miércoles, 16 de diciembre de 2020

Reseña de Vicente Velasco Montoya: ‘conspiraciones desde la entropía’. InLimbo. Poesía. 2020

 

Nacido en Cartagena (1978) dirige la librería La Montaña Mágica y fue director y fundador de La Estética del Fracaso Ediciones. Ha publicado hasta ahora Ningún lugar (Diputación de Jaén, 2012), Principio de gravedad (Ed. Balduque, 2015), Con todo este ruido de fondo o el imperio de las luciérnagas (Chamán ediciones, 2018) y Astronaut Down, una edición limitada de la obra gráfica de Paco Ñíguez (Zambucho ediciones, 2020). Del prólogo se encarga José Daniel Espejo quien describe acertadamente este volumen para el que la “intención de Velasco de partir de un silenciamiento uno particularmente doméstico, cotidiano” (prólogo de José Daniel Espejo). La cotidianeidad está trufada de citas a Zappa, a Dante, a García Márquez y se acompaña de un breve artículo científico en el que se explican con relativa sencillez los conceptos científicos sobre los que gira cada una de las partes que estructuran el volumen. Muy significativa es la proposición del autor: “Haremos ciencia de la rutina/…/ Allí donde habite el olvido / habrá una solución imposible / que rescata y a la que rendir tributo” (Revelación #2).

El conjunto de referencias y retrosabores que los poemas va dejando guiños, como el anterior a Cernuda, o a Weil/Brecht: “Dejemos la escritura por un tiempo / mientras la luz / nos permita brotar el sueño claro / de la memoria que nos fue robada. / Sigamos, pues, / sigamos en nuestra derrota / diaria, y quizás el tiempo nos absuelva / antes que el ruido nos liquide / bajo la tinta derramada / de toda esta comedia” (La ópera de los tres centavos). La sensación de derrota, de aceptación de la derrota cotidiana convive con una voluntad de no cejar en el empeño de buscar el horizonte, de dibujarlo si fuera preciso: “Aún atisbo cómo mi vida surca el horizonte, / iluminado por el quebranto de un sol pálido / se aleja su figura, su silueta / se desdibuja / y yo, hombre por la borda, renuncio / y cedo a naufragar bajo la luz de las luciérnagas” (La luz de las luciérnagas). En esta vacilación se sitúa el equilibrio entre la banda sonora de jazz, Brubeck y su Take five, Miles con So What, Coltrane… y la ambivalencia hacia la literatura: “Lo último que me apetece / es leer un libro de poemas”, (equinox); “Dedico mis horas a esquivar libros” (nada debe escapar del estado de excepción permanente); “vives en un mundo de papel / y enciendes la dinamita / antes de que suene el despertador” (dios es igual a cero); “Este mismo poema, repleto de barrotes. / Esta misma celda donde observo el anochecer” (introducción al insomnio).

La posición es habitar un espacio liminar: “Si habitamos como interludio, / definitivamente somos el soliloquio, / si no es nuestra la muerte / y la vida solo un señuelo, / brindemos al menos una vez / y que nuestros labios sellen / las cartas del destino” (nívola); “Aquí la tierra huele a pasado, / hastío y tiempos que nunca fueron /…/ Y la tierra descansa en la memoria / a la que no sabemos nombrar” (la gripe española). Vicente Velasco ha sabido aprovechar el espíritu regeneracionista para recrear una atmósfera personal, íntima. Si Unamuno jugaba en el escenario público, justo en el momento en que las grandes teorías científicas están desmoronando las certezas anteriores, el autor sitúa la contienda en el ámbito íntimo, personal, donde el conocimiento científico parece alejado, donde los experimentos con el lenguaje no hacen sino apuntar fantasmagorías incapaces de encontrar una descripción meticulosa de los estados de derrota y desánimo: “Me cuestiono a diario el motivo / último para esculpir estos versos / Y no dejar que la noche transcurra / con su quietud acostumbrada. // NO termino de poseer el don común de los hombres: / Anestesiar / el aroma embriagador del tiempo” (la epidemia del baile).

En ese espacio de intersección, junto a Keith Jarreth podemos tropezarnos con Bowie o con el inclasificable Albert Pla, referentes todos ellos de cierta cultura popular, que se entremezcla con la historia, con las citas en inglés, latín o las referencias míticas o científicas. Casi se roza la ironía al pretender reducir este paisaje a una conspiración de ecuaciones: “Tranquilo, la piedra angular / de la muerte siempre se repite, / tendrás largos días para disecarte, / despedirte y dibujar un mapa /…/ Tranquilo. / Tranquilo. Todo habrá terminado / y la solución te habrá disuelto / en ecuaciones irreconciliables” (la plaga de Justiniano). Porque, al final, está la realidad que se escapa al lenguaje: “Por todo ello he hablado ante un café y un cigarrillo, / retratando mi propio reflejo / solo para alimentar la pluma con mi voz” (may mail babies by parcels post). Y una vez y otra: “No has resuelto nada y vuelves” (peek –a-boo); “Has forjado a la vida / en una sucesión de fotogramas / de segundos estáticos / donde todo está como tú deseas” (fenaquistiscopio). Hay una sentencia clarísima que autodefine la voz poética de este poemario: “ese niño inconcluso” (eadem mutata resurgo).

“Detengo la respiración

y me digo que las metáforas

–la poesía, en definitiva–

no hacen justicia de ese músculo

que no es reloj

de mi existencia

que no es martillo,

que no es amor,

ni volcán, ni mujer” (nada)

Existe un refugio transparente, lo que el poeta llama olvido o silencio, que se esconde entre los versos: “Dejadnos encerrados en el olvido” (absoluta rebelión a la totalidad de la simpleza); “El mármol de los huesos / es el mismo silencio. / Y la herida es constante, / firme, desfigurada, lívida. / Imperturbable” (partículas elementales). Ese título ya es imposible relacionarlo más con Houellebecq que con la física propiamente dicha. La voluntad del poeta busca la serenidad de Dylan Thomas (“Cuando ya no habite estos días / reposada en noches como esta”, constante de hubble) o refugiarse entre las ruinas (“No es nada complicado, / nada difícil sentirse como residuo / de un futuro lejano”, entropía: diabulus ex machina).

El espíritu del romanticismo más atormentado impregna el sentimiento: “Querido amigo, al borde del abismo / escribo lejos de aquel lugar amado / donde un día bebimos / aire y arena” (vulcano); pero esa misma referencia se sitúa dentro de otras tradiciones vanguardistas, “parecíamos un poema dadaísta / pero allí líquidos / nadie nos iba a recitar” (Accidente de un tren en el océano). Lo que ponen en contacto las vanguardias con el romanticismo es, entre otras aspiraciones, la de identificar la subjetividad como algo atormentado, una lucha continua con el sentimiento en la oscuridad de las tinieblas: “No son estos poemas oscuros / porque mis manos no saben manipular / más allá de la tinta de tus ojos. // Todo lo demás es culpa de tus sentidos” (papiroflexia). La tragedia, no es, sin embargo, la imagen, ni el drama, Vicente Velasco termina con una vena irónica. La risa del espacio, la habitación que llevó a la locura a Jack en el hotel de El resplandor: “No juguemos a las adivinanzas esta vez. Póngame lo de siempre: / un vaso lleno hasta el borde de la horca” (teorema de las sombras o habitación 237).

Inlimbo se está consolidando con este tercer volumen de su serie de poesía. Intensidad y sentimiento.

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