domingo, 11 de abril de 2021

El Madrileño es muy mediocre (¿se puede decir ya?)

featurin' Víctor Lenore

Es la sensación de la temporada, C Tangana ha sacado un disco con multitud de featurin desde Kiko Veneno, Elíades Ochoa (abonado al Buenavista Social Club), Andrés Calamaro, Toquinho, José Feliciano. Normalmente, como en los cómics de superhéroes, la acumulación de estrellas da como resultado un álbum mediocre, interesante solo para los completistas y fans de unos y otros. Sin embargo, a diferencia de estos ejemplos crossover, parece que existe una cierta unanimidad en la crítica –y en el público– para alabar a esta nueva reinvención de Antón Álvarez Alfaro. Se han escuchado críticas, es cierto, pero se centran en elementos extramusicales de la obra, especialmente en su claro aroma machista.

El proyecto viene envuelto en un artwork de gran belleza plástica, realizado por Iván Floro, artista autodidacta que comenzó a ser conocido por su faceta de artista callejero y que recrea con pasmosa solidez el universo de Julio Romero de Torres y John Single Sargent, un poco del de Solana y mucho de Sorolla y Ramón Casas, especialmente en la portada del disco o en la que ilustra el single Demasiadas Mujeres, una joven con mantilla. El tono retro no solo es fundamental para el ambiente plástico, también es uno de los elementos esenciales del proyecto. Cabría preguntarse, ¿tiene sentido en el siglo XXI un artista que se recree en los elementos más tópicos del universo cañí?

No es solo la imagen con mantilla, es la utilización de un solo de corneta para la base de Demasiadas mujeres. Este fragmento no es un simple de una marcha tradicional, es El Amor, que salió hace 7 años interpretada por Banda de Cornetas y Tambores Ntra. Sra. del Rosario de Cadiz, compuesta por Sergio Larrinaga, Larry, tristemente fallecido prematuramente a los 45 años. A pesar del barniz electrónico, urbano y contemporáneo, básicamente es un pasodoble que recuerda al Campanera de Joselito. La puesta en escena, llena de mantillas y elementos tradicionales por la productora Little Spain, habitual en este músico, contribuye a esa sensación de déjà vu, de España de los años 40.

Formalmente las canciones recurren a la rumba, el pasodoble o a ritmos iberoamericanos populares. No hay tanta diferencia entre Un veneno, adelanto del estilo que se ha consolidado ahora o Tú me dejaste de querer con cualquier ruma del sonido Caño Roto. El uso de palmas, el estilo de las letras… Pero ahora no estamos delante de un artista marginal, racializado, como se dice ahora, que necesite de un Carlos Saura para su reconocimiento mainstream. C Tangana es un súper-ventas, un artista que alcanza reproducciones del nivel de disco de platino en pocos días. Y no es un elemento aislado. Ya había ensayado el truco con el excepcional El mal querer, de su pareja, por aquellos entonces, Rosalía. Aquel fue un disco de estética rompedora, que desafiaba el apropiacionismo cultural con un cuidadoso diseño del producto. Voces educadas, letras cuidadas, con la excusa cultural culta, con mensaje feminista… Todo calculado y de calidad. La inclusión de Pepe Blanco en Cuándo olvidaré es más que sintomática, es un discurso premeditado. En unas declaraciones que recoge El País dice sobre Pepe Blanco, al que había visto en el programa de Lauren Postigo, Cantares:

“Me pareció increíble y tenía una lectura posmoderna con lo que pasa ahora mismo con el reguetón en España, también con el complejo de inferioridad de la canción española y con el complejo de cualquier artista que sea un poco ignorante, como me siento yo al no haber estudiado. Había ahí muchas lecturas y me apeteció meterlo”

Precisamente, en el vídeo de esta canción, Imanol Arias interrumpe la canción para recrear el discurso de Pepe Blanco y hacer una reivindicación exaltada en la barra de un bar de todo lo español, eso que no comprenden y envidian de la canción española. Pucho recurre a la voz de El Niño de Elche para conseguir un quejío flamenco que, además, tenga ya el marchamo de lo antipurista, un postureo cultural pero nada nuevo bajo el sol. La hibridación cultural que promete El madrileño es una mera colección de participantes de diferentes ramas del stars system. Kiko Veneno, tan hábil para las mezclas culturales, aporta aquí más de lo suyo, de este cantar que no canta y este relatar que no canta pero que suena popular y cotidiano. Se confía en la solidez poético-musical de Jorge Drexler, Elíades Ochoa, José Feliciano y Toquinho, aunque realmente aporten poco a la canción, apenas un barniz exótico dirigido a un público de cierta edad que se ya esté familiarizado con los artistas. El caso de Andrés Calamaro tiene, además, la objeción de su insustancialidad, un poco más de canalla para un personaje que presume de canalla. Se apropia con frescura de la rumbita y para acompañarle escoge a La Húngara y a los Gipsy Kings, gitanos franceses, mucho más chic que cualquier grupo patrio. No hay que perder de vista el mercado internacional. Ed Maverick, Adriel Favela y Carín León desde México añaden juventud, exotismo y éxito fulgurante en el país azteca. El caso de Omar Apollo es también sintomático, de origen mexicano, vive en Los Ángeles aunque nació en Indiana. Aporta el desparpajo del r&b y conecta con la juventud más anglófila. No solo se ha apropiado de la tradición que no llegó a conocer en vivo y que refiere a través de grabaciones de You Tube, también de ritmos latinos del otro lado del Atlántico.

C Tangana ha buscado respeto con estas colaboraciones, así lo ha confesado explícitamente en las entrevistas con diversos medios. Un artista en la madurez de su carrera que recurre a estrellas de relumbrón con mayor edad que apadrinen y consagren para un público que ya poco va a perrear.

No es que el disco esté mal, tiene canciones pegadizas y resultonas, que se tararean con facilidad. Los detalles de producción están cuidados y la presentación audiovisual tiene solidez. Sin embargo, poco aporta de nuevo a una carrera y menos a un panorama musical al que solo le queda volver la mirada al pasado más rancio para rescatar, restaurar y dar brillo a tonadas de las que hace no tanto huíamos. Esa voluntad de rescate y de darles valor tiene rasgos diferentes a otros intentos nostálgicos, como la reivindicación de la copla que llevan haciendo artistas como Carlos Cano, Clara Montes, Miquel Poveda o Pasión Vega. Para estos se trata de retirar la pátina franquista de lo que era la voz del pueblo, manipulada y apropiada con fines propagandísticos. Tampoco se trata de la actualización casi enciclopédica de los cantes flamencos (ejemplar con Carmen Linares) o su experimentación (inevitable Morente). Ni siquiera es el descaro que llevaron a Estopa a meterse con la rumba gitana hacia públicos más generalistas. C Tangana recurre –en este sentido me atrevería a compararlos con Sabina, Los Planetas o el Grupo de Expertos Solynieve– a basarse en ritmos, melodías y texturas ajenas para tapar la falta de creatividad de un estilo ya agotado por su simplicidad. Tacún, ta-cún, Tacún, ta-cún. No es problema de limitación de aptitudes músico-vocales, porque “sin afinar ni cantar”, lo escucha “toaEspaña” que decía en Un veneno. Es un problema de falta de ideas que se recubre de brillantina y de formas que son agradables al oído por ser muy reconocibles, muy interiorizadas.

No es la primera vez que vemos este revival del mundo de la posguerra. Quizás sea el cine de Almodóvar quien mejor ha ilustrado el paso del mundo de colores que los años 80 y la movida iban pregonando como estandarte para salir del gris de la dictadura a la vuelta al negro y gris de la tradición, los velos y mantillas, pero esta vez, envuelto en glamur y brillo. Simon Reynolds advertía ya hace décadas del peligro de lo que él denominó retromanía, una apuesta por recuperar y mantener la tradición del rock y formas anteriores en perjuicio de la innovación y el riesgo. Muchos factores influyen, entre ellos, la edad de quienes todavía estamos cerca de la música y su disfrute, que vamos cumpliendo años y miramos con nostalgia cualquier tiempo pasado que fue mejor o, al menos, sin dolor de huesos. Desde el punto de vista político la nostalgia existe, y en el caso español tiene mucha más relevancia. No es lo mismo añorar las minifaldas y el tweed del Swinging London, de la era post-Atlee, que mirar sin ira al desarrollismo de Marisol, Joselito de la mano de Manuel Fraga, ministro de información y turismo.

Más que una toma de partido estética puntual, es una decisión esencial en tanto en la forma como en el fondo. El título, El Madrileño, es una declaración más que la constatación de su procedencia geográfica, es la reivindicación de lo castizo, esa chulería que muestra en la portada y de la que presume y se alimenta. No podemos dejar de unir con ese espíritu que considera que España es Madrid y que remite a tiempos centralistas y autoritarios.

Empieza a ser hegemónica la mirada nostálgica. Televisión Española se nutre de sus archivos y en todas las cadenas hay una recuperación idílica de un pasado, da igual si es el de la idolatrada Movida, o el de los 90 o los años 60 del flower-power. Al contrario de lo que hicieron folkloristas como Joaquín Díaz o incluso los conjuntos de folk de la transición que remontaban la música ancestral a la voz del pueblo que el dictador quiso silenciar. Esta es una arqueología de Radio Olé.

Es una lástima, porque no se reivindica el patrimonio artístico que sí fue interesante, como el GATEPAC en arquitectura, o la escuela abstracta alrededor de Fernando Zóbel, Gordillo o Antonio Saura, escritores que pasaron más o menos ocultos como Fonollosa (que sí mereció la atención de Albert Pla) o redescubrir como se hizo con el centenario de Gloria Fuertes. Al contrario, se busca lo rancio, lo que llenaba las radios de las abuelas para revestirlo de un encanto, se busca lo denostado de la rumba para aprovechar su resignificación, se buscan ritmos de salsa o bolero no porque se admiren, sino porque son efectivos para aportar una variación (Juan Perro hizo lo contrario, la admiración se llevó por delante cualquier apropiación). Son maneras peligrosas de tapar falta de ideas, un regreso a un pasado que está puesto en disputa políticamente.

Lo mismo vale para las letras, prototipo de una relación hombre/mujer prototípica y en las que hay más resentimiento que en toda la discografía de Los Planetas. No es que las historias o los calificativos del madrileño difieran demasiado del estereotipo de mala mujer que tanto complace, por ejemplo, a Joaquín Sabina. Difícilmente se podría concluir que las letras del disco promueven el machismo, pero sí que lo recrea, que se encuentra cómodo en la postura de uso de la mujer, que es objeto (Demasiadas mujeres, Cuándo olvidaré pueden ser un buen ejemplo) y a la vez causa caprichosa (“se te fueron las ganas”) de las desgracias. Nadie se hará machista o tenderá a comportarse como un machito porque se impregne de la letra de Mala Mujer, pero esta actitud abunda en un estereotipo por mucho que sea un varón dolido. Para eso, las sevillanas míticas de los Amigos de Gines, “cuando más te quería / me dijiste que no / y el amor que tenía se volvió desamor”, con el plus de reacción positiva a la ruptura: “si me enamoro algún día / me desenamoraré, / para tener la alegría / de enamorarme otra vez”.

 

Quiero, por último, parafrasear al crítico cultural Víctor Lenore en su denostada crítica a Sonic Youth, sustituyendo a los neoyorkinos por el madrileño

¿Cómo podemos argumentar que El Madrileño es un disco de C Tangana mediocre? Lo más reprochable son sus pretensiones modernas, totalmente injustificadas. Lo único que lo distingue de unos rumberos corrientes y molientes es su apuesta por texturas propias del trap y la música urbana con diversas aportaciones de diferentes estilos (suenan como un grupo de rumbitas con instrumentos nuevos). También utilizan la técnica de recurrir al aroma tradicional en las letras, aunque ya eso lo habían hecho varias décadas antes los grupos de rock andaluz y los herederos de Kiko Veneno, máximo exponente del recurso. Si algo tuvo de rompedor C Tangana son un cierto cuidado en las letras y los arreglos, y, una vez cogido el truco, no hace nada original, solo recurrir a diversos ingredientes copiados de ritmos latinos de ambos lados del atlántico. La voz de Tangana apenas se puede lucir, porque no sabe cantar y el presunto cool del repertorio tiene el débil pedestal de tomar distancia de la euforia típica del trap y el reguetón de verbena. En realidad, la inmediatez de las ferias y las verbenas es su mayor atractivo, así que hacer algo supuestamente más intelectual raramente funciona.

 

Plataforma de Lucha contra la hegemonía de Puchos en la música española

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