La colección Juancaballos de poesía sigue ofreciéndonos algunos ejemplos del pulso poético de alguno de los autores más sólidos emparentados con la ciudad de Granada y alrededores. En este caso, acompañan a los versos de Trinidad Gan los dibujos del imprescindible Juan Vida. Según se recuerda en la sinopsis del libro, La nave roja es la culminación de la trilogía que incluye Caja de fotos y Fin de fuga (de la escapan Papel ceniza y El tiempo es un león de montaña) cuyo tema principal es el amor.
La cita de Emily Dickinson avisa que la trayectoria de la nave protagonista del poemario tiene como desenlace un naufragio. Así, comienza con una sección titulada Fragmento de naufragio: “Es hora de partir / y llevar esta herida de equipaje. /…/ Se agolpan contra el muro los recuerdos / como si fueran cajas de mudanza”. Este es un recorrido cuyo fin ya se anuncia, pero que tiene como elemento fundamental la nostalgia de la travesía por el amor y el deseo, relatado desde la añoranza: “Y queda solo un rastro de ceniza / que traza ahora las calles / de una ciudad secreta”.
El cuerpo principal de la sección más extensa de La nave roja se recrea con la descripción minuciosa de los momentos en los que la piel y las manos se recorren con la impaciencia del deseo y los cuerpos se despliegan por los mapas de una ciudad que es a la vez escenario físico y alegoría: “¿No ves, amor, amor, que esta ciudad / parece abrir sus venas hasta dejar que brote / la sangre del deseo?”; “Se vuelve íntima la noche / y yo busco en una boca urgente / la saliva del caos. / En la acera, entre sombras, amor y soledad / van pactando su herida”. Muchas de las imágenes tienen que ver con la escritura, como caricia y como aprehensión de la experiencia del deseo: “Escribiste tus manos, / cartografía del mundo, como un mapa / de luces sobre aquella piel tan quieta”; “No conocí su nombre entonces. / Sólo dejó, calladas e iniciales, / sus letras en mi pecho, / cuando cambió su ruta / y a este lugar frío que guardan la palabras / le dio nombre de puerto”; “Recuerda la inestable caligrafía del deseo. /…/ Escribe ahora su cuerpo con detalle / por si, camino a casa, / cuando ya se haya ido, / has de abrazar su imagen solo / en esta oscuridad que queda”. El otro bloque de imágenes, evidentemente, tienen que ver con la travesía y con el mar: “Ser de nuevo, mar”; “Ya este amor nuestro es una nave roja, / lejana, a la deriva /…/ Solo este desamor. / Solo la vida a solas”.
“Me diste un corazón para habitarlo
y el agua de tus manos que regaba mi herida.
Allí reconocí la vida y el deseo.
Y de tu intimidad hice hoguera en mis versos.
Ya sé que hoy, manchados por el tiempo,
descreemos tú y yo de aquellos mitos.
/…/
Por eso, ahora que me faltas,
pediría a la muerte un deseo sencillo:
ser como cangilones de una noria,
eternamente el uno tras el otro,
pasándome el agua al desbordarnos”
La sensación que predomina es la de la nostalgia (“Al levantar mi mano / veo, encendidas líneas, / las redes del deseo”; “He leído que es memoria el amor. / Que ni el olvido salva de su huella”). La tristeza por el paso del tiempo que desgasta el amor, que lo hunde, que hace desaparecer a quienes lo comenzaron: “¿Desde qué piel / en qué torpes estancias / medirías la ausencia?;“¿A estas alturas de tristeza, / quién vuelve a caer en el amor?”. Solo resta, nos recuerda Trinidad Gan, “Celebrar este mundo y sus heridas / ¿qué más dentro queda?”
Relojes rotos es la última parte compuesta por un único poema, un balance doliente de la travesía y el recuerdo que se desvanece: “Se va quemando el mapa del día y la memoria / en la hoguera tenaz de tiempo en la que ardemos”.
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