domingo, 25 de julio de 2021

Acreditación Técnica Democrática

 

Un régimen democrático, nos viene a decir Fernando Broncano en su último libro, Conocimiento expropiado, es una manera eficaz de llevar los asuntos públicos. Me alegro mucho de leer a personas informadas algo que debería ser una especie de credo. Evidentemente tras haber sido comprobado. En estos tiempos que corren es más que arriesgado defender la capacidad de la gente para decidir correctamente en asuntos graves. La pandemia lo ha puesto a prueba.

Este suceso singular ha dejado sobre el tapete el recurso a los expertos como guía de la actuación de la cosa pública. Y, ante los expertos, deberíamos callar los que no lo somos. El nombre que recibe este régimen ha sido, tradicionalmente, el de tecnocracia. Más que el gobierno de los filósofos platónicos, la tecnocracia es el encumbramiento de los que entienden al margen, supuestamente, de cualquier ideología.

Sigo a menudo un programa bastante tramposo sobre una casa de empeños en Las Vegas. El argumento es repetitivo hasta el cansancio. Un tipo lleva a la tienda cualquier objeto que despierta el interés del encargado. Sin embargo, no se fía, entonces llama a un experto, que lo valora y lo tasa. Que luego el encargado ofrezca una miseria comparado con la tasación es parte del juego, pero lo importante es que la famosa ley de la oferta y la demanda se la salta el programa a la torera. El valor de un objeto es determinado por la opinión de un experto, que puede ser un encargado de museo, un coleccionista o quienquiera que sea. Es extraño que el cliente no dude de su acreditación, aunque no siempre esté de acuerdo con la tasación. ¿Quién dice que los expertos no van a comisión de la casa de empeños? A fin de cuentas es un programa de televisión. Que, en realidad, no se diferencia mucho de las famosas agencias de calificación que llevaron a la quiebra al sistema económico en la anterior crisis del 2008.

En la actual situación el recurso al experto está más que discutido. Por un lado, parecería lógico contar con un experto en pandemias. Y teníamos al doctor Fernando Simón, al que le salieron competidores de todos los gustos y colores. Unos que denunciaban alarmismo, otros que se minimizaba el riesgo; unos partidarios de unas medidas, otros sanitarios denunciando que no se hubieran tomado otras… Un país, sin embargo, no se juega todo en la versión médica de la sanidad. Las políticas que afectan a la sanidad también han demostrado que tienen versiones. La opción por minimizar el sistema público frente a sus defensores ha vivido en estos meses enfrentamientos muy claros.

Y no solo de medicinas vive el hombre. Está la calamitosa situación económica, especialmente en España, que no se hallaba en una buena perspectiva en los momentos previos. ¿A quién debemos atender? Las necesidades de los distintos grupos sociales son encabezadas por diferentes expertos. Todos ellos economistas, con sus extrañamente dispares propuestas, se enfrentan a los representantes de cada colectivo. Y el Estado con las arcas menguantes. Cabría preguntarse si no sería sensato recurrir, no a un economista, sino a lo que antes se denominaba un Estadista, que tenía la cualidad sobrenatural de saber qué era lo conveniente para un país, aunque fueran sangre, sudor y lágrimas.

O quizás la mejor opción es un negociador, como en los secuestros.

O, mucho nos tememos, un experto en marketing, un spin doctor, un asesor político que previera cuáles son las medidas con mayor apoyo social o, al menos, que menos castigo electoral anuncien.

Y, por si fuera poco, tenemos a los jueces, con voz definitiva en este guirigay. Son ellos los encargados de aprobar las medidas que las comunidades autónomas  pueden solicitar. El colmo ha sido la sentencia del Tribunal Constitucional que deniega el estado de alarma como categoría jurídica para responder de manera tajante a una pandemia. Uno, que no es ni de lejos experto, no deja de preguntarse cómo permiten los Tribunales Superiores de cada comunidad autónoma un toque de queda, un confinamiento o un cierre perimetral si, a tenor de la sentencia, sólo puede decretarse con el estado de excepción, declarado por el Parlamento a solicitud del Gobierno.

No sé si habrá quedado medianamente claro que la decisión de apoyarse en un tipo de experto o en otro, y dentro de cada categoría, en un personaje o en otro, es una decisión política. Pero no está de más recordar que la tecnocracia no existe. Todos los especialistas tienen sus querencias particulares. No son solo psicológicas hacia un autoritarismo o una mayor apertura, atienden demasiadas veces a los intereses como grupo de cada uno.

Por poner un ejemplo reciente, las reacciones ante los indultos a los políticos presos del procés traducen claramente una diferencia básica personal ante qué argumentos basan las decisiones. Porque, afortunadamente, los razonamientos jurídicos pueden escogerse a gusto del consumidor. Quienes se muestran ofendidos por la medida tienen unos rasgos en común, independientemente de su opción política. Como diría Lakoff (nunca olviden su librito, No pienses en un elefante), se ajustan al imaginario de un padre autoritario. Los razonamientos temen que el niño les salga consentido. Lo volverán a hacer. Y, por contra, los partidarios de la medida de gracia responden a una mentalidad conciliadora tan brillantemente aconsejada por el propio Lakoff. Es un botón de muestra de cómo los expertos no son almas blancas y libres de prejuicios.

Imaginemos, pues, qué pueden pensar en materia económica. A lo mejor, sus recomendaciones también se ajustan al padre autoritario que no quiere que los ciudadanos se acostumbren a las ayudas en tiempos de necesidad y se vuelvan malcriados –aunque los malcriados en la pandemia parecen corresponderse más bien a los jovencitos y no tan jovencitos vestidos de marca que piden libertad para irse de terrazas y moverse a sus chalés de la sierra–. Los sesgos cognitivos están servidos y han sido muy estudiados por la psicología.

Sumemos, por último, los factores de familia y clase social. La tecnocracia queda al desnudo. Y Fernando Broncano, en este caso, lo ha puesto de relieve con sabiduría y precaución.

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