martes, 13 de julio de 2021

Reseña de Silvia Sánchez Muñoz: ‘La belleza de los muertos’. InLimbo Ediciones. Narrativa. 2021

LA BELLEZA DE LOS MUERTOS | SILVIA SÁNCHEZ MUÑOZ | Casa del Libro

InLimbo nos tiene ya acostumbrados a un exquisito cuidado en las portadas, en las que se combina la belleza plástica con una sensación de desasosiego que nos sitúa a las puertas de los universos particulares de las autoras, principalmente autoras por ahora, de estos cuentos cobijados bajo el sugerente título de La belleza de los muertos. Este volumen lo componen quince relatos perturbadores  en los que, de una forma o de otra, son personajes que rozan la muerte, en ocasiones, como otra forma de vida, pero, principalmente, como una forma de entender la vida de los vivos.

Silvia Sánchez Muñoz nació en Plasencia y ha vivido en Bristol, Dublín y Madrid. Licenciada en Filología inglesa se dedica a la docencia. Mientras ha tenido ocasión de ganar  una serie de premios, como el segundo premio de XV Certamen de Relato corto de la Uned de Plasencia o quedar finalista en otros varios certámenes. Ha publicado relatos en la revista neoyorkina Los Bárbaros, en la antología Relatos Nada Sexis (Editorial Ménades) y colabora en Yukati Página Literaria.

La muerte es la pérdida originaria y asumir sus consecuencias, la manera en la que las ausencias y las presencias se hibridan en la realidad es la tarea de la que se encarga la autora a través de los relatos que asumen la obligación de ofrecer una perspectiva nueva, traspasar firmemente lo establecido, lo normativo para asomarse a la visión que el abismo tiene de nosotros. Es la vida común la que parece perversa, porque, en parte, no somos capaces de asumir la muerte y sus presencias. Silencios y velos ocultan los interiores, los pasados y las memorias. Hay que devolverles la sensación de realidad, y una pequeña –o gran– dosis de crueldad nos sacude para afinar la perspectiva.

En el primer relato, se nos descubre una abogada que no recuerda el crimen que la ha llevado al manicomio. Los resortes de la memoria cierran un velo acerca de la maldad que el propio ser humano es capaz de cometer, pero no de reconocer ante sí mismo. Quizás todo sea una condena falsa, quizás un mal sueño, pero el argumenta nos sirve de atalaya para analizar si nosotros mismos no estamos condenados y encerrados por algo que no recordamos haber cometido.

Uno de los mecanismos principales que da efectividad al terror es situar la acción en los momentos más cotidianos, más banales. Los tiempos del romanticismo en los que el Horror con mayúsculas se encerraba en torres y paisajes lejanos casi han dado paso a una conciencia de que, no la banalidad, pero si la cercanía debe proporcionarnos una alerta permanente. Incluso de nosotros mismos. Si un hotel, una vendedora de libros a domicilio, la sombra de un perro nos aterran no es por el exotismo y la lejanía, es porque la autora ha sabido resaltar los perfiles ocultos a los que solo las sombras –en sentido figurado– dan volumen. El desasosiego, la inquietud saltan de las páginas a la realidad de la ventana. Un simple contrato para trabajar en unas Herencias nos destapa un arsenal psicológico que atañe a los protagonistas y nos conduce casi imperceptiblemente ante el desconcierto y la perplejidad.

La memoria, individual, como en el primer relato, o colectiva, como el de El equilibrio de los elementos es un elemento tan crucial como la muerte, que ocupa con especial sensibilidad el último de los relatos que da título al volumen: “La muerte física es algo terrible”. El juego entre las percepciones, que nos engañan, y la memoria que escamotea a los personajes pasajes enteros para construir una autopercepción coherente, demasiado coherente, aterra de una manera calma pero efectiva.

Se los veía llegar todos los días a la estación. El hombre y el perro. No se sabía muy bien quién llevaba a quién, pese a que era el hombre el que sujetaba la correa, una simple cuerda de la ropa color verde que rodea el cuello del animal. Al perro parecía no importarle ese pequeño detalle, al igual que el hecho de no tener nombre (Perro de sombra alargada)

Silvia Sánchez Muñoz conoce bien el relato norteamericano, mucho más allá de los que recurren a Carver o a John Cheever como postureo, sitúa con efectividad algunos paisajes en distintos rincones de los Estados Unidos, pero, sobre todo, asume una manera de narrar específica, que conjuga los pequeños detalles con el uso de la elipsis. Hay más conciencia al describir lo cotidiano que al especificar la crueldad que se esconde en estas vidas. Los personajes abren sus cuerpos y sus miradas para que miremos como quien sabe que existe un mensaje oculto, con la parsimonia y la meticulosidad del exégeta de un profeta. Algo simbólico debe leerse entre los pasos, en las conversaciones triviales, en los paisajes urbanos. Las grietas pro las que entra la luz son precisamente las heridas de los protagonistas, que no siempre son reales, que no siempre son tragedias, que, a veces, ni siquiera son humanas.

Cierro los ojos. Suenan dos disparos. Un cuerpo desplomándose en el suelo. Olor a pólvora quemada. Un lamento. ¡Qué horror!, exclama alguien. Ha muerto, dice otra voz. Abro los ojos, hasta ahora ni siquiera me había dado cuenta de que mis dedos están aferrados a la caja azul. Veo la silueta de madame Arnaud en pie, de espaldas de a mí. Unos mechones revoltosos se agitan y acarician sus mejillas. Todavía empuña la pistola. Un hilillo de humo gris sale del cañón. (Madame Arnaud)

La aparente simplicidad de elementos no resta lirismo, porque, precisamente a través del cuidado con el que se traspasa la experiencia del personaje para convertirse en desvelo se hace con sobriedad expresiva. Varios relatos son tremendamente concisos y no merma la intensidad expresiva. Cuando es necesario puede demorarse en cada actuación, pero Silvia Sánchez Muñoz, conoce bien el equilibrio entre la contención y el ritmo narrativo.

Porque un hilo invisible parecía tirar de mí, una especie de cordón umbilical me mantenía unido a aquella casa que moría, una cuerda que no me dejaba avanzar, que se enroscaba en mi cuerpo como una serpiente venenosa, antes de dar un mordisco. Lo sabía en noches en las que, aletargado por el alcohol y el tabaco, en esa inconsciencia sabía que nos hace dialogar en silencio frente a un espejo sin filtros, viajaba hacia atrás por un camino lleno de curvas que apuntaba a una sola dirección. (Los Rosales)

Es cierto que la portada de La belleza de los muertos es toda una alegoría de lo que nos vamos a encontrar, un vacío en seres casi desnudos en la vida, de los que no conocemos su rostro pero que albergan en su interior, pendientes de una ramita la promesa de la belleza del canto de los pájaros.

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