no suponen proporcionalmente un gran número, pero su realidad es incuestionable. Por eso no debemos extrañarnos que exista lo que hasta hace poco se denominaba disforia de género, es decir, aquellos individuos que sienten que su sexo biológico con todas sus características no se corresponde con lo que realmente son. Aquí nos movemos no ya en el género, nos estamos refiriendo al aspecto biológico de la dicotomía. Cuando las feministas TERF dicen que en el maltrato no se golpea al género sino que es el cuerpo quien recibe los golpes, quizás no son conscientes de que nacer mujer en el cuerpo de un hombre es también una cuestión de cuerpos. Cuerpos que importan.

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