III Premio Centrifugrados de Poesía Joven del año pasado cayó.ex aequo entre José María Salazar Núñez y Cristhian Briceño. El primero nació en Lima en 1994 y ha publicado Tartamudo (2018), El fútbol no es una metáfora (2019) y San Francisco (2020). Además forma parte de la editorial independiente peruana Personaje Secundario. Para este proyecto toma una canción que sirve de referencia más o menos cercana, más o menos simbólica para el poema. Hay pop, hay rock, desde Lou Reed, Oasis, Blur, XX, Artic Monkeys, Pearl Jam, Cohen a El último de la fila…, de 2017 hasta 1967. El formato, a veces, es el de un texto enloquecido, con asociaciones oníricas, con reflexiones puntuales que pasan por la cabeza, elementos esenciales de una poesía que pretende cortocicuitar la razón: “Usain Bolt es un psicólogo en Wall Street /…/ De vez en cuando, Usain Bolt se aburre de la rutina. Pero nunca se le ocurriría renunciar” (Ennui).
Eso no significa que esté fuera de los temas clásicos, como el amor, el paso del tiempo, o la naturaleza, lo que implica es una visión de estilo posmoderno, en el que el propio punto de vista es cuestionado y analizado poéticamente: “Para que sea un buen poema sobre el amor fluido en la contemporaneidad y sus efectos en los procesos de individuación en Occidente, he decidido utilizar una metáfora./ Es la siguiente: / Comer un estofado mal cocido todos los días y siempre fingir que es la primera vez que se prueba. / No sé si es una metáfora efectiva” (Villa Rosie).
El pensamiento posmoderno está en cuestión en estos tiempos todavía inciertos, pero fue acogido en su vertiente nihilista. Fueron aquellos momentos de fracaso social y de encrucijadas personales, de rechazo al convencionalismo burgués, de su aburrimiento que lleva a la violencia y al autocuestionamiento, no nos debe extrañar que pida “Decir algo absurdo” (Say something loving) o que reflexione en un poema sobre el ruiseñor, “En la primera queremos recordar a los ruiseñores, en la segunda queremos justificar por qué su recuerdo sigue vivo” (Better Man). Consideraron los filósofos que todo es texto, que todo es la narración que se quiera hacer de ello, José María Salazar supone “Si los dos creyeran que la vida es una película dirigida por un director de Hollywood al que Universal Studios controla completamente, sí que se encontrarían todos los días que les quedan en el mundo” (Black Sun). De igual forma, “El asesinato deja de ser contemplado como un crimen y, de hecho, clavarle a alguien un cuchillo en el corazón es una señal de reverencia” (Something Changed).
Los lenguajes de creación de la realidad no se reducen a la escritura, “La geografía es una manera de dibujar la vida con sus relieves y precipitaciones”, dice en Fuego o, con toda la ironía y crueldad: “Quiero ser fotógrafo de guerra tener de qué hablar en una reunión social” (The Drugs Don’t Work).
La factura del poema, el proceso de creación es uno de los temas básicos que subyacen en el poemari y tiene mucho que ver con la consideración anterior: “Si metes mano en este poema, encontrarás, entre otras cosas, millones de bacterias. Están ahí porque este poema sufrió también de la contaminación del aire de los últimos años. Intentó escaparse en algún momento, pero no pudo” (Depreston). Y va más allá, transpira sus sueños a la realidad: “Demi Lovato ha muerto en mi mente” (Californication). Por esa misma confusión, hibridación de sueños, alucinaciones, textos y realidad, hay un gran escepticismo sobre la manera en la que podemos influir en la realidad circundante, no ya transformarla o hacer una revolución: “Imagina que escribiste un poema que cambié el mundo (…) Y luego anda a bailar o algo así. Se te ocurrirá otro, no puedo evitarlo” (Last Nite). No sólo en este momento, más adelante ironiza: “Me tragué una moneda para escribir con conocimiento de causa sobre los abusos del neoliberalismo” (Mrs. Brightside); “Ódiame porque soy odioso. Esto está bien. Cumple con mis expectativas. Pero no me odies por el champú que uso. Eso es de capitalistas” (Holy Shit).
“En el siglo XX el mundo estaba obsesionado por encontrar nubes con formas de estrellas de cine (…) Hasta que un día esa tendencia terminó. De pronto la gente veía nubes y sólo pensaba que eran nubes. Se sintió, obviamente, una gran soledad” (In the Aeroplane Over the Sea)
Muchos sociólogos están advirtiendo que la solución a los problemas del mundo del capitalismo tardío no pasan por su deconstrucción, ni siquiera por la medicación ni la famacología y así parece indicarlo José María Salazar: “Creo que mi padre me odia porque hace veintitrés años que sus pastillas para dormir no funcionan. Esa oración no tiene sentido. O lo que es peor: tiene sentido, pero no es lo que yo quería decir” (Little by Little). Desbocado en The Suburbs, surrealista en otros (“Cada día al despertar me pongo a contar los insectos que pasan por aquí”, All I Need).
“Nunca he tocado el sol (…) He tenido una vida buena, mejor que la del promedio. Pero eso no significa que a veces no sienta la necesidad de culpar al sol (y a su falta de iniciativa de acercarse a mí) por todos los malos pensamientos que se me ocurren antes de dormir” (Todas las hojas son del viento)
La conclusión, si es que el poemario promete o siquiera esboza una conclusión, es una actitud de sospecha y prudencia, una vuelta a la religiosidad profana y al misticismo: “Esto empezando a entender: el todo y la nada son la misma cosa” (Nothing’s gonna stop us now)
“Un montón de palabras sobre un río. Esta es una imagen simple pero demasiado abstracta como para poder imaginarla (…) Esas dudas hacen imposible que el verso se pueda adaptar al cine o a la televisión. De todos modos, tú lo lees. Porque nada de lo que se escriba será tan real como un implante de senos” (She moves in her own way)
La propuesta de Cánteme algo nuevo es un desafío que estira cualquier concepto establecido sobre qué es poesía. Abramos nuestra mente y cantemos.
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