domingo, 11 de julio de 2021

Si nos tocan a una, nos tocan a todas


No, no vamos a hablar de feminismo. No hay cuidado.

Es un titular que se aplica a las empresas.

La esfera económica –y social– parece dividirse en dos grandes bloques, lo público y lo privado. Parece que cada persona debe identificarse con una de las dos como si fuera una patria. Las razones parecen pertenecer a lo místico porque son difícilmente comprensibles. Los defensores de lo privado pertenecen a una casta que ve como una amenaza cada avance en lo público. Lo público o lo común, no necesariamente lo estatal. Sienten un temor cerval a todo lo que no signifique empresa privada, no solo porque sean competencia, sino como una amenaza a su supervivencia.

Gracias a la entelequia del llamado “empresario” entran en la misma categoría los grandes propietarios de multinacionales y los que trabajan veintisiete horas al día en un pequeño negocio de barrio. Todos ellos, sin excepción, están amenazados por un virus llamado “Hacienda”, que se transmite en forma de impuestos. Sin distinguir variantes ni cepas, los impuestos son confiscaciones, aunque no los paguen como empresas sino como personas físicas, sean impuestos directos o indirectos. Desde el gran benefactor Amancio Ortega hasta el panadero tienen que llevar adelante su creación de riquezas contra el malvado Estado que les requisa los beneficios vía agencia tributaria.

De igual forma, los personajes que monetarizan sus intervenciones en las redes sociales, los llamados youtubers, influencers, tik-tokers, abanderan la honrosa opción de largarse a paraísos fiscales porque, total, ellos no usan la sanidad y muchos ni han utilizado demasiado el sistema educativo… Para ellos, el Estado no les ofrece nada. Por lo visto las redes físicas se han construido solas, con el empeño mágico de las empresas de telefonía que no han contado con ninguna colaboración del Estado. Los muchos dispositivos y cachivaches de los que hacen publicidad se han teletrasportado a sus domicilios por arte de magia, no a través de carreteras, autopistas y calles asfaltadas y cuidadas por las autoridades públicas. No han salido de aeropuertos construidos con dinero del Estado. Tampoco hacen uso de las calles, por lo visto, porque no provocan basuras, ni beben agua, ni se duchan… Los impuestos no solo van a pagar los sueldos de las autoridades, también se utilizan para pensiones, sanidad… e infraestructuras imprescindibles. Andorra, por ejemplo, no cuenta con un sistema de salud propio, por lo que las vacunas tienen que ser administradas desde España y Francia, concretamente, desde los estados español y francés. Por lo que deducimos que todos los que apoyan públicamente a estos personajes tampoco son conscientes de que dejar de tributar en tu propio Estado no solo es una gamberrada, es una traición a todo lo que se ha invertido y de lo que se han aprovechado.

Durante la pandemia hemos podido comprobar la utilidad de los Estados, no solo en lo que afecta a los ciudadanos directamente, sino para paliar los efectos del covid. El éxito de las empresas que han desarrollado las vacunas ha dependido, por mucho que intenten negarlo, de la financiación directa de los Estados. Y en los casos en los que la mayoría del capital era privado, no es menos cierto que se basaban en estudios de ciencia básica que siempre se abandonan al sistema público porque, al no generar patentes directamente, no son rentables. Algún político de esos que se llaman liberales –y que representan, curiosamente, modos de pensar retrógrados–, se alegraba por twitter de que no hubiera capital privado en una de esas macro-empresas. Como si el éxito de una empresa privada fuera su propio beneficio, como si un atleta de su país hubiera conseguido medalla.

Nadie, en sus cabales, niega que puedan existir malversaciones de caudales públicos, ni formas mucho más eficaces, eficientes y efectivas (algún día seré capaz de distinguir los matices) de gestionar el dinero público. Sin embargo, cuando se pone de manifiesto que una empresa privada comete ciertos desmanes, saltan todas a una, como Fuenteovejuna. Lo podemos comprobar en las televisiones privadas en las que falta tiempo para justificar a cualquier empresario cazado en un desliz, por Hacienda, o por la UDEF, o por supuestos delitos del calibre  que sea. En una romería, tertulianos e invitados glosan las maravillas de ese empresario, motor de la economía y modelo de persona. Mucho defender la individualidad para comportarse como una casta amenazada. Ni siquiera hay que situarse en la posición marxista de la plusvalía para comprobar que, por probabilidad estadística, un cierto porcentaje de empresas deben de estar gestionadas por villanos, quienes, más que crear riqueza, lo que hacen es apropiarse de la ajena. El caso de José Luis Moreno es muy significativo para tomar conciencia. Un señor que aparece en la lista de morosos de Hacienda y del que hay pruebas consistentes de actividades ilícitas recibe unas de cal y otras de arena en las televisiones. Siempre encontramos quienes lo defiendan más allá de la precaución de la presunción de inocencia.

Ya se sabe, en las empresas, si nos tocan a una, nos tocan a todas.

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