sábado, 24 de julio de 2021

Reseña de Marina Centeno: ‘Intersticio. Los años de la Pandemia’. De Sur a Sur Ediciones. 2021

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La mexicana Marina Centeno aborda en este libro un cambio radical en su posición poética. Es una propuesta interesante, es un libro duro, contundente y, a la vez y como acostumbra, muy sensual. Según leemos en el prólogo, “la estructura es un formato de prosa estructurado en versos de largo aliento en donde el lenguaje juega un papel importante en cada estrofa ya que el peso de la forma y fondo recae en la utilización de las palabras para construir y formalizar la idea”. Alonso de Molina habla de “Marionetas llenas de miedo, miedo al abrazo y al beso, a estrechar la mano, como si un verdugo invisible pretendiera nuestras cabezas” (prólogo). Parten estos poemas de la situación de pandemia como una especie de grieta en el acontecer de la vida, de ahí el Intersticio del título.

El lenguaje utilizado apuesta más por el efecto emocional que por el desarrollo argumentativo o descriptivo, recurre a imágenes cuyo valor radica en la visceralidad con la que acometen al lector: “Acostada a la espera de que llegue una guirnalda de opúsculo al grueso del abandono. / Terminaron los días del encierro y ella sigue atacada a los delirios /…/ Acabará con todo –dulcemente / se derramará la tierra sobre el suelo y tendremos terrazas de amapolas cubriendo los espacios con su débil movimiento oscilatorio” (Le temps qui passe). Cada palabra, cada imagen tiene un sentido plástico con la intención de revelar una verdad oculta, una emoción interna: “El encaje del verso le aprisiona y de nuevo se refugia entre mis costras” (Le temps qui passe).

La disposición tipográfica es la de la prosa, pero no hay inconveniente en suprimir los signos de puntuación, alargar las frases y retorcer las distintas voces que se van escuchando en estos poemas: “Lucen altas las hierbas que perdieron sus raíces atrapadas en cada madrugada saboreando los gruesos vendavales para estar en el centro de la causa tiritando de frío” (Sobre un temporal a las paredes). Y, aunque es el panorama de la reclusión y el confinamiento por la pandemia, la temática emocional abarca mucho más. En algunos momentos es más evidente: “Llegas y contaminas el ambiente para hacernos virales en la pandemia e inmortalizar las veces que nos besamos a través de un cubrebocas profundo (…) alcancé a ponerme el oxígeno que transitar mi muerte en un semáforo mientras la luz en rojo ensombrecía el crepúsculo /…/ Tenemos –mutuamente– un extensor de cielo y de sintaxis para medir la temperatura y no volver a padecer el caos” (De la pandemia al cauce y del río a tu boca). En otras ocasiones, la pandemia no es más que un epítome, un síntoma del futuro: “Todo es cuestión a atardecer sin brújula. / Pada el imprevisto hacia otra parte y acomoda la aurora en el futuro” (Abandono).

“Repara en mis resabios

Observa mis ojos laminados

El temblor huraño en la comisura

Se detiene un momento en el ropaje adusto

Se interna en mis entrañas vuelo-oruga

Examina los pormenores de mis venas

Acontece en el crujir del intestino

Se queda por minutos en el drama de mis órganos

Atraviesa a tientas por los caminos difusos del corazón

Acelera el paso en los riñones

Palpita el término abrasivo en la cobertura que brindan mis pulmones

Se dispara en el témpano de mis órbitas y se queda dormido en el tuétano de mis hormonas

Lo llevo apelmazado en mis órganos reproductores devorando el endometrio y la matriz

Lleva días atisbando mis sentidos rozando el cataclismo de mis modos

Lóbrego en el escampado de la inmediatez

Goteando en la cereza de la menstruación

Silencioso discurre en mis fluidos

Resbala en el laberinto transido de mis glúteos

Disperso en el índice de mi obsesión

Remanso en el agua de la confinación” (Confinados)

Una sensación inminente de ruina, de deterioro, de amenaza es el contexto emocional  donde transitan los versos de Marina Centeno. Las derivas del amor y los cuerpos han dado paso a la contemplación de un ocaso, de las últimas horas de una sesión: “(últimamente escribo a los sistemas rotos Caprichos saturados sinsabores del llanto Traspié del ocaso Amanecer del tacto Sabihondos terminales Irritación del fatuo y organismos compungidos en el atardecer Hay ocasiones en que me siento cómoda en el dolor” (Falsía y otros embates). El gusto por el óxido y la ruina, la poética de la decrepitud y el abandono cobran durante la pandemia una nueva dimensión mucho más existencial y radicalmente urgente: “A veces el tiempo se convierte en mancha y matiz Sustentan su vestidura con trazos indelebles” (Deterioro). Deterioro también fue el nombre con el que la autora fue etiquetando una serie de textos, anteriormente algunos a la pandemia, en los que la subjetividad de la biografía no siempre era relevante. Una serie también de fotografías de superficies atacadas por la corrosión y el óxido demostraban una belleza solemne y mágicamente colorida.

La mirada de los poemas se asoma al abismo, pero no se lanza. Es una quietud observante, sentida pero no desesperada, expectante: “Abrazada a tirante y cremallera Acontecida entre el suburbio de los recuerdos rotos Atrapando designios que no acaban por esclarecerse Exterminando esferas de soledad sutura” (Se busca por exterminar fantasmas en lugares prontos de recuerdos). No son las descripciones de una hecatombe planetaria, Marina Centeno habla desde el propio yo y habla desde las entrañas: “Intento construir las zanjas pardas y darle sobriedad a los coitos para que cada cual tenga su marca situada entre la ceja y el ombligo” (Elementos). La voluntad es la del camino en el que los pasos se sienten desde los pies hasta el último cabello; “Por eso me empecino en el peaje estando entre la ruta equivocada” (Elementos). Desciende a lo más cotidiano, a lo mínimo, a la respiración, a las redes sociales, con toda la distancia y la ironía: “Cuando no tengas nada que publicar en el Facebook comienza por mirarte las uñas (…) Ahí en medio de las publicaciones pronunciarse asidua a los callejones tortura (…) Situaciones paréntesis que uno ignora en la búsqueda infatigable de las soluciones pasajeras (..) En la era del desgaste viene el amor y se lo lleva todo (…) Felicidad: Estado de ánimo irregular de una composición poética de garantía inestable” (Cuento de nunca acabar). La apabullante sucesión de imágenes nos aturde, y esa parece ser la intención, como un transeúnte de una urbe saturado de información, de neones y de carteles. Inmersos en la masa la soledad emerge: “¿Por qué estamos aislados desde antes? /…/ ¿Hay arraigo entre un beso y el designio? /…/ ¿Se derrama el caudal por los renglones? /…/ ¿Prisioneros eternos del sistema?” (Preguntatorio).

Una de las emociones que más ha provocado la pandemia ha sido la de la depresión, incluso la desesperación en muchos casos, Marina Centeno nos ve: “Apurados y livianos corremos hacia la tempestad con la seguridad de quien se aproxima al duelo” (Situaciones a la brevedad). Y de todo ello emerge la figura del superviviente, aunque perdido, el looser. No es extraño que vengan a sus versos el espíritu de Bukowski para rematarlos

“Me hace espuma Bukowski

Alterna la sintaxis del enredo

Manosea el capricho

/…/

Esta soledad nos llena de egoísmo

Se amodorra entre las comisuras y volcamos el caos en la mesa para llenar vacíos.

 Otra vez el torrente de palabras que se besan delante de nosotros

Fornican cuando estamos dormidos

Nos llenan de espinas las entradas y quedamos atrapados en el título” (Tardía-mente)

De todos los textos que han salido del confinamiento y la pandemia tenemos en Intersticios un ejemplo perfecto de cómo se pueden reelaborar los materiales y los sentimientos.

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